
Editorial
Desde que la humanidad determinó asentarse en un territorio inició la
guerra diaria por el poder entre tiranos y pueblos, y aunque pasen
siglos siempre ganan los pueblos. “Sólo el pueblo es eterno”, gritó la
revolución francesa, mientras al pie de la guillotina, frente a los
miserables, rodaba sin vida la monarquía más opulenta de la historia.
¿Pero quién está detrás de la palabra “pueblo”, a veces amorfa y
trillada en boca del sucio político traidor, pero profunda en la obra de
filósofos sabios?
“Sólo un pueblo virtuoso es capaz de vivir en libertad.
A medida que
las naciones se hacen corruptas y viciosas, aumenta su necesidad de
amos”, sentenció Benjamín Franklin, y “Quizá la obra educativa que más
urge en el mundo sea la de convencer a los pueblos de que sus mayores
enemigos son los hombres que les prometen imposibles.”, afirmó Ramiro de
Maeztu.
Cuando “pueblo” es simple palabreja despectiva, la clase política y el
Estado que dirige la entiende y la trata como sinónimos de chusma,
vándalos torpes, masa ignorante y muertos de hambre. O se designa a
labradores analfabetas; campesinas y obreras vulgares; campesinos y
obreros ignorantes, o se identifica “población” en riesgo social a los
jóvenes embrutecidos o a los niños tirados a las calles violentas de una
nación. Se usa “pueblo” para nombrar a un conglomerado mayoritario y,
por tanto, muy útil para justificar y conservar el poder y la riqueza de
pequeñas castas que se sienten superiores a la mayoría del “pueblo”,
tal es el caso de Honduras.
Mas esto no es así, hay hondureños que se equivocan al pensar en la
idea de “pueblo”. En la antigüedad, en Babilonia y en Troya, que fueron
ciudades de vasto pensamiento, alta cultura y mucha ciencia; por eso
ordenaron con razón todo hecho humano, y pusieron nombre a cada uno
según convenía. Citaron “Pueblo” al ayuntamiento de todos los hombres:
De los mayores y de los menores y de los medianos, pues todos estos no
se pueden excusar, se han de ayudar unos a otros para poder bien vivir y
ser guardados y mantenidos.
Esa definición se basa en conceptos políticos de la antigüedad clásica,
como el elaborado por Marco Tulio Cicerón en el año 54 antes de Cristo,
quien definió “pueblo” como "la asociación basada en el consentimiento
del derecho y en la comunidad de intereses".
La continuidad de este concepto influenciado por el derecho romano y
medieval permanece en la esencia socio-legal actual, y el pueblo se
asume como el "concepto humano del Estado en el que cada uno de los
miembros tiene la soberanía no sólo de derechos y obligaciones civiles,
sino además derechos y obligaciones políticos”. Ahí fundó está máxima
Robespierre: “Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la
insurrección es para el pueblo el más sagrado e indispensable de los
deberes”.
La noción de pueblo en las naciones-estado modernas y, sobre todo, en
las naciones de ciudadanos muy heterogéneas descansa en lo demográfico,
social, antropológico y cultural, es más, ponen valor a esas
diferencias; esa revaloración de la diversidad ha colocado al pueblo en
el centro del derecho constitucional. Eso lo motivó en Galeras lanzar la
candidatura de Xiomara Castro. Ella dijo que ha llegado la hora que el
pueblo tome el poder. El pueblo ya lo sabe, ha sacrificados hasta hijos,
y podrá esperar otros 500 años, pero volverá a Galeras, porque el
pueblo no es la falsa promesa de un libro, es el motor de la humanidad.
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