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Desde
nuestra fe cristiana confesamos a un Dios de Vida que nos ha donado todos los
bienes y toda la creación para un buen vivir de todas las personas. Nadie puede
disponer como suyos, sin atentar contra la voluntad divina, de los bienes y
riquezas de la naturaleza y de la creación humana para su satisfacción
exclusiva, si la misma es ocasión para el mal vivir de muchas otras
personas.
La
administración de los bienes de la creación se sostiene entonces a partir de la
búsqueda del bien de las personas y ha de estar orientada hacia la solidaridad
humana y hacia la paz definitiva. Cuando esa administración de bienes y riquezas
las orientamos hacia el bien exclusivo de unos pocos en contraposición del mal
de mucha gente, estamos atrapados en la dinámica de la corrupción, entendida
ésta como el uso perverso de los bienes que Dios nos ha
regalado.
Cuando
se usan los cargos como privilegios y como oportunidad para sacar ventajas
personales, familiares o de grupos, y cuando se acaparan recursos y se desvían
fondos públicos aprovechando puestos o títulos políticos, privados o religiosos
estamos cayendo en la dinámica de corrupción.De igual manera, cuando nos
escudamos en un cargo, puesto o título para recibir beneficios, prebendas,
canonjías o reconocimientos de parte de gobiernos o empresarios de dudosas
prácticas éticas también hemos caído o nos hemos confabulado con la
corrupción.
Cuando
conocemos situaciones de corrupción o actos que están reñidos con la
transparencia y la legalidad, pero nos quedamos callados porque quienes lo
realizan tienen con nosotros lazos familiares o de amistad, y preferimos callar
por evitar meternos en problemas o porque sencillamente tenemos miedo y no
queremos arriesgar el trabajo o la seguridad personal y familiar, entonces
estamos participando irremediablemente de la
corrupción.
De
igual manera, cuando callamos ante los sobornos, y todavía más, cuando somos
condescendientes con el pago de mordidas a empleados públicos de alto, medio o
bajo rango, quizás bajo el argumento de agilizar un trámite o para ahorrarme el
tiempo y el fastidio de ir a pagar una esquela o una multa, estamos siendo
partícipes de la corrupción. Así como los cauces de los ríos que los hay muy
grandes, medianos, regulares, pequeños y riachuelos muy chiquitos, así la
corrupción existe desde la más grande hasta la
pequeñita.
Pero
así como las aguas de todos los ríos, sin determinar tamaños, acaban juntándose
en el mar, todas las corrupciones, grandotas y chiquititas acaban desembocando
en el mar de corrupción que ha inundado a la sociedad hondureña, y ante la cual
es muy difícil que alguien se decida a tirar la primera piedra sin sentir el
cosquilleo de sus propias corrupciones.
Y
como de la corrupción nadie en nuestro país puede hablar sin estar salpicado de
la misma, un buen punto de partida para hacerle frente es saber identificar a
los responsables de las mayores corrupciones en el país, pero sin dejar de
preguntarnos qué hacer para quitarnos las pelusas y las vigas de la corrupción
que tenemos en nuestras vidas, nuestras familias, nuestras iglesias y en
nuestras organizaciones e instituciones. Porque de la corrupción nos vamos a
librar cuando luchemos contra la dinámica corrupta incrustada en la
institucionalidad pública y privada de nuestra sociedad, y cuando luchemos con
la misma fuerza contra nuestras propias y personales prácticas y actitudes
corruptas.
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