domingo, 9 de febrero de 2014

Honduras: “Campana rota” editorial y portada EL LIBERTADOR impreso, febrero de 2014

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En Honduras resulta legal y no alborota a los parlanchines engañar y usar al electorado como estrategia de gobierno de la elite financiera; no extraña el vasto despliegue de las más bajas pasiones de los funcionarios del capital fingiendo el papel de diputado y votando cínicos en los parlamentos; no apena la miseria en todas sus formas; tampoco indigna una nación que se desangra sin tregua por decenas diarias de asesinatos e inexistencia del Estado donde prima la legalidad.
Hoy en nuestra sociedad son ilustres los espíritus mediocres, los codiciosos, los de carácter afeminado, los traidores y los hipócritas. El poder del pueblo es por ahora una campana rota, sin tono compacto. Mientras tanto, vale reproducir el pensamiento eterno del filósofo argentino, José Ingenieros; se ajusta con vigor a esta Honduras:
“En ciertos períodos la nación se aduerme dentro del país. Los apetitos acosan a los ideales, tornándose dominadores y agresivos. No hay astros en el horizonte ni oriflamas en los campanarios. Ningún clamor de pueblo se percibe; no resuena el eco de grandes voces animadoras. Todos se apiñan en torno de los manteles oficiales para alcanzar alguna migaja de la merienda.

Es el clima de la mediocridad. Los Estados tórnanse mediocracias.- Entra en la penumbra el culto por la verdad, el afán de admiración, la fe en creencias firmes, la exaltación de ideales, el desinterés, la abnegación, todo lo que está en el camino de la virtud y de la dignidad. Todo lo vulgar encuentra fervorosos adeptos. Son actores a quienes les está prohibido improvisar, de otro modo romperían el molde a que se ajustan las demás piezas del mosaico. En cada comarca, una facción de vividores detenta los engranajes del mecanismo oficial, excluyendo de su seno a cuantos desdeñan tener complicidad en sus empresas. Aquí son castas advenedizas, allí sindicatos industriales, acullá facciones de parlaembalde.- Son gavillas y se titulan partidos. Intentan disfrazar con ideas su monopolio del Estado. Son bandoleros que buscan la encrucijada más impune para expoliar a la sociedad. Políticos sin vergüenza hubo en todos los tiempos y bajo todos los regímenes; pero encuentran mejor clima en las burguesías sin ideales.
Donde todos pueden hablar, callan los ilustrados; los enriquecidos prefieren escuchar a los más viles embaidores. Cuando el ignorante se cree igualado al estudioso, el bribón al apóstol, el boquirroto al elocuente y el burdégano al digno, la escala del mérito desaparece en una oprobiosa nivelación de villanía.
Eso es la mediocracia: los que nada saben creen decir lo que piensan, aunque cada uno sólo acierta a repetir dogmas o auspiciar voracidades. Esa chatura moral es más grave que la aclimatación de la tiranía; nadie puede volar donde todos se arrastran.
Conviénese en llamar urbanidad a la hipocresía, distinción al amaneramiento, cultura a la timidez, tolerancia a la complicidad; la mentira proporciona estas denominaciones equívocas. Y los que así mienten son enemigos de sí mismos y de la patria, deshonrando a sus padres, a sus hijos y carcomiendo la dignidad común.

En ese paréntesis, engorda la obsesión de acumular tesoros materiales, o el torpe afán de usufructuarlos en la holganza borra del espíritu colectivo todo rastro de ensueño. Los países dejan de ser patrias, por burla los llaman Estado; cualquier ideal parece sospechoso”. Ese instante cruel siempre pasa, es parte de la dura historia que transitan los pueblos hacia la libertad.

                      

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