Editorial
GOBIERNO INGOBERNABLE
En
cualquier conversación casual de calle o privada, entre pobres o ricos,
el tema esencial en Honduras es persistente y común: ¿Cómo podemos
salir de esta crisis?, y después de maldecir y teorizar, al final del
camino, se entiende que esta vez no llegó a presidencial la experiencia
inapelable hecha hombre, lo irreflexivo está activado. Un gobernante
sabio toma decisiones frente a su mortalidad y a la ilusión del poder,
por eso se ocupa en desplegar el potencial de su raza, amándola, y
hereda una memoria que en el tiempo marca la altura de su gestión, un
punto elevado de ánimo social y de rumbo hacia la cúspide de la ciencia,
del compromiso con la nación y del encumbramiento humano.
Pero
el presente se ríe de los sueños. El constituyente hondureño en 1980
para fijar la palabra “soberano” en la Constitución de la República, se
fue a las raíces más antiguas de la evolución política que, por siglos,
fue brotando desde la ignorancia, desde el abuso, desde la sangre y
desde la miseria integral de otros pueblos, hasta dar forma a la teoría
general del Estado moderno. Hoy, ese “soberano”, siendo
constitucionalmente la fuente de donde emanan todos los poderes, terminó
en hazmerreír electoral de los poderosos, en tragedia de cultura
harapienta que con 50 lempiras se le calma el hambre y se le arrebata el
señorío que le dio el constituyente sobre aquellos que le hacen
mandados cuando buscan un cargo de elección popular, de esa relación de
subalterno deriva el vocablo “mandatario” o “mandadero”. Es al único que
se dotó con derecho a la rebelión, por eso ha sido amarrado a
indigencia y oscurantismo.
Por
estar al tanto de la condición mental del político del patio, feudal,
torpe, codicioso y soberbio en el puesto, la Constituyente prohibió la
reelección del Ejecutivo y, ayer como hoy sigue teniendo razón,
precisamente, lo ratifica la conducta del régimen del Partido Nacional.
Honduras todavía no tiene ni la elite política ni la fortaleza
institucional para saltar a la reforma presidencial.
Lo
demás ocurre por extensión; Juan Hernández jamás se ha comportado a la
exigencia y funciones de un Presidente, es el eterno activista
incorporado al “actívate”, en horas que el crimen reina y va dejando
decenas de miles de hermanos sin vida, tirados en los caminos; aun así
quiere reelección, cuando renunciar ante circunstancias fuera de nuestra
capacidad –bien dice el doctor Fasquelle— no debe entenderse como
fracaso, sino como responsabilidad.
La
única justificación que tiene un empleado para quedarse en una empresa
es la excelencia, y Hernández ya perdió el tiempo para alcanzarla.
Tantos han sido sus inaceptables desaciertos que el año pasado, el país
registró la mayor fuga de capitales de nuestra historia económica y con
relación a Centroamérica, la inversión huye porque la reelección es
fuente de inseguridad para los capitales y enferma más a nuestro ya
sufrido pueblo.
http://www.web.ellibertador.hn/index.php/avance/liberarte/1642-portada-y-editorial-el-libertador-impreso-agosto-2016
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