Publicado: 23 Marzo 2020
La
mañana de este lunes al llegar a la oficina de EL LIBERTADOR, bulevar
Morazán de Tegucigalpa, apareció de pronto una señora (imagen), única
alma en aquella enorme soledad; se presentó, se miraba cansada, al rato
de hablar dijo: “Anoche me acosté sin cenar, tampoco comieron mis
nietos”.
No
se trata de generar lástima sobre esta hondureña entrada en años, sino
acción, ya que de estas historias hemos oído y leído muchísimas y no
pasa nada con quienes deben resolver la pobreza en este país,
simplemente ocurre que el sufrimiento del hambre supera la amenaza
mortal de cualquier virus o peste.
Redacción
EL LIBERTADOR
Tegucigalpa.
“El hambre tiene cara de perro”, suele oírse en el pueblo. Sin embargo,
estos días de estremecimiento viral en el planeta, revelan que para los
humanos abandonados poco importa la muerte y que, en la desesperación
por llevarse algún bocado al estómago, no tiene importancia ninguna
advertencia médica o de gobierno. El miedo es no hallar qué comer: el
hambrevirus.
Detrás
del espectro de Covid-19, está surgiendo durante el “toque de queda”
cada vez con más fuerza la pandemia del hambre acumulada por décadas en
seis millones de hondureños en pobreza e indigencia, que de nada sirve
se les permita salir a comprar alimentos, y doña Tina (imagen) es una de
esas marginadas de una vida de calidad, que este lunes anda en la calle
y quizá mañana también y siempre, aun cuando oficialmente el país
reinicia otra semana de encierro para evitar mayores contagios y reducir
la potencial tasa de mortalidad viral.
Doña
Tina –comentó— que trabaja por horas en el gobierno municipal de la
capital de Honduras (obviamos el nombre verdadero) gana muy poco y sufre
padecimientos propios de la gente mayor. Ha solicitado apoyo al alcalde
para restablecer su salud. Cuenta que en la calle le pidió el favor al
edil Nasry Asfura y está en espera que le cumpla. Ella tiene la
esperanza de que el funcionario se acuerde y encomiende el caso a sus
colaboradores.
En
el país habitan alrededor de 900 mil adultos mayores, de éstos el 43
por ciento (unos 400 mil) subsisten en extrema pobreza, muchos están en
absoluto abandono en la calle, otros residen en asilos o en
instituciones privadas de caridad que los asisten hasta donde ajusta los
fondos de aportantes voluntarios. Esos datos han sido validados por la
Dirección General del Adulto Mayor (Digam), entidad con bajo presupuesto
y con débil capacidad de atención.
La
mayoría de adultos mayores hondureños no han abandonado la presión de
proveedores de dinero y alimento a sus familias, son comunes los
ejemplos donde los pocos centavos de las pensiones
terminan en nietos vividores y hasta en hijos e hijas holgazanas que se
resisten a renunciar a la dependencia de los padres.
Los
ingresos de Doña Tina, son también una contribución al sustento de su
casa. No dijo con quién vive, pero queda claro que su situación es
durísima, tanto que ella confesó (se percibió sincera): “Mire, anoche me
acosté sin cenar, tampoco comieron mis nietos”. Las familias en pobreza
extrema se alimentan únicamente con café y tortillas, cuando ajusta el
ingreso familiar.
De
eso sobran constancias, en Honduras apenas un millón de personas cuenta
con buena solvencia para consumo; se ubica entre los países más
infelices del mundo y de fuerte desigualdad en la distribución de la
riqueza, además, con índices elevados de crimen organizado y común,
galopante corrupción e impunidad y ausencia de Estado de Derecho.
Para
afrontar la actual crisis alimentaria, el gobierno Hernández anunció en
las últimas horas la distribución del “Saco Solidario” con alimentos
para 3.2 millones de hondureños afectados por la emergencia del
Covid-19, según la versión oficial. Estos alimentos se estima
beneficiará unas 800,000 familias en condiciones de vulnerabilidad por
la emergencia.
http://www.web.ellibertador.hn/index.php/noticias/nacionales/3800-anoche-me-acoste-sin-cenar-lamenta-anciana-hondurena
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