lunes, 2 de octubre de 2017

¿Logrará Cataluña ser una Nación Soberana? // España primitiva, ni nación, ni democracia


El establishment del Estado español estaría formado por las élites financiera-empresarial, política, militar, jerarquía católica, universitaria y mass media que serían los herederos naturales del legado del General Franco y que habrían fagocitado todas las esferas de decisión (según se desprende de la lectura del libro “Oligarquía financiera y poder político en España” escrito por el ex-banquero Manuel Puerto Ducet), iniciando asimismo una deriva autoritaria que habría ya convertido a la pseudodemocracia española en rehén del establishment y que tendría como objetivo último la implementación del Estado Tardofranquista.

                          El Tardofranquismo sería hijo del Tejerazo o golpe blando de 1.981 en el que los líderes políticos confinados en el Congreso fueron “invitados” a aceptar un acuerdo tácito por el que se declaraban intocables el establishment asociado al sistema monárquico, al sistema político bipartidista y a la “unidad indisoluble de la nación española” y estaría plasmado en la todavía vigente Constitución de 1.978, Carta Magna que estaría blindada ante cualquier cambio institucional que se pueda producir en el Estado español con lo que se cumpliría una vez más la profecía : “Todo está atado y bien atado”.

El Tardofranquismo sería un anacronismo político que bebería de las fuentes del centralismo jacobino francés y del paternalismo de las dictaduras blandas y que incluirá en su cartografía la llamada “Doctrina Aznar”, distopía que tendría como ejes principales la culminación de la “derrota institucional de ETA para impedir que el terrorismo encuentre en sus socios políticos el oxígeno que le permita sobrevivir a su derrota operativa” y el mantenimiento de la “unidad indisoluble de España “, lo que se traducirá en la inicial prohibición por el Gobierno central de la celebración del “referéndum consultivo” de la Generalitat catalana y la posterior suspensión de la Autonomía catalana.

La perfección negativa del Estado español
El término distopía fue acuñado a finales del siglo XIX por John Stuart Mill en contraposición al término eutopía o utopía, empleado por Tomas Moro para designar a un lugar o sociedad ideal. Así, distopía sería “ una utopía negativa donde la realidad transcurre en términos antagónicos a los de una sociedad ideal”.Las distopías se ubican en ambientes cerrados o claustrofóbicos enmarcados en sistemas antidemocráticos, donde la élite gobernante se cree investida del derecho a invadir todos los ámbitos de la realidad en sus planos físico y virtual e incluso , en nombre de la sacro-santa Unidad de España y a eliminar el principio de inviolabilidad ( habeas corpus) de las personas, síntomas todos ellos de una posterior deriva totalitaria del Estado español plasmada en la instauración de la Ley Antiterrorista, la persistencia de la tortura, la Ley Mordaza y la unidad indisoluble del Reino de España, elementos constituyentes de la llamada “la perfección negativa”, término empleado por el novelista Martín Amis para designar “la obscena justificación del uso de la crueldad extrema, masiva y premeditada por un supuesto Estado ideal”.

¿Hacia la utopía en Cataluña?
El concepto de cambio cualitativo o discontinuidad se produce cuando simples cambios cuantitativos pasan a ser otra cosa diferente y el sistema se transforma internamente de modo radical en una nueva realidad que modifica su situación de equilibro interno y se crea una situación nueva (Finiquito del Régimen del 78 en España), tesis defendida tan sólo por los grupos independentistas catalanes (PDCAT, ERC y CUP) y que es asociada por el aparato mediático del sistema dominante (mass media) del Estado español con el advenimiento del caos.

En Cataluña se habría producido una silenciosa metanoia que traducido a la actual coyuntura se traduciría como “transformar la mente para adoptar una nueva forma de pensar, con ideas nuevas, nuevos conocimientos y una actitud enteramente nueva ante la irrupción del nuevo escenario socio-económico-territorial”. Ello llevaría implícito la doble connotación de movimiento físico (desandar el camino andado) y psicológico (cambio de mentalidad tras desechar los viejos estereotipos territoriales vigentes en la última década) y que tendrá como efectos benéficos la liberación de la parte indómita del individuo primigenio (el lobo estepario) que ha permanecido agazapado en un recodo del corazón, sedado y oprimido por la tiranía de la manipulación consumista de la actual sociedad burguesa.

En consecuencia, estamos asistiendo en Cataluña a la aparición de un nuevo individuo (Individuo Multidimensional) reafirmado en una sólida conciencia crítica y sustentado en valores caídos en desuso como el sentimiento de Nación, la solidaridad y la indignación colectiva ante la corrupción e injusticia imperantes y dispuesto a quebrantar las normas y las leyes impuestas por la “monarquía de las tinieblas” del Estado español y que logrará finalmente la utopía de una Cataluña Soberana tras una época traumática en la que agonizará lo viejo sin que amanezca lo nuevo.

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España primitiva, ni nación, ni democracia  

La península ibérica, desde tiempos inmemoriales estuvo habitada por un “archipiélago” de tribus (condados) que se guerreaban entre sí, pero que se agrupaban, por momentos, bajo el mando de algún Rey militar para combatir a enemigos comunes.
Por intereses de subsistencia, desde el siglo XII, para hacer frente al panexpansionismo musulmán, paulatinamente los caudillos de dichas tribus fueron intercambiando a sus hijas para sellar “pactos políticos”. Fue lo que ocurrió con el pacto Catalunya-Aragón, origen de la actual “unión” que no pudo ser de Catalunya – España.

Estas tribus aunados, movidos siempre por intereses económicos-políticos, abrieron fuego en otros continentes, saquearon riquezas ajenas. Pero fueron incapaces de compartir equitativamente los botines de guerra. Ocurrió con la invasión española a América. España no supo compartir, ni le dio oportunidades que Catalunya exigía. He allí la génesis del “salvaje” proceso secesionista democrático que vive Catalunya española.

En otras palabras, la idílica comunidad política imaginada (por la ciencia política occidental) de Estado nación jamás existió, ni pudo ser en el archipiélago de reinos de España. Mucho menos un Estado democrático. ¿Qué democracia puede ser aquella que aporrea manu militari a sus súbditos del Monarca sólo por realizar una autoconsulta regional?

Un Estado nación requiere de un proyecto de comunidad política construida y compartida por, entre, y para todos. Cuyos beneficios y obligaciones se comparte paritariamente. Cuya identidad nacional inyecta sentido de pertenencia y sentimientos de orgullo en sus habitantes.

En la España actual, después de más de ocho siglos de intento de nación, los vascos y catalanes se ofenden cuando se les llama españoles. Luego del zafarrancho del Estado democrático del 1 de octubre, la vergüenza será mayor.

Las élites económicas catalanes, en pleno siglo XXI, arengaron y enfilaron a las “urnas” a la población bajo la consigna de “España nos roba”. Siendo esta región autónoma la “fábrica de España”. La más rica en el porcentaje del Producto Bruto Interno (18% del PIB de toda España), incluso por encima de Madrid. ¿Dónde estaba el robo, pues?

Como a principios del siglo XVIII (Rey Felipe V), España con brutalidad militar intenta prohibir la institucionalización del uso oficial del idioma catalán en dicha región (recortes al Estatuto Autonómico Catalán en 2010). ¿Acaso la España moderna no se declara en su Constitución Política (de 1978) Estado Plurinacional? ¿Acaso Catalunya no es una de las 17 regiones autónomas legalmente constituidas? ¿Acaso el uso del idioma, y la administración propia de la justicia no son elementos constitutivos de un Gobierno Autónomo?

Un amigo musulmán, carpintero de oficio, me dijo con sarcasmo, en Madrid, refiriéndose a España. “Este país alardea ser moderno, pero pasaron directamente del burro al avión”. Sin pasar por el automóvil. Y, el hecho que franceses y alemanes (de la Unión Europea) los hayan tomado como sus guardianes en el Sur continental para evitar “la avalancha de migrantes indeseados” a cambio de hacerles creer que “España era parte de los privilegios de la Unión Europea”, es una evidencia.

La España octocentenaria no pudo ser nación. Mucho menos pudo salir del primitivo uso de la fuerza bruta para “mantener la unidad nacional”. Ingresó a la ilusa modernidad por la ventana, sin ilustración básica.

Mucho menos pudo ser un Estado democrático. No es tanto que haya intentado ser una democracia con Rey y con súbditos (en lugar de ciudadanos), sino que como en la edad de la piedra, su Monarca y élite política “muelen” a palos a cuanto “español” se atreva a ejercer sus legítimos derechos establecidos en Ley. Eso hace que lo que sospechábamos de la rusticidad intelectual española se confirme, ahora, de sobre manera.

Ayer, se fueron los catalanes. Ahora, se van los vascos. Mañana se irá el resto de “españoles”. Que el último pague la cuenta (que los bancos no perdonan) y apague la luz. Y que la Unión Europea se contrate nueva gendarmería.

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