Heidy
Gámez es una de las tantas niñas hondureñas que viven en Estados
Unidos, tuvo la suerte de recibir asilo permanente tras escapar del
crimen que carcome el municipio de El Progreso, norte de Honduras; sin
embargo, alejada de su padre, la niña entró en crisis emocional, optando
por el suicidio.
Su
padre, Manuel Gámez, intentó en tres ocasiones llegar a Estados Unidos y
pedir el asilo, los agentes de migración se lo negaron, el segundo
intento fue arrestado por 45 días y deportado, el tercer intento fue el
peor, quedó encarcelado.
Heydi
supo que su papá estaba bajo custodia, rompió a llorar. Durante días,
dijeron sus tías, no quería salir de su habitación y perdió el apetito,
relataron sus tías, quienes el 3 de julio la encontraron ahorcada y
moribunda por un cable de cargador de teléfono. Manuel tuvo permiso de
las autoridades para ver a su hija, sin saber lo que pasaba, llegó al
hospital donde su pequeña yacía en una cama con muerte cerebral.
Agencias / EL LIBERTADOR.
New York.
A Heydi Gámez García la encontró su tía pasada la medianoche. En las
últimas semanas, Heydi, una inmigrante hondureña de 13 años, se había
deprimido mucho porque su padre estaba detenido desde principios de
junio cuando lo atraparon cruzando ilegalmente la frontera sur.
Era
su tercer intento en cuatro años para llegar a Estados Unidos y
reunirse con su única hija, que vivía con sus hermanas en Nueva York.
Pero los días se convirtieron en semanas y los familiares dicen que
cuando pasó más de un mes sin que lo liberaran, la niña empezó a perder
sus esperanzas.
Alrededor
de las 10:30 de una noche reciente, Heydi se encerró en una habitación y
dijo que quería estar sola. Una hora y media después, su tía Zoila
abrió la puerta para ofrecerle un bocadillo. Pensó que tal vez unas
galletas y leche la alegrarían.
Pero
la cama con sábanas azules y violetas estaba vacía. Zoila se asomó por
la ventana y después vio hacia el clóset en el otro extremo de la
habitación: ahí estaba Heydi, colgada del cable de un cargador de
teléfono.
La
historia de Heydi es muy parecida a la de miles de familias
centroamericanas que en los últimos años han llegado a los Estados
Unidos con el fin de solicitar asilo para escapar de la tumultuosa
realidad de sus países, y con la esperanza de que los desafíos de
construir una nueva vida en un país ajeno no sean mayores que los que
han dejado atrás.
La
madre de Heydi abandonó a la familia cuando apenas tenía dos meses de
nacida; sus abuelos, que la criaron en Honduras, murieron. Heydi estuvo
entre quienes encontraron a su abuelo agonizando en la calle después de
un ataque de pandilleros. Luego se mudó a Nueva York y experimentó los
retos normales de la adolescencia al ir a una nueva escuela y tener que
aprender inglés. Pero más que otra cosa, dicen sus amigos y familiares,
extrañaba a su papá.
“Heydi
estaba tan emocionada cuando le dijo que iba a venir. Creo que la idea
de que su papá estuviera aquí era como un refugio para ella”, dijo Erika
Estrada, de 25 años, que conocía a Heydi de la Iglesia del Evangelio
del Tabernáculo en Brentwood. “Perdió a sus abuelos, su madre la
abandonó y tenía todo este amor de hija que no podía darle a sus tías o
tíos, solo a él”, dijo Estrada.
Desde
hace mucho tiempo, la historia de la inmigración estadounidense ha
estado marcada por las familias divididas: uno de los padres viaja a
trabajar a Estados Unidos, los niños y esposas a menudo se quedan en
casa. En años anteriores, los trabajadores migrantes volvían a sus
países al final de la temporada y luego regresaban. Pero la
fortificación de la frontera luego de los ataques del 11 de septiembre
de 2001 y el aumento de las medidas de seguridad de los años posteriores
han hecho que esos regresos sean mucho más complicados. En muchas
familias, los hijos quedan separados de sus padres durante años, a
menudo de por vida.
Mientras
que el año pasado se registraron muchos casos de separaciones de
familias y de niños migrantes que fueron detenidos en la frontera por
las nuevas políticas migratorias del gobierno de Trump, las dificultades
de la familia Gámez se extienden a lo largo de tres gobiernos
presidenciales, en los cuales se debatió pero nunca se llegó a
establecer una amplia solución legal para el trabajo migrante en Estados
Unidos.
“Van
a casa para atender a un papá enfermo, acudir a un funeral o por otra
emergencia: sucede todo el tiempo”, dijo Marty Rosenbluth, un abogado
que representa a migrantes en un centro de detención en Lumpkin,
Georgia. “Luego los atrapan cuando intentan volver a Estados Unidos”.
Heydi
creció en una modesta casa en El Progreso, un pueblo al noroeste de
Honduras flanqueado al este por una cadena montañosa y al oeste por el
río Ulúa. Durante décadas esa ciudad fue un centro comercial para las
plantaciones bananeras.
Pero
para cuando Heydi nació, en marzo de 2006, El Progreso también se había
convertido en el territorio de algunas de las pandillas más violentas
del país, entre ellas la MS-13. Con frecuencia, los pandilleros pedían
pagos en efectivo (“contribuciones”) a la familia de Heydi y a otros
residentes a cambio de garantizar su seguridad.
La
inestabilidad, combinada con la falta de oportunidades, llevó a su
papá, Manuel Gámez, ahora de 34 años, a marcharse a los Estados Unidos.
En 2007, dejando atrás a Heydi con sus padres, se escabulló por la
frontera y viajó a Long Island donde su hermana Jéssica se había
establecido dos años antes.
Estar
lejos de Heydi la mayor parte de su niñez fue difícil, dijo Gámez, pero
ganaba lo suficiente haciendo paisajismo como para enviarle dinero y
mantenerla. Cuando la niña volvía de su guardería católica jugaba con
los perros de la familia o andaba en una bici rosa que su papá le había
regalado, recordó Zoila, otra de las hermanas de Gámez.
Ocasionalmente ayudaba en la tiendita que sus abuelos tenían en la casa, donde asaltaba los anaqueles y hurtaba caramelos.
Pero
un día de junio de 2014, la seguridad que los abuelos habían construido
alrededor de Heydi se vino abajo. Después de meses de resistirse a
entregar su pequeña camioneta a los pandilleros, su abuelo fue baleado a
dos cuadras de su casa. Al escuchar la conmoción, Zoila salió corriendo
y encontró a su padre que yacía en el suelo. Cuando le quitó su
sombrero de ganadero vio que la sangre salía de su cabeza y formaba un
charco en el pavimento. Heydi vio la escena a la distancia.
A
días del asesinato, dijo Manuel Gámez, se subió a un avión para volver a
Honduras. “No había nadie para cuidar a Heydi o a Zoila; mi mamá estaba
muy enferma entonces”, dijo. “Pensé que podía ser riesgoso volver, pero
no podía dejarlas solas allá”.
Cerca
de un año después, la madre de Gámez murió de complicaciones de
diabetes y, según sus hijos, de tristeza por la muerte de su esposo. Con
cuatro de sus hermanos en Long Island y el miedo de más represalias por
parte de las pandillas, Gámez decidió que Heydi y Zoila debían irse a
Estados Unidos para estar seguras.
Primero
mandó a Heydi, en el verano de 2015, y decidió quedarse en Honduras en
caso de que la devolvieran en la frontera. El 25 de septiembre de 2015,
después de casi dos meses en un albergue para menores migrantes, la niña
de 9 años llegó al aeropuerto La Guardia; Zoila la siguió meses
después.
Rodeada
de siete primos de su edad, Heydi se adaptó bien a la vida en Estados
Unidos, dicen sus tías y primos. En medio año aprendió inglés, motivada
tanto por su ambición por triunfar en la nueva escuela como por su deseo
de participar en las conversaciones secretas que sostenían sus primos
en inglés cuando estaban cerca de sus tías y tíos hispanohablantes.
A
través de videollamadas casi diarias con su papá en Honduras, empezó a
enseñarle lo básico (Hello. How are you?) y a corregirlo por no aprender
mejor el idioma, dado que él ya había vivido en Estados Unidos. Heydi
llegó a enseñarle algunas frases para hablar con mujeres una vez que
llegara a Estados Unidos; tal vez, cree él, como un modo de alentarlo a
que le encontrara una mamá.
“Me
enseñó a decir Are you married? Are you single?“, recordó, refiriéndose
a las frases que se usan para preguntar el estado civil de una persona.
“Yo lo decía y ella se reía y me decía que mi acento era muy malo”.
Heydi
animaba a su papá a practicar. Tenía que prepararse para vivir con
ella, dijo Gámez, quien le aseguró a su hija que llegaría pronto.
En
junio de 2016, por las amenazas de las pandillas a su familia, Heydi
consiguió el asilo, lo que le dio derecho a vivir permanentemente de
manera legal en Estados Unidos. Por esa época, su padre hizo el primer
intento de regresar a Estados Unidos. Pero era mucho más difícil cruzar
la frontera que cuando lo había hecho por primera vez, hacía nueve años.
“La
primera vez que vine crucé con un grupo grande: tomó dos días, fue
fácil”, dijo. “Pero luego se volvió más difícil, mucho más difícil.
Había agentes de la Patrulla Fronteriza por todas partes”.
“Claramente está huyendo por su seguridad, por las mismas razones. Esto solo muestra que este es un sistema fallido”.
En
septiembre de 2017, funcionarios de inmigración detuvieron a Gámez
cerca de Santa Teresa, Nuevo México, luego de otro intento para entrar
al país. Fue condenado por volver a ingresar de manera ilegal, pasó 45
días en prisión y fue deportado a Honduras por segunda vez en noviembre.
Con
cada intento fallido Heydi se desanimaba más. “Le dije: ‘No puedo estar
allá ahora porque la ley no me lo permite'”, recordó. “Pero ¿cómo le
explicas eso a una niña? ¿Cómo le explicas lo que son las leyes para
ella?”.
Gámez permaneció en Honduras, donde vendía zapatos en la calle para ayudarse.
El
año pasado, para cuando pasó a sexto grado, Heydi había empezado a
experimentar enamoramientos. Durante meses se aferró a una nota de amor
de Carlos, un compañero de clase. “Quiero que seas mi novia y que
estemos juntos siempre. Dime qué piensas”, decía la esquela, con las
esquinas dobladas y gastadas en un rectángulo perfecto y guardada entre
las tareas en su carpeta.
Pero
la niña también mostraba signos de angustia emocional. En la misma
carpeta, Heydi escribió una nota en los márgenes de un poema que estaba
estudiando en su clase de inglés. La estrofa que resaltó decía: “Y el
pensamiento de mi propia abuela sin hogar/ sin un lugar en medio del
frío/ cálido y para orar/ me puso triste y deprimida”. Heydi escribió:
“Me recuerda a mi propia depresión”.
Jéssica
atribuye la tristeza de su sobrina tanto al trauma de perder a sus
abuelos como a su creciente ansiedad por saber si alguna vez se reuniría
con su padre. Heydi a menudo se quejaba con sus tías de que todos los
demás tenían una madre y un padre, pero ella se sentía como una
huérfana.
La
niña comenzó a suplicar que la llevaran a Honduras para estar con su
padre. Pero Gámez insistió en que Heydi debía quedarse en los Estados
Unidos, donde ya había ganado el asilo y tenía las oportunidades
educativas que él nunca tuvo.
Cuando
Heydi cumplió 13 años, en marzo, Gámez le prometió que estaría con ella
cuando cumpliera 15 y celebrarían su quinceañera. Pero, al sentir su
creciente desaliento, le dijo que intentaría cruzar la frontera en
junio.
Los
dos empezaron a hacer planes para pasar su primer verano juntos en los
Estados Unidos: irían al centro comercial, al parque, a la pequeña playa
en Bay Shore Marina.
Desde
Reynosa, México, a principios de junio, Gámez llamó a Heydi y le dijo
que casi estaba en los Estados Unidos. Tal vez no pudieran hablar en los
próximos días, le advirtió, pero la vería pronto.
Gámez
nunca tuvo la oportunidad de llamarla desde el otro lado de la
frontera. Después de ingresar ilegalmente a los Estados Unidos fue
capturado por agentes de la Patrulla Fronteriza que lo volvieron a
detener. Cuando Heydi supo que su papá estaba bajo custodia, rompió a
llorar. Durante días, dijeron sus tías, no quería salir de su habitación
y perdió el apetito.
Jéssica
pensó que si Heydi pasaba algunas noches con Zoila, su tía más joven,
podría animarse. Planearon una salida a Six Flags para el 5 de julio.
Pero el viaje nunca sucedió.
A
las 0:36 de la madrugada del 3 de julio, la policía respondió a una
llamada al 911 desde la casa de Zoila, donde los médicos trataron de
resucitar a Heydi. La trasladaron al centro médico infantil de Cohen en
New Hyde Park, donde los médicos determinaron que estaba
“neurológicamente devastada”. Una semana después, declararon que tenía
muerte cerebral.
El
13 de julio, el Servicio de Inmigración y Aduanas aceptó una solicitud
de Romero, el abogado de Gámez, para liberarlo de la custodia con el fin
de que estuviera con su hija moribunda. Las autoridades lo pusieron en
un avión con un boleto de ida y vuelta desde Texas, donde volverá a
estar detenido. Tenía 14 días para despedirse de Heydi.
Mientras el vuelo de Gámez desde Houston se acercaba a Newark, Jéssica y sus hermanos esperaban en la terminal de llegadas.
“Él
todavía no sabe lo que pasó”, dijo Jéssica, sosteniendo sus codos en
sus manos. “Todavía no sé cómo le voy a decir”. Cuando Gámez llegó,
Jéssica se lanzó hacia él. “Hermano, por favor, perdóname”, le decía.
Mientras
los hermanos avanzaban en el tráfico hacia el hospital, Jéssica trató
de explicar lo que había sucedido. Pero su hermano no comprendió
completamente que su hija estaba con muerte cerebral hasta que la vio.
Yacía
en una cama de hospital, los ojos entornados, enterrados debajo de los
tubos de respiración y las gotitas intravenosas, rodeada de monitores.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
“Mi
querida, mi querida, por favor”, dijo en voz baja, mientras le
acariciaba la cabeza. “Por favor, si ves una luz, no vayas hacia ella,
por favor”.
“Estoy aquí, te amo”, susurró.
Gámez
pasó la noche a su lado, mientras sus esperanzas de que pudiera
despertarse se desvanecían con cada pitido del monitor. Por la mañana,
la gravedad de la condición de Heydi lo había hundido.
Cuando
se sentó en el sofá en el apartamento de Jéssica al día siguiente, una
expresión de incredulidad y dolor se apoderó de su rostro.
“Como
padre, no tienes esperanzas ni sueños para ti mismo, todos tus sueños
son para tus hijos”, dijo. “Todos mis sueños están en su corazón. Todos
se han ido con ella”.
Gámez
planea autorizar hoy al equipo médico para que le quiten el sistema de
soporte vital a su hija. Para ese momento, habrán pasado juntos sus
últimos cuatro días de vida.
NYT
http://www.web.ellibertador.hn/index.php/noticias/nacionales/3443-consternacion-mundial-por-suicidio-de-nina-migrante-hondurena
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