sábado, 22 de enero de 2022

Honduras: “El día que perdamos la capacidad de asombro perderemos todo” / Otras informaciones en Criterio.hn

 Redaccion CRITERIO.HN - Enero 22,2022  Por Adelay Carías Reyes                          El 21 de enero de 2022 fue un día muy triste para Honduras, mi país, al que extraño y anhelo más que nunca, ahora que me encuentro lejos, en España, buscando en otros mundos mejores horizontes para mi familia.

               Fue un día triste porque vimos cómo un grupo de diputados ambiciosos usurpaban el poder que el pueblo hondureño les había otorgado con su voto.

Confiamos en sus palabras y promesas, y no dudamos en ir a las urnas y depositar allí toda nuestra esperanza. El día de las elecciones fuimos a votar acompañadas y acompañados de todos los mártires de La Resistencia, de todas las personas que han estado o están en el exilio, de los presos políticos, de las y los defensores que han regado con su sangre esta tierra de montañas salvajes y mares tempestuosos.

Ese día votamos sintiendo que estábamos contribuyendo a cambiar la historia de Honduras, y que estábamos poniendo fin a doce años de dolor, violencia y muerte sufrida desde el Golpe de Estado de 2009. Es por ello que la actuación del grupo de diputados capitaneados por Jorge Cálix será recordada como la más infame.

El daño que ese grupo de traidores ha hecho al país va más allá del evidente debilitamiento del gobierno de Xiomara Castro. Probablemente la confusión y desánimo social que cause esta acción abonará en el aumento de los sentimientos de apatía y desmovilización de la sociedad hondureña, que tanto beneficia a nuestras élites corruptas.

Hoy resurgen las voces de algunos grupos que afirman “ya les avisamos, no valía la pena”. Insisten en decir que no debíamos haber votado en estas elecciones, que LIBRE es más de lo mismo, que fuimos ilusas al creer que esta vez iba a ser diferente.

Todo esto me recuerda a las discusiones que tuvimos durante las asambleas del Frente Nacional de Resistencia Popular, en las que se decidió no participar en las elecciones de noviembre de 2009. En ese momento, se argumentó que no podíamos convertirnos en un partido político ni participar en esas elecciones porque no debíamos utilizar las mismas estrategias del poder para derrocar al poder; que no era posible hacer nuevas formas de política dentro de los espacios políticos tradicionales, que la política partidista es siempre sucia, que al convertirnos en un partido político íbamos a perder nuestra esencia revolucionaria; y que al final, participar sólo serviría para legitimar al sistema corrupto.

Muchas cosas han pasado desde entonces, pero lo que más me sorprende es como hoy, desde algunos sectores, se están reeditando esos mismos argumentos. Muchas personas siguen sosteniendo que la política es “sucia”, y que es mejor no votar y no participar, porque finalmente todos los que participan en política son iguales. Discutiendo con una amiga muy querida sobre lo ocurrido, me comentaba que, en su opinión, yo había sido muy ingenua al sorprenderme por los actos de Cálix y Valle, porque sabía que, al fin y al cabo, “así es la política, rancia”. Yo le respondí que claro que no me esperaba lo que estaba pasando, que esperaba otro Golpe de Estado, o algo parecido, pero nunca una traición dentro del propio partido. Y le dije también que el día que perdamos la capacidad de asombro ante el mundo perdemos todo, pensando en que, a pesar de todo, es imprescindible y revolucionario seguir creyendo.  

Para mí, analizar lo ocurrido en esos términos implica asumir una postura de superioridad moral que es ajena a la realidad. Creer que hay política “mala” (la de los partidos políticos), y política “buena” (la de los movimientos sociales), es hablar desde dicotomías falsas y reduccionistas. Somos las personas las que hacemos la política, las que con nuestras acciones damos forma a las propuestas colectivas concretadas en los partidos políticos y en otros espacios de lucha. Y las personas no somos perfectas, y la política y sus espacios tampoco. Al creer que sólo quedándonos al margen podemos construir propuestas de cambio válidas le hacemos juego a la derecha, esa que siempre vota.

Ellos no dudan, nosotros sí, y por eso nos continúan aplastando. Los movimientos que se han consolidado en países como Honduras, México y Colombia llamando a no votar, como propuesta frente al descrédito de la política, hacen mucho daño a los procesos de cambio, ya que, en lugar de encauzar el enojo y el cansancio de la gente hacia la búsqueda de nuevas propuestas, las desmovilizan.

Este argumento de la maldad o la “suciedad” inherente de la política partidista fue uno de los argumentos usados en el país para negar el derecho al voto para las mujeres, antes de la consecución del sufragio femenino, en 1956.

En ese entonces, citando frases del maravilloso libro “Para la casa más que para el mundo, sufragismo y feminismo en la Historia de Honduras”, de Rina Villars, se afirmaba que las mujeres no podían participar en política porque se “derrumbaría el pedestal de la honestidad femenina”; porque las mujeres cambiarían “las dulces y tímidas virtudes que forman su encanto por intolerantes y odiosas virtudes políticas”; o que “los comicios (electorales) pervierten a la mujer y la desnaturalizan, despojándola de la delicadeza de sus sentimientos, de su piedad y ternura…”. Ese mismo discurso (con otros matices y en un contexto nuevo), es utilizado hoy para quedarse al margen, y es también utilizado a conveniencia para defender o para atacar a las mujeres que se involucran en política.

Este es el caso de Beatriz Valle. Sin duda alguna, ella ha sido objeto de violencia política por su condición de género, es cierto que en la política a las mujeres se nos exige más rectitud y solidez moral que a los hombres, pero en este contexto, esos ataques no pueden servirnos para defenderla, ya que ser mujer no la exime de la responsabilidad histórica que tiene con las mujeres y los hombres que le dimos nuestro voto y confianza. No nos equivoquemos.

Lo que ha hecho ella y otros compañeros de LIBRE no debe llevarnos a concluir que no deberíamos haber votado. No debemos seguir utilizando argumentos basados en la suciedad de la política para llamar a no votar. Es verdad que sigue siendo urgente construir poder desde abajo, con la gente, en las comunidades, en nuestros movimientos sociales, pero no debemos pensar que ambas propuestas son incompatibles, como lo mantienen algunas voces de la vieja guardia de la izquierda hondureña.

La historia tristemente nos ha enseñado que la movilización en las calles no es suficiente, que hay que combinar luchas y estrategias para avanzar. Al respecto, muchos analistas políticos insisten en que, si bien los movimientos sociales pueden generar y articular demandas ciudadanas de manera eficaz, es indispensable que estos movimientos y demandas cristalicen en partidos políticos con vocación de llegar al gobierno.

Y ya para finalizar, ¿Qué esperábamos? Conversando con una compañera sobre la victoria de LIBRE en las elecciones pasadas, ella me decía, “yo hasta que no vea a Xiomara con la banda presidencial puesta no voy a celebrar”; y tenía mucha razón. No fuimos ingenuas al votar, no, votamos con el corazón y con la cabeza. Y no es que esperábamos que todo fuera fácil, lo que quizá esperábamos es que utilizaran la fuerza y la violencia para no dejar el poder, y no que recurrieran a promesas de poder y dinero para comprar lealtades y asegurar su continuidad, como lo han hecho en el pasado.

Lo que pasó el 21 de enero en el Congreso es una evidencia más de los grandes problemas que siguen persistiendo en nuestra cultura política, a pesar del importante cambio social, político y cultural que ha supuesto la ruptura del bipartidismo. Es muestra de una corrupción social enraizada en todas nuestras prácticas cotidianas, de una corrupción estructural que no se detiene ni con el surgimiento de nuevos partidos. Demuestra también que mientras siga existiendo tanta tolerancia a la corrupción, políticos como Beatriz Valle y Jorge Cálix van a seguir siendo parte de la escena política del país.

Es claro que nos queda un largo camino por recorrer. Los discursos pesimistas y catastrofistas que insisten que nada cambia no ayudan a construir un nuevo futuro, y no es por el camino de la duda y la desesperanza por el que vamos a dejar de ser el país más pobre y violento de América Latina. Hay que seguir creyendo y construyendo otro país diferente. Hay que seguir equivocándonos, y hay que seguir aprendiendo de nuestros errores.

Sobre todo, no hay que perder la capacidad de asombrarnos, de indignarnos ante las injusticias, de esperar siempre lo mejor.

https://criterio.hn/el-dia-que-perdamos-la-capacidad-de-asombro-perderemos-todo/      

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