Por Galel C'ardenas Amador / Grupo Coquimbo
La
sociedad hondureña y los movimientos sociales han visto con espanto,
asombro y sobresalto, el descomunal asesinato de adolescentes que
estudiaban en colegios y universidades públicas
en las cuales realizaron actos de protesta con el fin de exigir la
rebaja de los combustibles y el pago de un boleto de bono estudiantil.
Qué
salvajismo el que usa la dictadura de JOH, sus compinches y el cuerpo
armado de la nación, para amedrentar a los ,muchachos que viviendo en la
pobreza necesitan de un subsidio financiero para asistir a los centros
de educación a través del transporte público.
Ese
ese el valor de la vida tasada por JOH y los medios de comunicación que
sirven de caja de resonancia de semejante despropósito, aberración y
perversidad.
Es
un esquema represivo del modelo fascista que se ha empleado en Honduras
desde que el ejército hondureño ha sido capacitado por el Comando Sur
Norteamericano y las antiguas escuelas instructoras que enseñan el tema
de la seguridad nacional como el eje vertebral de la preservación del
poder general del país, ante los supuestos grupos conspiradores contra
el estado necrófilo que impulsan, cercenando
vidas, torturando, y desapareciendo líderes populares que piden el
respeto a los derechos humanos a que tiene necesidad la ciudadanía hondureña.
La dictadura nacionalista transnacional pareciera
estar sedienta de sangre en este segundo período presidencial de
ilegitimidad, ilegalidad, desinstitucionalización del estado de derecho,
con el cual gobierna a un pueblo que no merece tanto sadismo y
enajenación desmedida, como si fuesen ellos los dioses del olimpo y de
las divinidades cristianas y de los derechos de existencia de los
pobladores de la nación llamada Honduras.
Es una esquizofrenia la que padecen los gobernantes
fraudulentos, que imbuidos de su capricho mortal de segar la vida de
sus compatriotas, han asumido la estúpida idea de que Honduras es una
propiedad personal, un coto de caza, y que en ese espacio republicano,
físico, no habitan seres humanos, si no animales que se pueden
sacrificar cuando de una limpieza social se trata, y se pueden conducir
al matadero de lugares o zonas de destace carnicero.
Nos
han fundado un país lleno de cadáveres donde se producen varias guerras
intestinas disimuladas o maquilladas por especialistas en borrar
huellas de masacres, manipular datos de muertes continuas a lo largo y
ancho de la nación, introducir en la mente pública, en receptores
ingenuos y crédulos, estructuras de pensamiento obnubilado por voceros
mercenarios de la muerte, la dictadura y el cultura homogenizada.
En
las calles y solares baldíos, o en sitios públicos se han erigido
paredones de fusilamiento, cadalsos y patíbulos en donde las víctimas
son calificadas por jueces mediáticos y venales, como producto de
vendettas, venganzas, represalias de imaginarias pandillas
delincuenciales, que si bien es cierto poseen existencia concreta, son
distorsionadas para que la gente sencilla, analfabeta, desprevenida del
asunto nacional infernal, crea que el gobierno, el régimen, la
gobernanza, JOH, la policía, el ejército, los periodistas, los
sacerdotes y pastores, los empresarios, no son los protagonistas
verdaderos del genocidio a que está sometido el pueblo de Francisco
Morazán, Lempira y Dionisio de Herrera, lo primeros repúblicos y
soberanos de un país llamado Honduras, hoy sometida al abismo de su
propia significación sustantiva.
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