Entre
las muchas anécdotas del mundial ha impactado la mordida que le dio el jugador
uruguayo a su contendiente italiano. De igual manera, fue sorprendente la
rapidez con que la FIFA enjuició y condenó dicha acción que, ciertamente, nada
tiene que ver con la competencia deportiva.
La
mordida del jugador uruguayo nos hace recordar muchas otras mordidas, comenzando
con el fútbol, y con los altos directivos de la FIFA. Grandes mordiscos hasta
arrancar trozos de humanidad le dan a los países y selecciones, con sus
prácticas corruptas y sin embargo, ninguna sanción ni juicio posible para
ellos.
Las mordidas las tenemos en Honduras. Décadas atrás Don Miguel
Facussé Barjum le pegó una enorme tarascada al Estado hondureño a través de la
Corporación Nacional de Inversiones, CONADI, con cuya fortuna después ha hecho
negocios, siempre sucios y siempre usando el Estado. Sin embargo, nadie, ni por
asomo lo ha procesado ni menos sancionado como sí se actuó con diligencia para
acusar a los campesinos por querer meter un colmillo que no tienen en las
tierras de Facussé o alguno de sus compinches.
En
los tiempos más recientes, altos directivos y funcionarios del Seguro Social han
pegado grandes mordidas hasta arrancar la vida de decenas de miles de pacientes
y contribuyentes, quedándose con tajones de carne que bien suman varios millones
de lempiras. Sin embargo, ninguno de ellos ha sido enjuiciado o
sancionado.
Un
reducido grupo de personas, corporaciones y militares mordió de una tarascada
nacional al Estado de Honduras con un golpe de Estado, y a lo que unos se
quedaron llamando “la crisis del 28 de junio” o peor todavía “la sucesión
constitucional”. Lo que pudo ocurrir si no se hubiese dado el golpe nadie lo
sabe; lo que ha ocurrido en estos cinco años después del golpe todos lo sabemos,
y la inmensa mayoría lo sufrimos. Sin embargo, esa mordida ha quedado impune, y
los mordelones andan tranquilos y metiendo sus colmillos en armas, militares,
minerías, ciudades modelos y otras mordeduras.
Por
suerte el jugador uruguayo ha sido severamente castigado, y todo el mundo alaba
el castigo y reprocha la actitud de quien en lugar de dignificar al fútbol lo
convierte en una práctica canina. Sin embargo, a los que muerden, arrancan el
pellejo y la carne de los pobres y meten el colmillo a la soberanía nacional,
nadie hasta ahora los ha sancionado ni los ha llamado perros. Seguramente porque
muerden como los perros, pero nunca dejan de ser élites humanas
privilegiadas.
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