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02/07/2018 / Luis Armando González
Hay
quienes están preocupados por lo que le sucede a la derecha
salvadoreña, o a su principal expresión política –el partido ARENA—, en
lo que consideran es su incapacidad para renovarse. O sea que para
algunos analistas el mayor desafío de la derecha y de ARENA es su
renovación interna, para lo cual se ha sugerido una puesta a punto
ideológica que debería nutrirse de autores y corrientes liberales
contemporáneas.
Nada
mejor, piensan algunos, que un buen curso de filosofía política para una
derecha endeble en sus asideros ideológicos. Desde esta visión, pues,
el problema de la derecha es ideológico; y, en consecuencia, la solución
para el mismo debe buscarse en ese mismo marco, con la asimilación de
ideas y doctrinas de los más variados y viariopintos filósofos que han
explorado asuntos tan espinosos y densos como la libertad, la igualdad y
la justicia.
Cuesta
imaginarse a la mayor parte de la gente de derecha más encumbrada
–magnates de las finanzas, el comercio, la industria y los medios de
comunicación— concentrada, leyendo con tesón a autores como Rawls,
Nozick, Bobbio, etc., o asistiendo a las clases de algún filósofo
criollo con las mejores credenciales académicas.
Y
no es que esa gente sea tonta o incapaz de concentrarse en una cátedra
de altos vuelos, sobre todo si es impartida por alguien con la didáctica
oportuna para un público formado por los ricos más ricos de El
Salvador. El asunto es que poco puede importarles la filosofía a quienes
les va bien en lo suyo, que es sacar dinero hasta de las piedras. Para
quienes han amasado y siguen amasando grandes fortunas, usar tiempo en
leer a Rawls y compañía es perder dinero, lo cual es un lujo que no
pueden permitirse.
Que
haya, entre estos sectores pudientes, personas con inquietudes
filosóficas y con disposición para asimilar las corrientes de las
filosofía política liberal, por supuesto que las hay. Otra cosa es que
realicen esos estudios –-se acaso lo hicieran— con la finalidad de
“aplicar” las ideas liberales aprendidas, o, si lo intentaran, que los
amos de las finanzas, el comercio, la industria y los medios estén
dispuestos a dejarse convencer por sus filosófos-ideólogos. Ni una cosa
ni la otra, pues la acumulación de riquezas, en los grupos oligárquicos
afincados en el país, es más fuerte que cualquier devaneo filosófico.
Entonces,
el problema de la derecha –-de ARENA y sus representados en la esfera
empresarial— no es tener una mala formación filosófica, que a lo mejor
la tienen. Es idealista –-en la peor secuela del idealismo hegeliano—
creer tal cosa. El problema de la derecha es su voracidad económica,
que no conoce límites y que, ante la imposibilidad de que una de sus
fracciones se quede con toda la tarta de la riqueza, genera fricciones,
tensiones y una competencia feroz en su seno. A la derecha la cuesta ser
un bloque relativamente unitario, dado el choque de intereses existente
entre los principales agrupamientos económicos que la conforman.
Es
tarea de sus ideólogos hacer las recomendaciones oportunas para que la
derecha resuelva su problema, el cual –-insistimos— no es por la mala
formación filosófica de sus miembros, sino que apunta a fracturas
económicas que, en el momento actual, han generado fuertes divisiones en
su interior. Detrás de las familias Calleja y Simán, hay redes de
alianzas económicas, en una salvaje competencia por la acumulación de
riqueza a expensas de la sociedad.
Y esto último es lo que debe preocupar a los sectores críticos del país: no el problema (o los problemas de la derecha) sino la derecha como un problema para El Salvador. Un gran problema, ciertamente.
Ante
todo, por su voracidad: la derecha salvadoreña, en el plano económico
–-que es el espacio en el que se juegan sus intereses fundamentales— no
conoce límites para sus ansias de obtención de riquezas. Ni límites
legales ni límites morales. Es por ello, en lo esencial, que nuestro
país no puede encaminarse por unos dederroteros de mayor inclusión y
justicia. Ante una derecha económica tan expoliadora y explotadora no
cabe esperar una sociedad más integrada, sino todo lo contrario: lo que
esa derecha genera es una sociedad desestructurada y erosionada en su
convivencia.
Que no se
hable y se debata sobre el impacto de la lógica económica prevaleciente
en la configuración de la realidad salvadoreña, no significa que ese
impacto no exista. Lo único que eso pone de manifiesto es la capacidad
(y sagacidad) que han tenido los grupos de poder económico no ser tema
de debate público (ni académico), gracias al andamiaje mediático que han
creado y que se ha encargado de hacer invisible el peso decisivo (y
nefasto) de los ricos más ricos del país en la (des) estructuración de
la sociedad salvadoreña.
La
derecha mediática -–un segundo gran problema para El Salvador—se ha
encargado y se encarga del manejo, orientación y formación de las
percepciones ciudadanas, en las cuales se incrustan “verdades” de todo
tipo (y convenientes a la derecha) que luego son refrendadas por las
encuestas de opinión pública. La conciencia crítica se ve acorralada por
las elaboraciones mediáticas –-en los medios tradicionales y en las
“redes sociales”— que fijan, en la gente, contenidos, estilos y formas
de ver la vida favorables a los intereses de la derecha empresarial.
Es
un gran problema para la toma de decisiones colectivas el que amplios
sectores sociales se afanen en discusiones estériles sobre asuntos
menores e irrelevantes (de los que se suelen debatir en las “redes
sociales”), perdiendo de vista aquello que es vital para su vida,
comenzando con la lucha por unos empleos y unos salarios decentes, por
no hablar de la protección de unos ingresos familiares siempre
amenazados por el pago de “servicios” y de “comisiones” de todo tipo.
La
derecha política en su expresión más rancia –-tercer gran problema para
El Salvador— está plegada a los intereses de los ricos más ricos, ante
cuyos agrupamientos y reagrupamientos trata de responder de la mejor
manera. No hay secreto ni misterio en señalar que la derecha política,
expresada en ARENA, no tiene más mira que la de poner al Estado en
función de los sectores ricos del país. Y eso no por falta de lecturas
filosóficas –-aunque es probable que no las tengan— sino por una
identificación de sus intereses con los de los grupos de poder
económico.
Esto tiene
graves consecuencias para el país, siendo una de ellas la de impedir que
el Estado sea el garante de la integración social y cultural, a partir
de una justicia socio-económica básica. Así las cosas, la derecha
política contribuye al deterioro de la sociedad, a su desagregación y
desestructuración. Pero no porque la política sea la causa de todos los
males, sino porque el ejercicio político de derecha juega a favor de
quienes desestructuran económicamente a la sociedad.
Mientras
se siga haciendo de la política el chivo expiatorio de los males
sociales –-y se siga magnificando aquello que en ella es
insatisfactorio— la principal lógica configuradora de la sociedad –la
económica— seguirá en la penumbra, haciendo de las suyas con una
impunidad absoluta. La derecha tiene sus problemas; y bien por sus
miembros si los mismos se resuelven asistiendo a cátedras de filosofía.
Pero, el asunto de fondo, es que la derecha es un gran problema para El
Salvador. Y ese problema sólo puede ser contenido por una sociedad
organizada, movilizada, consciente y crítica.
San Salvador, 1 de julio de 2018
https://www.alainet.org/es/articulo/193834
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