Existen
sectores interesados en alimentar esa conciencia mágica e ingenua que nos dice
que en efecto los pobres lo son por designio divino, algunos incluso por una
maldición o castigo por maldades cometidas por generaciones presentes o pasadas.
De igual manera, esa conciencia ingenua o mágica alimenta la idea de que la
gente rica lo es porque es bendecida por Dios, y que sus riquezas se multiplican
gracias a la mano poderosa de la divinidad.
Sin
embargo, basta hacer un pequeño rodeo a esa conciencia mágica e ingenua para que
descubramos que eso de la acumulación de riquezas y el empobrecimiento de mucha
gente nada tienen que ver con lo divino. Tienen que ver con decisiones humanas.
Por ejemplo, las riquezas naturales en nuestra Honduras son enormes, y sin
embargo existe empobrecimiento y miseria en muchísimos sectores de la sociedad.
Esta paradoja se manifiesta de igual manera entre esos grandísimos corredores de
gente empobrecida y miserable, tanto en el campo como en los cinturones de
miseria de los centros urbanos, frente a reducidas familias que han acumulado
tantas riquezas y recursos que nadan en dinero y
privilegios.
Estas
profundas contradicciones no responden a casualidades, la suerte, el destino o
por obra divina. Son contradicciones resultantes de un sistema que se sostiene
en la desigualdad y en un eje que organiza la vida, el trabajo, las leyes y la
distribución de manera que a fin de cuentas la producción de los bienes es
social y colectiva mientras que la distribución y el destino de todo el trabajo
social es individual, es decir, acaba en pocas manos.
Todos
los mecanismos en nuestra sociedad están orientados a sostener este sistema.
Así, se aprueban impuestos, bendecidos incluso por altas jerarquías religiosas,
que conducen a que los pobres pasen velozmente a miserables, mientras los ricos
multiplican velozmente sus capitales. Si en el año 2012 205 multimillonarios
acumulaban un capital promedio de 130 millones cada uno, en el 2013, ese capital
aumentó a 139 millones por cada multimillonario, así como aumentó velozmente el
número de desempleados y el número de compatriotas buscando salir hacia el
exterior, agobiados por el hambre.
La
conclusión es duramente obvia: la pobreza actual no es por falta de recursos, el
hambre no es por falta de alimento, el clima de terror actual no es porque los
hondureños llevemos en nuestros genes la violencia. La pobreza, el hambre y la
violencia ocurren esencialmente porque este sistema garantiza una brutal
concentración de la riqueza en un grupo reducidísimo de familias, las cuales
desde sus comodidades controlan el Estado y el mercado, condenando a la inmensa
mayoría de los hondureños a vivir en la miseria.
Cualquier
propuesta ha de pasar no solo por el cambio de las reglas del juego, sino por
apostar por un sistema que en lugar de concentrar riquezas las distribuya y que
en lugar de apoyarse solo en la producción y en la explotación, se apoye en la
justa distribución de lo que se produce y en construir la institucionalidad de
un Estado que garantice que la dignidad de todas las personas se sustenta en la
igualdad de oportunidades y que no exista nadie que por tener dinero o poder se
coloque por encima de las leyes.
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