miércoles, 27 de junio de 2012

Honduras: Oiga: ¿Quién gobierna el país?

Por Carlos “El Sacón” Méndez 

Después que Dionisio de Herrera colocara en 1824, los primeros ladrillos para la construcción del Estado Republicano como parte de una onda expansiva continentalmente paradigmática, Honduras no experimentará sino hasta el crepúsculo del siglo XIX, un aliento mayor para continuar edificando las bases del Estado moderno, lectura y praxis que recae en Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa, que nos asombran, al no quedarse impávidos ante la necesidad de darle seguimiento, en otros sentidos, a la calidad ética en el ejercicio de la política,  de Don Dionisio de Herrera. En ese entonces, fue la única vez que la  hondureñidad alcanzó a ver, a lo lejos, entre las rendijas de la pobreza centroamericana, un boceto de pedacito de cielo, proveniente de los imaginarios de la Enciclopedia y la Ilustración europea. 

Más adelante, gobernantes de esta estirpe, apenas podemos ver amagos, si usted quiere, en un  Manuel Gálvez, y en un Ramón Villeda Morales y que tuvieron el chance histórico más no de materializar, el  seguimiento y profundización   del  pensamiento de los reformadores   Liberales.
El país habrá de sobrevivir, entre la sangre y el dolor, por más de una centuria y hasta el sol de hoy, con tres tipos de títeres mandatarios que “gobernarán” el  Estado hondureño. En primer lugar están los caudillos de cerros, aupados por  las compañías bananeras y pistudos terratenientes “analfabestias”, para dirigir las montoneras y guerras intestinas,  como forma de conceptuar el poder a lo catracho. En segundo término, y a partir de 1957, año en que se les otorga autonomía constitucional, nos tropezamos con  las fieras cúpulas militares del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas y por último y en tercer término, están los  “modernos” políticos tradicionales del bipartidismo, oficiosamente  manipulados por poderes facticos locales y  Washington,   para impulsar políticas  de verdadero suicidio en contra de millones de seres humanos. Este es el trío  de congéneres que nos han desgobernado.
Las cúpulas militares se identificarán  como la fuerza autoritaria y abusiva, responsables de crímenes de lesa humanidad, como la matanza  de campesinos y religiosos en  “Los Horcones”, en junio de 1975, Olancho, así como el penoso papel contrainsurgente desempeñado en la década de los ochentas con su secuela de desaparecidos y crímenes políticos, sin desconocer que saquearon también, con saña,    e  impunidad,  inmensos recursos, al país. Los otros, los mandaderos de poderes facticos internos, del FMI y Banco Mundial, los encontraremos, con perfumes sofisticados, todos olorosos por encima, con saco y corbata,  de bruces y sin permiso, en los procesos de “transición a la democracia”, a partir de los años ochenta del siglo que finalizó hace doce años, con un doble mandato pesimamente mal o bien hecho, según el ojo con que usted lo vea: Modernizar el Estado desde la perspectiva neoliberal y aplicar una política de ajustes macroeconómicos; eso sí, se puede afirmar sólidamente, con saldos terribles para la sociedad entera, puesto que no se puede pensar en ninguna modernización del Estado en el marco de la democracia, cuando no hay, perdone la redundancia, democracia económica y en donde el mercado con su gúadaña criminal, está por encima de cualquier miramiento ético del desarrollo. Esta última generación de gobernantes ingenuos y trinqueteros, sin imaginación pero oportunistas; que tienen tras sus cajas torácicas,  tubos digestivos en vez de lo otro ,  pero oportunistas, se caracteriza por su megalomanía hacia el poder y por lo mismo,  hacedores de conspiración  contra los restos de la flacucha democracia que todavía andamos en nuestros suspiros, y también, se lo juro, propinar más golpes de Estado a semejanza  del disparado con precisión,  el 28  junio 2009 y avanzar con un guión que creíamos  eliminado en la época del gobierno de Carlos Roberto Reina,  como lo es, remilitarizar la sociedad hondureña y convertir de nuevo a la Honduras de siempre, la única, la que por ella somos capaces de sufrir y matar por un gol motaguense  o del Olimpia; la sempiterna, la de reír y llorar,  usada de nuevo, en trampolín de guerra continental, si así se le antojase al imperio globalizante.    
Son los que nos “gobiernan” desde hace más de  ciento veintinueve años y que se delatan sin  rubor alguno,  por sus escandalosos actos de corrupción y su conexión indebida con intereses oscuros y criminales. Son los engaña bobos y bobas; los cínicos e inmoralmente inmortales; los que juraron por su madre que los tuvo y la virgencita de Suyapa,  que no castigarían al pueblo, con medidas gubernamentales indignantes y oprobiosas. Son los sin remedio; los sinvergüenzas, de los cuales no nos salvaremos, hasta tanto no venga un mal rayo que los parta o mejor, una nueva generación digna que los sustituya en el amanecer de una revolución parida por Latinoamérica entera,  o una más global, como la francesa, que nos dio a hijos como Francisco Morazán, Cabañas,  o Dionisio de Herrera, por ejemplo, y que nos devuelva la capacidad de asombro y de imaginación participativa  y popular, para poder pintar, de entre las rendijas de la pobreza centroamericana, una nueva República, con justicia y equidad.

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