14/08/2018 / Loreta Telleria Escobar
La
post Guerra Fría ha marcado un nuevo tipo de intervencionismo en
América Latina por parte de los gobiernos de Estados Unidos. Aquel que
se caracterizaba por la ocupación armada de nuestros países, la
contratación de mercenarios para desestabilizar gobiernos nacionalistas o
simplemente el sustento de regímenes dictatoriales, ha dado paso a
nuevas formas de injerencia o manipulación política, económica y social,
caracterizadas por el objetivo permanente de consolidar su poderío
imperial, a través de un contundente mecanismo de destrucción de Estados
y naciones.
Los otrora
grandes países con tendencia progresista como Brasil y Argentina, hoy
están en manos de la derecha entreguista. El golpe parlamentario a
Dilma (2016) y el encarcelamiento de Lula (2018), no hace más que
mostrarnos que están dispuestos a todo para liquidar cualquier vestigio
del pasado inmediato. Quizás esto nos enseñe a entender que el poder es
un medio eficaz, no sólo para redistribuir la riqueza, sino para acabar
con aquellos que nos la arrebataron. Por su parte, Argentina está de
nuevo en el “Fondo” con Macri, como una fatídica señal de que la
historia se repite.
Estados Unidos está retomando sus dominios. Con la Organización de Estados Americanos (OEA) bajo sus designios, el apoyo siempre subordinado de países como Perú, Chile y Colombia[5], entre otros, y la recuperación de su influencia imperial en Argentina, Brasil y Ecuador, siente que es capaz de volver al pasado y con ello, tener en sus manos el control de una región estratégica en el mundo, capaz de proporcionarle una ventaja importante en el actual tablero geopolítico mundial, en el cual Rusia y China adquieren protagonismo.
Mientras tanto, la arremetida contra Venezuela, Nicaragua y Bolivia, únicos países que mantienen la línea esperanzadora del cambio, se presenta cada vez más implacable. El despliegue de los mecanismos intervencionistas no cesa y estos países deben luchar no solo contra la subversión política-ideológica interna, sino contra el entramado mediático orquestado en su contra. Los tres países, junto con la soberana Cuba, y el esperanzador triunfo de López Obrador en México, nos muestran un camino de resistencia y rebelión que debe continuar, porque aún, no todo está ganado.
A
partir de 1991, el nuevo orden mundial se transformaba en una panacea
de intereses económicos capitalistas, la distribución geográfica del
poder se concentraba en el mundo occidental, y la división social
mundial del trabajo daba lugar a un nuevo ciclo intensivo de
pauperización y disgregación social.
En
este nuevo escenario de transformación geopolítica, América Latina
continuó alineada al poder hegemónico de Estados Unidos. Con la
excepción de Cuba, todos los países del continente respondieron a los
principios ideológicos del neoliberalismo y como efecto de esto, tal
como sucedió en el pasado, problemas de deuda externa, déficit fiscal,
desempleo y pobreza se expandieron en la región. Al parecer, el
“unipolarismo” no venía a salvar al mundo de la desigualdad.
Pero
tampoco la post Guerra Fría significó paz; el mundo se vio envuelto en
un ciclo de nuevas violencias. A partir del año 2000, el espacio post
soviético, con las llamadas “Revoluciones de colores”, revelaron la
priorización de una nueva forma de intervención. Los golpes suaves o lo
que también se llama “subversión política-ideológica”[1],
mostraron que la guerra de posiciones de carácter imperial estaba
vigente y era efectiva. Frente a la posible influencia de Rusia y
China, Estados Unidos garantizó su control en Serbia-Yugoslavia (2000),
Georgia (2003), Ucrania (2004), Kirguistán (2005) y Líbano (2005).
Paralelamente,
luego del acto terrorista de 11 de septiembre de 2001 en Estados
Unidos, este gobierno junto con sus aliados europeos a través de la
OTAN, decidieron invadir y ocupar Afganistán (2001) e Irak (2003), con
saldos humanos aún desconocidos –entre
muertos, heridos y torturados–, pero con un amplio espectro de
ganancias económicas distribuidas entre los contratistas privados en
materia de reconstrucción, guerra, venta de armas y acceso directo a
territorios estratégicos y recursos petroleros. A esto se debe sumar
las acciones en Libia y Siria el año 2011, ambas con una conjugación
inteligente de estrategias: primero la subversión política-ideológica y
luego la invasión. El común denominador de todos estos acontecimientos
fue la participación activa del gobierno de Estados Unidos y sus
agencias de “cooperación”. Su acción conspirativa y desestabilizadora
no sólo fue capaz de propiciar la intervención, peor aún, de destruir
los Estados intervenidos…
Un impacto movilizador
Por
su parte, en América Latina, donde el balance geopolítico siempre
favoreció al imperio, en el mismo periodo en el que se realizaban las
revoluciones de colores y las invasiones en Medio Oriente, Asia central y
África, ocurría un proceso inédito: varios países se alineaban en
contra del imperialismo y el dominio despótico del capitalismo. Los
años comprendidos entre el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela en 1999 y
la conformación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(CELAC) en 2010, marca en la región la Década de la resistencia y la unidad. Nunca antes se había visto un avance tan certero de lo que en su tiempo soñaron Martí y Bolívar.
Venezuela
con Chávez, Brasil con Lula (2003), Argentina con Néstor Kirchner
(2003) y Cristina Fernández (2007), Uruguay con Tabaré Vásquez (2005) y
José Mujica (2010), Honduras con Manuel Zelaya (2006), Bolivia con Evo
Morales (2006), Nicaragua con Daniel Ortega (2007), Ecuador con Rafael
Correa (2007) y Paraguay con Fernando Lugo (2008), marcaron un ciclo
histórico que se vio reflejado, en cada uno de sus países, en la
aplicación de políticas de carácter social y económico con resultados
satisfactorios en los sectores más vulnerables de la sociedad.
A
nivel regional el impacto fue movilizador. La creación de la Alianza
Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA) en 2004, la
derrota del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) un año
después, junto con la constitución de la Unión de Naciones Suramericanas
(UNASUR) en 2008 y la CELAC en 2010, mostraron al mundo la construcción
de un bloque unido, capaz de tener voz propia y de afrontar todo
aquello que iba en contra de sus intereses estatales y regionales. Sin
duda, la historia marcará este periodo como aquel en el cual América
Latina estuvo muy cerca de lograr su independencia.
Pero
cual tentáculos que luchan en varios frentes, el gobierno de Estados
Unidos y sus respectivos mecanismos de injerencia, llámese Embajadas,
Comando Sur, CIA, USAID, DEA, NED, IRI, NDI[2],
etc., trabajaron arduamente para revertir este alineamiento regional
autónomo. Los procesos contra hegemónicos se vieron atacados por el
montaje de golpes de estado, golpes suaves, uso de la diplomacia de la
intervención[3], y todo aquel mecanismo que desestabilice y acabe con los gobiernos de corte progresista.
Nada
más se debe recordar los golpes de Estado frustrados contra Hugo Chávez
(2002), Evo Morales (2008) y Rafael Correa (2010), los golpes exitosos
contra Manuel Zelaya (2009) y Fernando Lugo (2012), el despliegue de
seguridad norteamericano con la reactivación de la IV Flota del Comando
Sur (2008), la instalación de nuevas bases militares de avanzada (FOL)
en varios países de la región y la implementación de estrategias más
flexibles y ágiles del Departamento de Defensa, en cuanto a despliegue
de personal de inteligencia y entrenamiento de Fuerzas Especiales.
En
este mismo periodo, financiados por el gobierno norteamericano,
Colombia y México implementaron planes contra el narcotráfico y el
terrorismo, tal es el caso del Plan Colombia (2000) y el Plan Mérida
(2008), que más allá de sus catastróficos resultados internos, cumplían
la función de militarizar la región; que junto con los diversos acuerdos
de libre comercio firmados por Estados Unidos y algunos países
latinoamericanos[4], tenían el objetivo de hacer un contrapeso al poder emergente de los gobiernos de izquierda.
La vuelta al pasado
Lamentablemente,
en los últimos años el alineamiento contra hegemónico ha sido
debilitado por aquellos dos actores que históricamente han usurpado la
independencia política y económica de nuestros países: el gobierno de
Estados Unidos y las élites antinacionales latinoamericanas. Un nuevo
oleaje intervencionista ataca la región. La unidad latinoamericana
lograda en la década irredenta, cada día se debilita más. El ALBA,
UNASUR y la propia CELAC están siendo desestructurados por parte de sus
propios creadores.
Estados Unidos está retomando sus dominios. Con la Organización de Estados Americanos (OEA) bajo sus designios, el apoyo siempre subordinado de países como Perú, Chile y Colombia[5], entre otros, y la recuperación de su influencia imperial en Argentina, Brasil y Ecuador, siente que es capaz de volver al pasado y con ello, tener en sus manos el control de una región estratégica en el mundo, capaz de proporcionarle una ventaja importante en el actual tablero geopolítico mundial, en el cual Rusia y China adquieren protagonismo.
Mientras tanto, la arremetida contra Venezuela, Nicaragua y Bolivia, únicos países que mantienen la línea esperanzadora del cambio, se presenta cada vez más implacable. El despliegue de los mecanismos intervencionistas no cesa y estos países deben luchar no solo contra la subversión política-ideológica interna, sino contra el entramado mediático orquestado en su contra. Los tres países, junto con la soberana Cuba, y el esperanzador triunfo de López Obrador en México, nos muestran un camino de resistencia y rebelión que debe continuar, porque aún, no todo está ganado.
- Loreta Telleria Escobar
es politóloga y economista boliviana. Magíster en Estudios Sociales y
Políticos Latinoamericanos, Investigadora en temas de seguridad, defensa
y relaciones Estados Unidos-Bolivia. loretatelleria@yahoo.es
[1]
Una modalidad de la actividad del enemigo dirigida a actuar sobre la
conciencia de personas, grupos, sectores de la sociedad o la población,
con el propósito de inducirlos a adoptar conductas o realizar acciones
que apunten en la dirección de revertir el régimen socialista, creando
un resentimiento opositor con base social necesaria destinada para
socavar desde dentro nuestra sociedad y tomar el poder político con el
objeto de transformar el sistema socio político y económico vigente.
En: García, Iturbe Néstor y Osvaldo Sotolongo (2012), Subversión Política Ideológica, Ciencias Sociales: La Habana
[2]
CIA (Agencia Central de Inteligencia), creada en 1947. USAID (Agencia
de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional), creada en 1961.
DEA (Administración para el Control de Drogas), creada en 1973. NED
(Fundación Nacional para la Democracia), IRI (Instituto Republicano
Internacional), NDI (Instituto Nacional de Democracia), creadas en 1983.
[3]
Radica en la aplicación, en el ámbito de las relaciones
internacionales, de determinados métodos de relacionamiento, que se
caracterizan por el uso de mecanismos de presión o coacción, con el fin
de cumplir objetivos exclusivos del país que los aplica, en detrimento
de la soberanía del país receptor.
[4]
Se tiene Acuerdos de Libre Comercio de Estados Unidos con Colombia,
Panamá, Chile, Perú, República Dominicana y todos los países de
Centroamérica. Con México tiene el TLCAN que incluye a Canadá.
[5]
No es casual que Colombia haya sido el único país en la región en
apoyar el ataque a Irak el año 2003 y en haber asumido en mayo de 2018
el rol de “socio global” de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN).
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento: Integración en tiempos de incertidumbre 27/07/2018 |
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