El
golpe de Estado convirtió a Honduras en tierra de travesía salvaje para
todos los sectores, donde destaca la catástrofe del pueblo hondureño y
la expansión militar de Estados Unidos en América Latina que,
aprovechando la ficción institucional hondureña, ha fortalecido el poder
asaltante de sus bases y ha rebajado nuestro país a triste extensión de
periferia dominada.
Tan
enferma está la nación posgolpe después de seis años que un gobierno si
aspira a concluir el mandato, o se asocia con la ciudadanía mediante un
nuevo acuerdo de buena gobernanza, o se atrinchera con los militares
para planificar la terquedad del absolutismo y la metódica distribución
del miedo.
Desde
el golpe, Honduras se hundió en los tonos del rezago político cerril
que tristemente exhibía hace 60 años cuando nadie imaginaba la
existencia de las palabras “Derechos Humanos”. La ley del más fuerte era
el Estado.
Entonces
los militares eran el Gobierno al servicio servil de las ciudades
bananeras de Estados Unidos; lo cierto era que el enclave transnacional
decidía en nuestro territorio del norte el derecho a la humillación
humana que, junto al envenenamiento de la tierra exento de tributos y el
esclavismo laboral con poderes sobre la vida del campeño, formaban en
gran parte el esquema de atracción de capitales en la “prisión verde”,
tal como describió esos campos de concentración el escritor nacional,
Ramón Amaya Amador.
Los
gobernantes hondureños han tenido la marca indeleble de la traición a
su pueblo, y destacan en la historia por su inferioridad ante Estados
Unidos, hay varios ejemplos cuando la autoridad hondureña ha entregado
corriendo su espacio para que Washington destruya, frene o dilate
procesos sociales de sus vecinos, contra Guatemala en 1954 y contra
Nicaragua en 1980.
El
golpe de Estado del 28 de junio de 2009 aclaró que en pleno siglo XXI
la elite empresarial y política del país sigue enraizada en la
incompetencia, obsoleto modo de pensar y estilo irresponsable de
trabajo. De nuevo falló la gerencia del país, después que habían pasado
casi tres décadas de relativa estabilidad social y de alternancia de
gobiernos bipartidistas empeñados en expresar que están lejos de la cima
moral e intelectual para entender y saldar la deuda de desarrollo que
ya días reclama el pueblo hondureño.
Ante
los hechos en Honduras tras 2009, ni los golpistas creyeron que un
golpe de Estado podría arrinconarlos a ellos mismos, pensaron que los
militares pondrían en cintura el ánimo colectivo revuelto y el terror
táctico de calle devolvería el equilibrio interno a “la
institucionalidad” del poder.
El
ajetreo ha sido penoso en seguridad nacional, cerca de 60 mil
hondureños han sido asesinados en los últimos seis años, uno cada hora.
Por eso la ONU al procesar el ranking de violencia mundial no dudó en
darle al país el primer lugar durante tres años continuos, periodo
2012-2014.
El
gasto ha sido enorme, el presupuesto militar aumentó en 420 por ciento
entre 2006 y 2015, al pasar de un mil millones a casi seis mil millones.
Saldría más barato al Gobierno cumplir las promesas de campaña.
El
resultado es que no funcionó el paramilitarismo económico, los guantes
blancos de los capitalistas se mancharon y las antorchas van creciendo,
blandeando llamas que amenazan esas repentinas fortunas frágiles.
"¡La vida es un banquete, y muchos pobres están hambrientos hasta la muerte!" dice parte del guión de “La tía Mame”. Desde luego, esta oración el poder no debería tomarla tan literal en Honduras, la primavera se acerca.
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