Muchas calles, parques y plazas de las principales ciudades del país ya están adornadas con luces especiales. Las canciones navideñas suenan en la radio y las ofertas con la publicidad arrolladora forman parte de una realidad que nos invita a derrochar lo poco que tenemos y hasta lo que no tenemos, porque si actuamos distinto atentamos contra el espíritu de la navidad, nos dice el comercio. En nombre del nacimiento del hijo de Dios se realizan distintas actividades que nos alejan más de lo que Dios quiere que vivamos como cristianos y cristianas.
En
estos días de diciembre se hace publicidad con unos “aguinaldos” que
millones de desempleados jamás podrían disfrutar, mientras aquellas
personas que lo reciben, solo lo ven pasar porque las jaranas son tan
grandes que el aguinaldo está empeñado a veces desde mediados de año.
Mientras la publicidad nos llena los ojos y hasta el corazón con
supuestas ofertas comerciales, la inmensa mayoría de la gente se
retuerce de angustia por encontrar un trabajito que permita garantizar
el arroz, los frijoles y los huevos para alimentar a sus familias.
Sin
embargo, nunca faltan los detalles, las ternuras de tanta gente que
desde sus pobrezas organizan sus tradicionales posadas que recuerdan la
sencillez en la que nació Jesús, el hijo de María, y las durezas que
tuvo que pasar aquella familia atrapada en una sociedad en la que no
había cabida para quienes ponían su fe en la gratuidad y nunca en el
mercado, el capital y en los privilegios.
Hoy
se repite con auténtico dramatismo la marginalidad en la que nació
Jesús, y la publicidad nos restriega en la cara en estos días
dicembrinos que las cosas no han cambiado desde entonces. Los últimos
datos que maneja el Instituto Nacional de Estadísticas nos indica que 6
de cada 10 familias vive en condición de pobreza, es decir que están
como la familia de Jesús, sin que se abra la puerta de la dignidad y de
la inclusión.
Es
cierto que cada quien puede hacer de su dinero lo que quiera. Sin
embargo, el derroche y el malgastar los recursos en un país en donde
existe tanta calamidad humana, es una práctica antiética y
anticristiana. En tiempos de hambre nadie puede usar un dinero para
malgastarlo sin atentar contra la dignidad de otros, porque antes de mi
exclusivo bienestar existe la búsqueda del bien común. Y diciembre es un
tiempo propicio para iniciar con un cambio en nuestras vidas que nos
devuelvan los valores de solidaridad, hermandad y compromiso.
No
olvidemos que la solidaridad y el compartir, son valores que no deben
jamás ser coyunturales, que sólo en fechas especiales los pongamos en
práctica, Compartamos nuestras alegrías, nuestras penas y nuestras
tristezas, porque en un mundo tan individualista, violento e
intolerante, como el que hoy tenemos, se hace más necesaria y urgente el
reto de humanizarnos, socializarnos y crear lazos de solidaridad. Escuchar y descargar Nuestra Palabra
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