Lo
decimos de un porrazo: el asunto no está en la reelección ni en los
artículos pétreos. Es más, esa cosa vergonzosa de los pétreos hace mucho
tiempo debió desaparecer porque como sarcásticamente se preguntó
Eduardo Galeano en una entrevista a Radio Progreso, “¿Nosotros con
artículos pétreos, nosotros los humanitos?”
Si
expresidentes se quieren reelegir y si hay gente a la que se puede
convencer para que los reelija, eso le da hasta elegancia a los procesos
electorales y nos coloca en la práctica electoral mayoritaria de las
naciones. Insistimos, ese no es el asunto.
¿Cuál
es el asunto? Es muy claro, el asunto está en las sinvergüenzadas de
los liderazgos políticos y en el manejo cínico de la legislación
hondureña. La cosa se profundiza cuando gente como el actual presidente
de la República y su grupo cachureco de la más firme estirpe de la
mancha brava, en plena alianza con la oligarquía hondureña y el capital
multinacional, deciden usar toda la maquinaria del Estado para
perpetuarse en el poder.
Aquí
no valen argumentos jurídicos ni reclamos de la oposición de cualquier
signo que sea. El Estado, las leyes, la patria, el diálogo, la
nacionalidad adquieren el tamaño de las ambiciones de poder de quienes
se han convencido que nacieron con la estrella divina para gobernar el
país todo el tiempo que quieren, al costo que sea necesario y haciendo
todo lo que tengan que hacer.
Ese
es el asunto de fondo. Es una borrachera de poder que en los hechos
representa un vigoroso acto de violencia del cual solo se podrán esperar
nuevos y más pavorosos escenarios de violencia. No en vano, este acto
de la reelección tuvo como preludio aquella decisión presidencial de dar
alcance constitucional a la policía militar.
A
fin de cuentas, no hay nada que hacer por la vía de los corredores de
la democracia y del Estado de Derecho porque todo lo han mandado al
carajo. Y no se puede hacer nada por esa vía porque todo lo que se haga
será usado para dar legitimidad a la ley de los fuertes. Porque al fin
hemos podido constatar que el asunto no era ni es lo de los artículos
pétreos, sino de las decisiones y mentes pétreas de Juan Orlando
Hernández y los suyos. Y esa concepción de piedra, inamovible, es mortal
para el presente y el futuro de la democracia y el Estado de Derecho.
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