Honduras,
país con un poco más de 112 mil Km2, ocupado por tres bases militares
norteamericanos, con una población de más de 9 millones de habitantes,
de los cuales, cerca del 70% se encuentran en situación de pobreza,
capta nuevamente la atención internacional. Esta vez, por el dramático
éxodo humano, cuyas imágenes crudas ahogan en lágrimas hasta a los
ángeles del cielo.
Este
Estado, que por más de 180 años de República, había intentado lidiar y
sobrevivir con el permanente intervencionismo extranjero y sus
consecuencias letales, con el golpe de Estado de 2009 terminó por
quebrarse y convertirse en un evidente Estado fallido. Y, con el
fraudulento e inconstitucional reelección del actual Presidente Juan
Orlando Hernández (2017), el Estado fallido se materializó en un Estado
narcocriminal.
En
2009, el 58% de hondureños se encontraba en situación de pobreza.
Realidad que intentó revertir el destituido Presidente Manuel Zelaya,
pero fue destituido mediante un golpe de Estado promovido por el
gobierno de los EEUU. Así, las suicidas políticas neoliberales se
restauraron en el país.
En
2018, según informe de la ONU, el 68% de hondureños se encuentra en
situación de pobreza. Más de tres millones de hondureños apenas comen
una vez al día. Mientras, en dicha década, empresarios extranjeros en
Honduras, como el fallecido Facussé, se catapultaron como los hombres
más ricos de la región.
Frente
al golpe de Estado, cuyas consecuencias crudas se vive ahora en el país
centroamericano, la población se organizó en el inédito Frente Nacional
de Resistencia Popular (FNRP). Pero, con en toda dictadura, dicho
movimiento social pro derechos humanos, fue desarticulado, y muchos de
sus actores, asesinados.
El
gobierno norteamericano, la OEA, y la comunidad internacional,
aprobaron con su silencio dicha acción criminal. Y, ahora, el país es
prácticamente ingobernable. Sin Estado de Derecho, sin esperanzas de
vida, ni oportunidades laborales. Fracturado, se ahoga en sangre.
Honduras, desde 2009, es uno de los países más violentos del mundo.
Juan
Orlando Hernández, en 2014, llegó al gobierno predicando la Biblia, y
repartiendo bendiciones, al creyente y pentecostal pueblo de Honduras.
Una vez en el poder, ante su impopularidad social, se mantuvo en el
gobierno amparado en un discurso bíblico teológico, y protegido por el
gobierno norteamericano.
Pero,
la hambruna en Honduras es tan fuerte, y la muerte violenta hace de
cada instante de la vida prácticamente un acto de fe, que hondureños
empobrecidos con instinto de sobrevivencia emprenden un éxodo casi
apocalíptico hacia el prometido paraíso terrenal falaz del Norte, para
sumarse a los cerca de 1.2 millones de hondureños expulsados.
Qué
más le quedaba a la gente, en un país, cuya desgracia es su riqueza y
su vecindad tan próxima con los EEUU. Un país donde, cada año, más de
300 mil personas se hunden en la pobreza. Donde, no sólo se nace
empobrecido, sino también endeudado por gobiernos corruptos. Cada
hondureño nace con una deuda pública del equivalente a $. 1,350. ¿Qué
más se esperaba?
La
migración es un derecho, no un delito. El problema es el saqueador
colonialismo permanente que sufre Honduras. El calvario del éxodo
hondureño, evidencia el fracaso del criminal sistema neoliberal made in
USA. Y, es un campanazo para Colombia, Perú, Guatemala, Argentina o
Brasil, cuyos gobiernos serviles siguen esquilmado a sus pueblos bajo el
libreto neoliberal yanqui.
Ollantay Itzamná
Defensor latinoamericano de los Derechos de la Madre Tierra y Derechos Humanos
@JubenalQ
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