El
asunto de fondo no es si Monseñor ha sido canonizado o no, porque a fin
de cuentas nunca se ha conocido en los tiempos modernos a una persona
tan venerada como santo que Monseñor Romero. La Iglesia, con el Papa
Francisco, lo que ha hecho es oficializar la devoción que miles de
personas le rinden al obispo, pastor y mártir, Romero de las Américas.
El
asunto de fondo es si siendo oficialmente beato, la Iglesia sabrá ser
fiel a la vida, palabra y testimonio profético de este hombre de Dios
que, como dijo el apóstol Pedro del Señor Jesucristo, “pasó haciendo el
bien”.
Monseñor Romero fue un hombre de Dios que desde su identidad de
pastor supo ser fiel a la Iglesia desde la escucha y cercanía al
sufrimiento de la gente pobre y perseguida por la represión, y supo
situar su misión como guía y pastor de la Iglesia a la altura de las
circunstancias históricas y extraordinarias de El Salvador en aquellos
aciagos años del siglo veinte.
Aunque
Monseñor Romero esté en los altares, su vida y su palabra profética no
son para quedarse estáticas o adornadas en torno al ámbito estricto de
lo religioso o eclesiástico. Su servicio está en la realidad histórica,
en donde se juega la suerte de los pobres, en donde los derechos humanos
se definen a partir de la lucha radical entre la vida y la muerte de
las mujeres y los hombres excluidos o desechados por el sistema. Allí
está la vida y vigencia de la palabra profética y eclesial de Monseñor
Romero.
Bien
sabemos que hoy siguen apareciendo ofertas para reducir las condiciones
detonantes de migrantes que masivamente amenazan las fronteras de la
tranquilidad y comodidad del imperio. Ofertas que buscan reducir la
pobreza o los conflictos agrarios, o que buscan dar empleo por horas o a
cambio de apoyar candidaturas políticas. Todas son ofertas que en el
fondo buscan hacer cambios sin tocar ninguna de las raíces productoras
de la desigualdad y la injusticia. Son cambios que impulsan los mismos
liderazgos que tienen la cuota de mayor responsabilidad en el deterioro,
la inestabilidad, la corrupción, la impunidad y la violencia en nuestra
sociedad.
En
cualquiera de las circunstancias, la canonización oficial de Monseñor
Romero es una invitación a todos los miembros de la Iglesia y a todas
las personas y sectores que sienten simpatía o devoción por su persona, a
que hoy en este período del siglo veintiuno, sepamos ser fieles al
Evangelio de Jesucristo, a la Iglesia y a los pobres no solo haciendo
buenas obras que ayuden a los pobres y oprimidos, sino a defender su
causa de liberación ante las amenazas, y engaños que provienen de las
élites insensibles e injustas de nuestro tiempo.
Las élites económicas, empresariales y políticas son en nuestro tiempo tan insensibles y tan religiosas como en el tiempo de Monseñor Romero. Y al Arzobispo salvadoreño lo mataron. No tener conflictos con estas élites expertas en encantar con sus discursos y promesas, es muy mala señal si es que nos queremos llamar hoy en día seguidores de Jesucristo a través de la fidelidad a Monseñor Romero. Hoy en día es imposible llamarse seguidor de Monseñor Romero y defender la causa de los pobres sin tener conflictos con las élites pudientes, porque ellas encarnan en la actualidad a los dioses del poder y del dinero.
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