Redacción Criterio.hn
Por: Moisés Ulloa
La
intolerancia es un mal. Cuando perdemos el respeto a las opiniones de
los demás, especialmente aquellos pensamientos que nos adversan,
entramos en una jungla, retrocedemos a los tiempos del oscurantismo
donde la ley que prevalece es la ley del más fuerte. La intolerancia es
un espacio sin sentido, donde la única voz que se escucha es la que
grita y donde las ideas no florecen, pues la semilla cae en un campo
árido, incapaz de producir ni sustentar vida alguna.
Una
sociedad que no tolera las diferencias, es una sociedad destinada
eventualmente a desaparecer. Si la intolerancia fuera la norma que dicta
el accionar de las mujeres, de los hombres y sus gobiernos, hoy aún
existiría la esclavitud, las mujeres no votarían, estaríamos adorando a
múltiples dioses, seguiríamos pensando que la tierra es plana y que es
el centro del universo. La única intolerancia que debemos de defender es
hacia la injusticia.
Es
muy posible (es más, lo sé con conocimiento de causa) que mis ideas,
mis letras y mi voz no complacen a todo el mundo; con ello no intento
ser leal a nadie, más que a mis convicciones y a mi conciencia. Pero mis
opiniones las vierto con respeto y con la cara de frente. Ese mismo
derecho se los otorgo a todos aquellos que difieren de mi sentir y mi
pensar, pues considero que a estas alturas ya debimos haber alcanzado el
nivel de poder debatir abiertamente las ideas.
Los
que tenemos la dicha de poder comunicar nuestra forma de pensar por
diferentes medios, tenemos una enorme responsabilidad. Esta
responsabilidad no indica, necesariamente, que digamos lo que es
popular, pero sí debemos tener como la norma absoluta, defender nuestra
razón. No podemos aplaudir cuando se despoja a una persona del derecho
más preciado que es la libertad de pensar y decir lo que se piensa; no
podemos alabar cuando se establecen mecanismos con la intención de
silenciar la razón o cuando se marcan parámetros con la finalidad de
eventualmente cerrar un círculo para censurar, para condicionar
criterios bajo el argumento de una “línea editorial”.
Así
también, no aprobamos cuando personas abusan de este importante
derecho, pues no es libertad de expresión cuando las palabras son
utilizadas con la finalidad de provocar el daño a otros faltando a la
verdad, utilizando palabras denigrantes que ignoran otros derechos. Una
cosa es la libertad de expresarnos bajo un pensamiento distinto, pero
otra muy diferente es que se comunique con el afán exclusivo de
destruir. La expresión es un derecho pleno cuando se establece con el
firme propósito de defender lo que se cree; dentro de esto la mentira,
la calumnia y la trampa no tiene cabida.
Sin
embargo existe en el infierno seres aún de más baja calaña que los
calumniadores y es aquel que modifica sus convicciones a cambio del
dinero. No puede haber respeto para aquel que vierte su opinión
condicionada a una tarifa. Quizás Dante tenía razón al colocar a los
fraudulentos en su octavo círculo del infierno, pero reservó su noveno y
último círculo para los traidores. No hay peor ser que aquel que a
cambio de una cuota, traiciona su convicción y modifica sus ideales.
Debemos
de entender que en el curso de la historia política de los humanos, la
ley no siempre está en las manos de los íntegros. El acontecer en los
gobiernos es cíclico, por eso es un pilar respetar y defender los
principios de todas las libertades, ya que no siempre estas están en
boga. No podemos por lo tanto luchar por retener o recuperar aquello que
cuando tuvimos la oportunidad de hacerlo respetar, sufrió en nuestro
regazo el más bajo sentido de consideración.
Muchos
piensan que la libertad de expresión es un derecho de una vía, de esto
todo lo contrario. No puede existir la libertad de expresión si
carecemos del fino sentido de saber escuchar a los demás. La mejor
palabra muchas veces es aquella que no se dice y el más excelso respeto a
la tolerancia es saber escuchar. Es por ello que todo aquel que dentro
del margen de lo correcto expresa sus criterios, debe ser oído y
respetado. La divergencia es lo que hace una nación grande, el poder
debatir y consensuar es lo que hace que una democracia sea válida, todo
lo demás es tiranía.
Ante
esta realidad, tenemos que ser conscientes que escucharemos cosas que
no compartiremos e incluso muchas que estaremos dispuestos a oponernos
en buena lid; pero no podemos tolerar un universo donde el precio a
hablar sea el destierro, la censura, la intimidación o en el peor de los
casos, la muerte. Únicamente los carentes de razón, los que tienen
mentalidad corta o aquellos que pretenden imponer su verdad como
absoluta, son aquellos seres incapaces de establecer las rutas del
diálogo para alcanzar el bien común.
Hoy
estamos ante una Honduras cuya actual forma de gobierno ha sido
impuesta y no representa el genuino sentir de la mayoría. La libre
expresión en el voto ciudadano fue desechada y secuestrada por los
intereses mezquinos de unos pocos que se aferran a un poder que no les
pertenece. Ante esta realidad que vivimos actualmente, la voz y la pluma
de aquellos que con fundamentos se oponen constructivamente a nuestro
estado actual, deben ser potencializadas, no coartadas.
Hoy
más que nunca debemos levantar nuestro pensamiento con valentía,
teniendo como guía la brújula moral, no debemos facultar que se apodere
de nosotros el temor mayor que es sucumbir ante la permisividad de
rendir nuestras creencias y principios ante los esfuerzos de los que
otros injustamente nos pretenden imponer; tanto por aquellos que hoy
ostentan el poder, como de otros que hacen cola, esperando su turno en
el afán de continuar lo mismo, pero con otros nombres.
La
hora de alzar la voz desde la mejor trinchera posible ha llegado. Sea
esta trinchera las redes sociales, la protesta pacífica, la denuncia
exigente. Si los foros tradicionales han sido manchados ante el dominio
del poder, debemos crear nuestros propios espacios de expresión, pues
cuando la pluma calla, la ignorancia de los pueblos crece y con esto,
los abusos se sustentan.
Nuestras
palabras y sobre todo nuestra coherencia deben ser el camino que nos
convierta en actores de cambio positivo, esto implica tener la capacidad
de despojarnos del egocentrismo, de poder ver en las ideas de los demás
sentido y buscar en la medida de lo posible, el sustento del consenso.
Los que tenemos esta enorme bendición de llegar a miles de personas,
debemos ser guías de esperanza, debemos con nuestra voz ser actores de
construcción no de destrucción; pero ante todo, ser dignos de señalar
las injusticias, de demandar lo que es justo y es correcto.
Cuando
la pluma y la voz callan, muere la libertad. Cuando se fomentan
acciones destinadas a callar los pensamientos, estamos ante un peligro
inminente donde el resultado es el inicio de la pérdida de los derechos
de todos, pero especialmente del más débil.
La pluma debe ser la espada
que dignamente esgrime y venza la intolerancia; la pluma debe ser el
arma que esté preparada para ser oportunamente desenfundada ante la
amenaza que las injusticias se conviertan en la norma que rija nuestra
sociedad.
https://criterio.hn/2018/10/08/cuando-la-pluma-calla/
No hay comentarios :
Publicar un comentario