Visitantes en la tumba de monseñor Oscar Romero, en la Catedral de San
Salvador, un día antes de la beatificación del arzobispo que fue
asesinado por un escuadrón de ultraderecha en 1980.
| RODRIGO ARANGUA AFP/Getty Images
La capital salvadoreña vivía un clima de fiesta el viernes, víspera
de la ceremonia popular en que su figura más reverenciada, el asesinado
arzobispo Oscar Arnulfo Romero, será elevado a los altares como beato de
la Iglesia Católica.
Las principales vías de la capital estaban
adornadas con imágenes de Romero que en distintos idiomas dan la
bienvenida a los visitantes a San Salvador, “sede de la beatificación”.
El
viernes amanecieron cerradas algunas de las principales arterias
capitalinas que rodean la Plaza Salvador del Mundo, donde una multitud
de obreros trabajaba en instalar toldos, tarimas, pantallas gigantes y
sistemas de sonido para la fiesta del sábado.
A un costado, una
decena de jóvenes armados de guitarras y tambores danzaban y entonaban
canciones religiosas, al tiempo que lanzaban gritos de “viva Romero”.
“Es
el pastor que Dios nos mandó. No lo pude conocer porque ya lo habían
matado cuando nací, pero yo lo veo (a Romero) como una esperanza de
tiempos mejores para mi país, que sufre tanto con la violencia y la
pobreza”, comentó Romeo Barquero, un estudiante de 23 años que cantaba
con entusiasmo frente a la tarima donde se realizará la beatificación.
En
el entorno de la plaza, vendedores instalaron puestos para vender
mangos picados, jugos, emparedados y plátanos tostados a los peregrinos
que comenzaban a llegar.
El ministro de Turismo, José Napoleón
Duarte, dijo que se esperaban 285,000 personas en la ceremonia religiosa
de beatificación, gran parte de los cuales llegaron del extranjero.
“La
ocupación hotelera del Gran San Salvador es de 100%” por la presencia
de peregrinos que llegaron a la ceremonia, algunos de los cuales
arribaron desde Europa, Estados Unidos y América del Sur, según el
ministro.
Desde el viernes, 3,700 policías y soldados se encargaron de dar seguridad a la capital en espera de la beatificación.
Muchos
de los visitantes, salvadoreños y extranjeros, aprovecharon el clima
festivo previo a la ceremonia para visitar los sitios históricos de
Romero, recordado como “la voz de los sin voz” en un país marcado por
las profundas desigualdades sociales y la violencia criminal.
En la Catedral de San Salvador, la canadiense Christie McNeil, de 28 años, llegó para visitar la cripta de Monseñor Romero.
“Monseñor
Romero era una leyenda cuando yo nací, y toda mi vida he escuchado
hablar de él. Aprendí a admirarlo y amarlo por mis padres, que se
identificaron con su lucha por los pobres. Esto (la beatificación) no me
lo podía perder por nada en el mundo”, comentó antes de bajar a la
cripta, donde una monumental estatua de bronce cubre la tumba de Romero.
Alrededor
de la Catedral, vendedores ofrecen recuerdos del religioso asesinado
por elementos de la ultraderecha, que no toleró su clamor de justicia
social y de poner fin a la represión.
Por $5 se puede comprar una
camiseta con el rostro de Romero, $1 por un afiche que recoge algunas de
sus frases más recordadas, $2 o $3 alcanzan para un video de alguno de
los muchos documentales, reportajes y películas inspiradas por el
religioso.
Otros visitantes se dirigen al llamado “hospitalito”,
un centro de atención de pacientes con cáncer en cuya capilla Romero fue
asesinado de un disparo en el pecho el 24 de marzo de 1980 mientras
oficiaba misa.
Voluntarios decoraban el sitio con banderas y flores de papel para recibir a los visitantes.
En
el sitio está la pequeña casa en que vivió durante su arzobispado, de
1977 hasta su muerte, donde visitantes pueden ver los bienes personales
de Romero, incluyendo el vehículo que usaba y sus ropas.
“Es
exagerado cómo viene gente de todas partes, de Estados Unidos, de
Nicaragua, de Suramérica, de Europa. Ayer (el jueves) llegaron unos
chilenos que cantaron y toda la gente los acompañó. Es muy fuerte cómo
la gente se identifica”, comentó Maritza Peraza, una anestesista
jubilada que trabaja como voluntaria en el ‘hospitalito'.
Pero Romero no es unanimidad en su propio país, donde salvadoreños de derecha aún lo ven con recelo.
“Fuera
de El Salvador tiene imagen de santo, pero aquí sabemos que fue una
figura que sembró división entre los salvadoreños. Para mí no merece
tanto reconocimiento”, opinó Alberto Mojica, un comerciante de 28 años,
cerca de un centro comercial en el norte de San Salvador.
Pero
para Marisa d'Aubuisson, hermana del fallecido mayor Roberto
d'Aubuisson, señalado como autor intelectual del magnicidio, los
tributos muestran que “a monseñor se le hace justicia divina, pero hace
falta la justicia en la tierra”, porque nadie ha sido sentenciado por el
caso.
Era un hombre tímido de origen humilde, que consagró su vida a la
Iglesia católica en un período turbulento de la historia salvadoreña.
Una figura del establishment, amigo de la élite y las fuerzas armadas,
que la realidad de un país pobre, corrupto y violento lo transformó y lo
llevó a optar por defender a los pobres y marginados.
Esa opción
en la polarizada sociedad salvadoreña de los 70 y 80 le significó a
monseñor Oscar Arnulfo romero una sentencia de muerte pese a que había
sido nombrado arzobispo de San Salvador con el visto bueno del gobierno
militar y el poder económico.
"Era amigo de los ricos y de los militares, del sistema de gobierno de entonces", dijo su biógrafo monseñor Jesús Delgado.
Tres
años después del nombramiento, Romero fue asesinado cuando en misa
consagraba el vino en el altar, momento clave para el rito católico, por
un francotirador contratado por escuadrones de la muerte derechistas.
El día previo, en su homilía dominical, había implorado a los militares:
"En nombre de Dios y de este sufrido pueblo les ruego, les suplico, les
ordeno, en nombre de Dios, cese la represión".
Su muerte el 24 de
marzo de 1980 fue la coronación de una rápida transformación personal
que lo fue alejando de las elites y acercando a los pobres en un país
donde los sectores dominantes trataron de aferrarse al poder a cualquier
costo y la Guerra Fría se prolongó hasta entrados los 90. Mientras que
para la derecha salvadoreña Romero pasó a ser un "guerrillero con
sotana", para el Vaticano, que el sábado lo beatificará, fue un
religioso consecuente con las enseñanzas de la iglesia.
FAMILIA HUMILDE
Romero
nació en el seno de una familia humilde de Ciudad Barrios, departamento
de San Miguel, el 15 de agosto de 1917. Era reservado y desde niño
sintió la vocación sacerdotal. Fue ordenado a los 24 años en Roma e
inició su labor pastoral en la región oriental de El Salvador. En mayo
de 1970 fue ordenado obispo.
Predicaba las enseñanzas
tradicionales de la iglesia. Conoció a dos de los principales exponentes
de la Teología de la Liberación, como el padre Gustavo Gutiérrez
Merino, peruano, y Leonardo Boff, brasileño, quienes le regalaron sus
libros. Pero después de su muerte, los libros fueron encontrados
intactos, "como sacados de la librería... Nunca los leyó", dijo monseñor
Delgado.
Fue nombrado obispo de la diócesis de Santiago de María en octubre de 1974, época en que comenzaba la represión en el campo.
En
1975, la Guardia Nacional asesinó a cinco campesinos y monseñor Romero
llegó a consolar a los familiares de las víctimas y a celebrar una misa.
Los sacerdotes le pidieron que hiciera una denuncia pública, pero el
prelado lo hizo en forma privada a su amigo el entonces presidente de
turno de los gobiernos militares, coronel Arturo Armando Molina
(1972-1977).
Un mes después de su nombramiento como arzobispo fue
asesinado el padre Rutilio Grande, de quien era amigo. Este hecho
impactó mucho al arzobispo, quien haciéndose eco de sugerencias del
clero accedió a celebrar una misa única en la Catedral, como un signo de
unidad de la Iglesia y de repudio a la muerte del padre Rutilio.
A
partir de entonces el arzobispo Romero puso la Arquidiócesis al
servicio de la justicia y la reconciliación. En muchas ocasiones se le
pedía ser mediador de los conflictos laborales. Creó una oficina de
defensa de los derechos humanos y abrió las puertas de la Iglesia para
dar refugio a los campesinos que venían huyendo de la persecución en el
campo. Todas estas fueron actitudes que la derecha nunca le perdonó.
'LA VOZ DE LOS SIN VOZ'
Romero
se convirtió en "la voz de los sin voz" y todos los domingos condenaba
desde el púlpito las masacres y asesinatos de civiles inocentes en las
operaciones militares dirigidas contra una insurgencia izquierdista pero
en las que caían muchos inocentes. Sus asistentes dicen que jamás
denunció un hecho que no estuviera cien por ciento comprobado por un
equipo de investigación del arzobispado.
La decisión de hablar
desde el púlpito los domingos la tomó, según la biografía de Delgado,
después de que el presidente militar Molina dijo que el arzobispo estaba
de acuerdo con los planes de seguridad del gobierno. "Cuando Monseñor
oyó eso dijo: 'Nunca más voy a volver a visitar a esa gente, todo se los
voy a hablar desde el púlpito de la verdad'. Y allí comenzaron las
homilías del domingo", expresó el biógrafo.
El arzobispo, a quien
sus fieles llaman desde hace años "San Romero de América", fue la baja
más notable de un conflicto en el que escuadrones de la muerte,
integrados por civiles y militares financiados por la elite salvadoreña,
mataron seminaristas, monjas y sacerdotes que trabajaban con los
pobladores de zonas rurales, de acuerdo con el informe final de la
Comisión de la Verdad de las Naciones Unidas difundido en 1993.
Su
muerte "fue el primer disparo de la guerra civil de 1980 a 1992... no
había vuelta atrás", dijo en una entrevista Gerardo Muyshondt, que hizo
una trilogía de documentales denominada "El Salvador: Archivos Perdidos
del Conflicto".
La guerra concluyó en 1992 con la firma de un
acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla del Frente Farabundo
Martí para la Liberación Nacional. Dejó 75,000 muertos y 12,000
desparecidos
Informes oficiales de la investigación del crimen
indicaron que el prelado había recibido varias amenazas de muerte y
decidió que sus colaboradores ya no lo acompañasen cuando salía "para
evitar riesgos innecesarios".
El día de sus funerales una bomba
explotó en las afueras de la catedral capitalina y francotiradores
dispararon con metralletas a los más de 50.000 asistentes. Entre 27 y 40
personas murieron y más de 200 resultaron heridos, según la Comisión de
la Verdad.
La Comisión determinó que uno de los autores
intelectuales del asesinato fue el mayor Roberto d'Aubuisson, uno de los
fundadores del partido de derecha Alianza Republicana Nacionalista
(Arena), que gobernó el país durante 20 años (1989-2009). Pero los
responsables intelectuales y materiales del homicidio no fueron
castigados debido a una amnistía promulgada en 1993.
http://www.elnuevoherald.com/noticias/mundo/america-latina/article21681009.html
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