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Cada
año la navidad comienza más temprano, y cada vez la propaganda comercial nos
ofrece una navidad que llega a nuestras vidas a través de las cosas, los regalos
y las ofertas que se deben comprar en los medianos y en los grandes centros
comerciales. Las consignas son claras: comprás y existís, no comprás y no tenés
cabida en este mundo.
La fuerza de la publicidad no entiende de derechas
ni de izquierdas, no hay ideología capaz de resistir a sus embates. La gente se
pone nerviosa, el dinerito le tiembla en la mano, y cada quien corre a meterse a
un súper o a un mercado, o si puede se lanza con furia feroz a un mall para
comprar y regalar en la fiesta del amigo secreto ( o de la amiga secreta, porque
en esto no hay ideologías que se escapen, sean grupos patriarcales o grupos
feministas, para el comercio es lo de menos, todo mundo cabe en el saco del
consumismo) para la madre, el padre, el tío, la suegra, los sobrinos, los
compadres, los abuelos o los amigos. La fiesta de navidad sólo existe si se
compra; si no se compra, la navidad se va al carajo. Hasta las cosas más
insensatas resultan imprescindibles cuando en navidad nos apuran a
comprarlas.
El
sistema del capital funciona sin piedad en torno a las ganancias. En diciembre
las empresas y el Estado entregan los aguinaldos a los empleados y trabajadores.
Pero así como se entrega el dinero a la gente, así se ponen en marcha mecanismos
reales, y sobre todo subliminales, de ofertas para llevar a la gente a sentir la
absoluta necesidad de gastar el dinero con muy diversas compras y con la mayor
rapidez posible. El cheque como que quemara, la gente se dispara a hacer colas
inmensas para cambiarlo, y así como lo cambia sale, como alma en vilo, a gastar
el dinero en lo que sea, menos en la vida.
Existe
otra realidad en este paisaje consumista: el molote de gente que sólo escucha o
sólo pela los ojos viendo las cosas, pero no puede comprarlas porque está lisa,
sin siquiera para los tres tiempos, y a veces ni para dos. Toda esta gente, al
igual que quienes pueden comprar regalos, entiende que si no compra y si no
regala es como estar fuera de este mundo. Y como no puede comprar, en efecto se
siente excluida de la sociedad. Vienen entonces los resentimientos y pasiones
que brotan de la baja estima. Promover el consumismo en una sociedad de
hambrientos es una ingrata manera que tiene el sistema para ejercer la violencia
a rienda suelta.
Lo
que menos tiene diciembre es espíritu cristiano. Crece más el bullicio comercial
y casi desaparece la fiesta humana y familiar en torno al nacimiento del Hijo de
Dios que nació justamente en las afueras de las ciudades y del comercio. Desde
este espacio soñamos con lo imposible: con hombres y mujeres, chavas y chavos
que manden al carajo esta falsa navidad que se compra en el comercio, y que,
nadando contra la corriente que arrastra a toda la gente, se entreguen con amor
a la lucha por celebrar un día la fiesta de los abrazos solidarios, tan repleta
de ternura y de bondades, que nunca jamás admita, por siempre y para siempre,
ningún regalo que tenga precio y menos que se tenga que comprar con
dinero.
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