15 Enero,2019 / https://contracorriente.red
Los migrantes que van en caravana se paran derecho, hablan frente a
las cámaras, llevan pancartas y la bandera de Honduras. Se sienten
fuertes unidos y su huida la cuentan con dolor pero con el orgullo de
quien reacciona, de quien ya no está inmóvil, aguantando, solamente
sobreviviendo, de quien habla y dice que Honduras está secuestrada, que
si los impunes se quedan, ya no es un país digno para nadie. La caravana
de migrantes que inaugura el nuevo año 2019 arrancó anoche desde la
terminal de San Pedro Sula, a oscuras, bajo la lluvia y guiada por
muchas voces, gritos confusos, sin más plan que caminar hacia la
frontera con Guatemala en Agua Caliente. Esta es la tercera caravana
después de la crisis política desatada por la reelección de Juan Orlando
Hernández en 2017, éxodo le siguen llamando a esta expresión de
inconformidad, hartazgo, oportunidad.
Honduras es un país
sostenido por migrantes, al cierre de 2018 la entrada de divisas más
grande que tuvo el país fue por concepto de remesas: 4,850 millones de
dólares, mucho más que la exportación de lo que producimos. Exportamos
personas. No es nuevo hablar de migración, de desplazamiento forzado.
La
década de los 90, cuando se regresaba la institucionalidad a manos
civiles y se hablaba de fundar un nuevo país más próspero, ni siquiera
terminó cuando ya el país de nuevo estaba destruido, esa vez por el
huracán Mitch. El pico migratorio subió, la huida irregular de personas
era masiva pero dispersa, el mecanismo de siempre: la clandestinidad
como protección para el migrante. Así como mucha gente logró obtener el
Status de Protección Temporal por la crisis humanitaria que significó el
Mitch, otros muchos fueron deportados, generando una crisis de
violencia que reventó en los barrios más vulnerables, en las ruinas de
un país que nunca se sabe si se habría terminado de construir.
Cientos
seguían saliendo, clandestinos, miles llegando a Estados Unidos, el
aumento anual del 100% de ingresos por remesas al país lo demuestra, son
casi un millón de hondureños que se quedaron afuera, que son exiliados
porque volver no pueden, no tienen país.
En 2014 hubo otro pico,
le llamaron crisis de menores no acompañados. Las cárceles de Estados
Unidos se llenaron de niños, de bebés, de madres lactantes y el mundo se
escandalizó. Esos menores, esas niñas, esas madres salían todos los
días, en la oscuridad, en el engaño de un coyote, en la soledad que
genera la violencia, pero las vieron hasta que se acumularon en las
cárceles y comenzaron a estorbar. Pocos comenzaron a cuestionarse que
si se va tanta gente de este país tan pequeño, algo muy grave debe estar
pasando.
Y algo grave estaba pasando, en 2009 hubo un golpe de
Estado, la institucionalidad a medio construir terminó de conformar un
adefesio bien fuerte para blindar a los corruptos y castigar con
indiferencia y represión a la mayor parte de la población. Elecciones
tras elecciones y el adefesio cada vez más deforme, gobierno tras
gobierno, extraditado tras extraditado, y la gente cada vez más
inconforme. La furia revienta en gritos y empuja, esa es la furia que
llevan los migrantes de la caravana.
“Me voy por el desempleo”,
dice una mujer que lleva a sus tres hijos con ella al incierto camino
hacia Estados Unidos, otros gritan “Fuera Joh”, y parece letanía. “Me
voy porque soy madre soltera y no me alcanza para mis hijos”- “Fuera
Joh”, “Me voy porque han violado a mi hija, en este país no se puede
vivir”- “Fuera Joh”, “Me voy por una vida mejor”-“Fuera Joh”, “Me voy
porque me van a matar” –“Fuera Joh”… La tragedia de cada relato, el
llanto contenido, la desesperanza, ese bulto se acompaña señalando a la
cabeza del adefesio que no protege, sino que aplasta a los más pobres, a
las más violentadas.
La caravana se comenzó a mover de noche, va
hacia el norte recorriendo las huellas de los más de 10 mil que se
fueron en octubre y que han quedado desperdigados por México y poco a
poco filtrados en la frontera con Estados Unidos. Familias enteras van a
ciegas pero unidas, van huyendo pero cantando claro. “El mundo es
nuestro y eso hay que aceptarlo. Si somos muchos vamos a derribar las
fronteras”, esa es la voz de la gente en Honduras, uno de los países más
violentos del mundo, un país que quizá comience a construirse pero
desde afuera, desde los que se van.
Recomendamos: Cruzar la frontera es solo el inicio
Fotografía: Martín Cálix
https://contracorriente.red/2019/01/15/el-exodo-como-forma-de-protesta/?fbclid=IwAR35q9ggs7VN8oBJJx3rHpg_FxmbBRJGayZmnC5ov5kjfuW8XtYPDjVQXX0
No hay comentarios:
Publicar un comentario