Mucho
se habla en estos tiempos caóticos e inciertos sobre la necesidad de un
diálogo que nos conduzca a una sociedad hondureña reconciliada. Nadie
en su sano juicio y que crea en la democracia y en la hermandad entre
los seres humanos podría rechazar el diálogo ni menos la reconciliación
cuando estamos atrapados en conflictos, divisiones, violencias,
desconfianzas, confrontaciones y mentiras.
Sin
embargo, hablar de diálogo y de reconciliación con demasiada facilidad,
sin tocar el fondo de lo que origina las polarizaciones, divisiones y
violencias puede ser engañoso, y en lugar de hacer frente a los
conflictos, los podría evadir o esconder. Un diálogo que no enfrente las
profundas desigualdades sociales y la verdad sobre la corrupción, puede
convertirse en un instrumento al servicio de la impunidad. La
reconciliación que habla sin más de un perdón sin tocar el actual estado
de cosas, como si se tratara de un borrón y cuenta nueva sobre delitos,
impunidades y corrupciones sería un recurso estupendo al servicio de
los fuertes y en detrimento de las víctimas.
Hay
gente que concibe la reconciliación como resignación, o aceptación
pasiva de lo que ha ocurrido, mientras que en el otro extremo hay
personas y grupos que valoran la reconciliación como un prolongado y
casi inacabado proceso de reconstrucción de los tejidos sociales,
humanos, políticos, culturales y espirituales de las sociedades.
La
reconciliación no puede ser jamás olvido de crímenes, abusos,
corrupciones e impunidades ejercidas por personas y grupos amparados en
el poder del Estado; ni puede reducirse a decretos en donde los impunes
se quedan tranquilos y las víctimas humilladas y en el olvido. Para
alcanzar una verdadera reconciliación es necesario un proceso de diálogo
que saque a luz la verdad sobre los conflictos, las desigualdades y que
identifique a los responsables de las violaciones y a los hechos de
corrupción.
Un
proceso de diálogo hacia la reconciliación de la sociedad no puede ser
convocado ni conducido por quienes son cuestionados o están
identificados como parte fundamental del problema o promotores directos
de la crisis. Un proceso de diálogo hacia la reconciliación de la
sociedad liderado por un gobierno que, como el actual, tiene una de las
cuotas más alta de responsabilidad en los hechos de corrupción y en la
inestabilidad institucional, puede ser cualquier cosa, pero nunca puede
ser llamado un diálogo y menos que sea un proceso que conduzca hacia la
reconciliación. Y es de este diálogo, más literario que real, del que
más se habla entre los círculos convocantes y que no han dado ninguna
señal de querer hacer las transformaciones que necesitamos en Honduras.
El
diálogo que conduzca a la reconciliación en asuntos políticos y
sociales es un proceso que nos debía llevar a un rehacer relaciones de
confianza y a un aprender a vivir juntos en medio de las diferencias y
de los disensos. Y para que esto suceda, son necesarios procesos que
lleven a saber la verdad, y que cada actor de la sociedad admitamos
nuestra responsabilidad en la crisis; supone rendir cuentas conforme a
un estricto proceso judicial; y supone la reparación de la dignidad de
las víctimas Escuchar y descargar Nuestra Palabra
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