jueves, 4 de junio de 2015

honduras: Herencia indeseable, editorial EL LIBERTADOR impreso, junio de 2015

Ante los hechos en Honduras tras 2009, ni los golpistas creyeron que un golpe de Estado podría arrinconarlos a ellos mismos, pensaron que los militares pondrían en cintura el ánimo colectivo revuelto y el terror táctico  de calle devolvería el equilibrio interno a “la institucionalidad” del poder.

El golpe de Estado convirtió a Honduras en tierra de travesía salvaje para todos los sectores, donde destaca la catástrofe del pueblo hondureño y la expansión militar de Estados Unidos en América Latina que, aprovechando la ficción institucional hondureña, ha fortalecido el poder asaltante de sus bases y ha rebajado nuestro país a triste extensión de periferia dominada.  
Tan enferma está la nación posgolpe después de seis años que un gobierno si aspira a concluir el mandato, o se asocia con la ciudadanía mediante un nuevo acuerdo de buena gobernanza, o se atrinchera con los militares para planificar la terquedad del absolutismo y la metódica distribución del miedo.   

Desde el golpe, Honduras se hundió en los tonos del rezago político cerril que tristemente exhibía hace 60 años cuando nadie imaginaba la existencia de las palabras “Derechos Humanos”. La ley del más fuerte era el Estado.

Entonces los militares eran el Gobierno al servicio servil de las ciudades bananeras de Estados Unidos; lo cierto era que el enclave transnacional decidía en nuestro territorio del norte el derecho a la humillación humana que, junto al envenenamiento de la tierra exento de tributos y el esclavismo laboral con poderes sobre la vida del campeño, formaban en gran parte el esquema de atracción de capitales en la “prisión verde”, tal como describió esos campos de concentración el escritor nacional, Ramón Amaya Amador.

Los gobernantes hondureños han tenido la marca indeleble de la traición a su pueblo, y destacan en la historia por su inferioridad ante Estados Unidos, hay varios ejemplos cuando la autoridad hondureña ha entregado corriendo su espacio para que Washington destruya, frene o dilate procesos sociales de sus vecinos, contra Guatemala en 1954 y contra Nicaragua en 1980.

El golpe de Estado del 28 de junio de 2009 aclaró que en pleno siglo XXI la elite empresarial y política del país sigue enraizada en la incompetencia, obsoleto modo de pensar y estilo irresponsable de trabajo. De nuevo falló la gerencia del país, después que habían pasado casi tres décadas de relativa estabilidad social y de alternancia de gobiernos bipartidistas empeñados en expresar que están lejos de la cima moral e intelectual para entender y saldar la deuda de desarrollo que ya días reclama el pueblo hondureño.      

Ante los hechos en Honduras tras 2009, ni los golpistas creyeron que un golpe de Estado podría arrinconarlos a ellos mismos, pensaron que los militares pondrían en cintura el ánimo colectivo revuelto y el terror táctico  de calle devolvería el equilibrio interno a “la institucionalidad” del poder.

El ajetreo ha sido penoso en seguridad nacional, cerca de 60 mil hondureños han sido asesinados en los últimos seis años, uno cada hora. Por eso la ONU al procesar el ranking de violencia mundial no dudó en darle al país el primer lugar durante tres años continuos, periodo 2012-2014.   

El gasto ha sido enorme, el presupuesto militar aumentó en 420 por ciento entre 2006 y 2015, al pasar de un mil millones a casi seis mil millones. Saldría más barato al Gobierno cumplir las promesas de campaña.

El resultado es que no funcionó el paramilitarismo económico, los guantes blancos de los capitalistas se mancharon y las antorchas van creciendo, blandeando llamas que amenazan esas repentinas fortunas frágiles.   


"¡La vida es un banquete, y muchos pobres están hambrientos hasta la muerte!" dice parte del guión de “La tía Mame”. Desde luego, esta oración el poder no debería tomarla tan literal en Honduras, la primavera se acerca.  

http://www.web.ellibertador.hn/index.php/avance/114-herencia-indeseable-editorial-el-libertador-impreso-junio-de-2015

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