martes, 29 de abril de 2014

HONDURAS: María Maclovia y Nanda, víctimas de la represión militar


 Rita Santamaría /  Fotografías Cortesía de la revista Vida Laboral
María Maclovia es la viuda de Lorenzo Zelaya, uno de los siete campesinos asesinados por los militares en la montaña Delicias del Jute,  ubicada a unos 15 kilómetros de la ciudad de El Progreso, Yoro, en el norte de Honduras.
Para llegar la montaña se hace por la carretera hacia Tela, al llegar cal desvío de la aldea Delicias de El Jute, se caminan 8 kilómetros por carretera de tierra,  hasta llegar a la comunidad Fuerzas Vivas, exactamente allí fue donde un 30 de abril de 1965, varios militares asesinaron a Lorenzo Zelaya, esposo de  María Maclovia.
 Junto a Lorenzo Zelaya estaban otros campesinos: Hermelindo Villalobos, Rufino López Canales,  Benito Díaz, Aquileo Izaguirre, Benedicto Cartagena y José María Izaguirre, eran hombres que necesitaban tierras para trabajar y mantener a sus  familias.
María Maclovia describe a su esposo Lorenzo Zelaya como un hombre que amaba la tierra y que luchaba por ella, un ser humano solidario, responsable con su familia y muy comprometido  con la organización.
 “El día de la masacre yo estaba en el hospital acompañando a uno de mis hijos, allí pasé varios días y me  di cuenta de lo sucedido días después, esa masacre me impactó tanto que creció en mí bastante miedo de que me mataran con mis hijos. Recuerdo que un día estaba en un lugar y otro día en otro, es decir que yo vivía en varios lugares y en todos sentía miedo. 
A cada lugar que iba, tenía que cambiarse el nombre, ella y sus hijos. Y así tenía que ser porque las botas militares la taloneaban para matarla a ella y a sus hijos. Nunca pudo olvidar la última mirada y el último gesto de su esposo. Y más lo recordaba cuando le pesaba en el alma no haber visto su cadáver, ni siquiera velarlo y enterrarlo. "Ese dolor me acompañó el resto de mis días. Y lo tengo en mi corazón como si hubiera sido ayer".
Aunque ya han pasado 49 años de esta masacre, doña María Maclovia afirma que sigue sintiendo miedo y que le da hasta miedo decir su nombre. Sin embargo siente alegría saber que aún hay personas que se interesan por conocer la historia de estos hombres  que amaron y lucharon por la tierra.
Doña Nanda y sus hijas aun  lloran la muerte de los campesinos
Doña Nanda y a dos de sus hijas les tocó vivir aquella mañana sangrienta, la cual recuerdan como si fue ayer. En sus mentes están intactos los momentos de la masacre, vieron como los militares iban matando a los campesinos uno por uno.
La noche anterior se acostaron temprano en la casa de Aquileo. Veinticinco soldados al mando del teniente Carlos Aguilar, de El Progreso, ya andaban por el lugar desde un día antes. La esposa de Aquileo se levantó a las cuatro de la mañana, preparó café y desayuno. Al rato entraron Benito Díaz, Lorenzo Zelaya, Hermelindo Villalobos, Benedicto Cartagena y Rufino López, este último era sobrino de Aquileo. Ellos habían Llegado días antes al campamento que tenían como a un kilómetro de la casa. En ese momento venían de desenterrar unas armas que dejaron escondidas en unos matorrales cercanos.
La Señora les sirvió café. Ya estaban todos comiendo, cuando por la ventana vio cruzar una sombra que se quedó en un palo de naranjo. – Dios mío!, dijo Nanda. – Que fue?, preguntó Aquileo – Un hombre que vi pasar allí. – Cállense no hagan bulla, dijo Aquileo.
Pero ya tenían rodeada la casa de militares y de inmediato entraron los militares. Arriba!, dijo la tropa. Y mire que en ese momento nadie pudo hacer nada, cuenta doña Nanda.

Ella recuerda que entre el grupo de soldados iba Aquilino lnestroza, un ex miembro del grupo expulsado en Mezapita que reconoció a sus ex compañeros. “Uno por uno los iban sacando a la fuerza de la manito como quien saca un niño, y pas, pas, al que iban sacando lo iban matando”, dijo doña Nanda.
“Aquileo fue el primero que mataron. Le quitaron los testículos y le cortaron la lengua. Con José María hicieron lo mismo. A Rufino casi lo trozaron de la cintura con la ametralladora y se fue de espalda. Ay, me mataron, gritó. Se quiso como sentar, pero quedó de rodillas. Antes de morir dijo “Denme agua”. - Denle agua, dijo un soldado. Y trajeron en una paila, pero a la vez le preguntaban de dónde venían, donde habían estado y cuántos eran los que estaban allí.
-Mira papaíto, te vamos a llevar a curar, pero decinos donde están, le hablaban amablemente. “Como él no les dijo nada, un hombrecito así bajito, algo trabadito que le decían Olancho le hundió un puñal en la garganta y después se hincó y le chupó la sangre.”, relata Ángela, hija de doña Nanda.
A los demás los mataron igual, en el patio, torturándoles y haciéndoles cosas horribles. Después siguieron buscando gente”, agrega doña Nanda, con sus ojos llenos de lágrimas.
 “Ya muertos ellos, nos sacaron de la casa y nos pusieron en fila. Yo estaba chineando mi hijo de 40 días de nacido. A mí me golpeaban porque querían que les dijera quien era el papá del niño. Que dónde estaba. Yo no sabía, porque ignoraba todo eso, él se había ido”.
- Ponelo ahí en el suelo!, me decían. – Como se pone a creer que voy a poner el niño ahí?, les respondía.  -Y seguían golpeándome con un machete y con la mano, me dejaron hinchada. A mi hermana Alba también la golpearon, pero no se acuerda porque le agarraron los nervios, le preguntaban dónde estaba su hermano Victoriano. Él se había quedado escondido en el tabanco y después salió. A mi hermano no lo mataron porque ellos pensaron que él sabía dónde estaban las armas”, contó Ángela.
Doña Nanda, recuerda que ella les decía a los militares que la mataran, ella tenía un niño en los brazos y los otros que se agarraban de su vestido. – No los maten, dejen esos niños, dijo un soldado.
LOS MILITARES MATARON A UN SOLDADO
Las mujeres cuentan que los mismos soldados mataron a otro porque lo confundieron. Lo miraron que venía de reculada para atrás, ahí nomás le pagan el tiro. Cayó casi a mis pies, con los sesos de fuera y quedó con los ojos abiertos como viéndome, en el mero umbral de la puerta de la casa. Nosotros ya estábamos en fila y todos los demás estaban muertos”, recuerda Alba, la otra hija de doña Nanda.
- Ay, mira que matarnos al compañero, dijo un soldado. – Que barbaridad, lo matamos, se lamentó otro. Al soldado lo levantaron y Se lo llevaron.
La casa la saquearon, se llevaron la ropa y zapatos buenos, radios y una alcancía llena de monedas de veinte centavos que tenía la familia. A las niñas les quitaron los aritos y cadenas que andaban. En una cobija juntaron las cosas e hicieron una sola maleta. Después quemaron la casa que era de madera y manaca.
Aquileo tenía más de 20 cargas de maíz, café y frijoles. Había madera aserrada como para hacer dos casas. Adentro de la casa había perros y unas gallinas echadas. Se escuchaban los aullidos de los animales.
Los cuerpos de tres asesinados que quedaron a la orilla de la casa se quemaron porque les cayeron maderas encendidas; aunque no recuerdan bien creen que fueron los cuerpos de Lorenzo Zelaya. Benedicto y otro.
La señora se quedó hasta el mediodía esperando que llegaran a enterrarlos. Para ello subieron varios hombres de Guaymitas y otras comunidades que los citó el cantonal Fabián Andrade, por órdenes de los militares. Los asesinados fueron enterrados en el mismo lugar donde murieron.
TUMBAS DESCONOCIDAS
Donde fueron enterrados los mártires no existe ninguna seña, ni cruz. Fuimos al lugar con Chema Gómez y Víctor uno de los que participó en el entierro y que está casado precisamente con Verónica, una hija de doña Nanda. 

Víctor nos mostró el lugar donde le dieron sepultura a Aquileo y a José María, que quedaron juntos. En otra fosa a unos ocho metros sepultaron a los otros cinco, donde en aquel tiempo era el patio de la casa y pasaba un caminito.

En años recientes por ahí se abrió una carretera que pasa sobre la tumba. Víctor estuvo presente cuando trabajaba la máquina y estaba pendiente. Al romper la tierra aparecieron algunos restos de calcetines, palos y unos huesos. Víctor los recogió y los enterró aparte. Luego se tuvo el cuidado para no seguir afectando la sepultura desconocida. Ahí están en esas tumbas anónimas los restos de siete hombres que luchaban por construir una patria diferente. Ellos fueron asesinados por el Estado de Honduras y aunque han pasado cuarenta y nueve años, seguimos escribiendo sobre esta masacre, porque no debe  quedar en la impunidad y algún día se hará justicia.
Los campesinos eran considerados peligrosos
Fue durante el gobierno de Oswaldo López Arellano, que los militares empezaron la cacería humana de todas aquellas personas que fueron consideradas peligrosas al sistema por tener un pensamiento progresivo, los iban a sacar de sus casas y  los perseguían, por ese motivo Lorenzo Zelaya y sus compañeros se refugiaron en la casa de Aquileo Izaguirre, quien tenía su hogar en la Montaña El Jute. Los llevó José María Gómez conocido como Don Chema.

Ya habían organizado el Frente de Acción Popular, estuvieron tres meses escondidos; pero por la traición de un hombre que quería aprovecharse de la revolución para ir a asaltar a Tela, los delató y fue así como más de 300 militares rodearon la humilde vivienda, los revolucionarios en ese momento estaban desarmados, los sacaron de la casa y los mataron,  explicó Bartolo Fuentes de la Asociación Comunicación Comunitaria, Comun.

Según Fuentes los cuerpos de estos siete valientes hombres aún se encuentran enterrados en el lugar donde los mataron y desde hace diez años, varias organizaciones populares de El Progreso, institutos y otras personas participan en una caminata para recordar a los mártires de El Jute y seguir pidiendo justicia.

Han hecho gestiones para hacer la exhumación de los cuerpos, fueron a organismos de Derechos Humanos, levantaron los testimonios de los familiares y estaban esperando que llegaran los antropólogos forenses; pero con el golpe de Estado del 29 de Junio del 2009 se retrasaron todas las acciones.  La idea es llevar los cadáveres para enterrarlos enfrente del cementerio de El Progreso y levantar un monumento.
Lorenzo Zelaya fue el fundador del Movimiento Campesino y uno de los actos de recuperación de las tierras fueron los terrenos donde actualmente se encuentra Hondupalma, fue el primer paso de la lucha.
Bartolo Fuentes asegura que no han desistido de la idea de darles un entierro digno a los Mártires caídos en la Montaña de El Jute, porque “Sangre de Mártires, Semilla de Libertad”, finalizó el resistente.
Entrevista con doña María Maclovia, vida de Lorenzo Zelaya.
Fuente: revista Vida Laboral de Comunicación Comunitaria

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