Diciembre 28,2018 / Criterio.hn
Por: Thierry Meyssan/redvoltaire
Los
partidarios de la doctrina Cebrowski van moviendo sus peones.
Si se ven obligados a renunciar a sus guerras en el Medio Oriente
ampliado, las llevarán a la Cuenca del Caribe. El Pentágono está
planificando el asesinato de un jefe de Estado electo democráticamente,
así como la ruina de su país, y está tratando de socavar la unidad de
Latinoamérica.
Al
intervenir, en noviembre, ante la comunidad anticastrista en el Miami
Dade College, el consejero de seguridad nacional John Bolton denunció
la «troika de tiranía que se extiende desde
La Habana a Caracas,
pasando por Nicaragua, y que está causando inmensos sufrimientos
humanos, creando enorme inestabilidad regional y la génesis de una
sórdida cuna del comunismo en el hemisferio occidental».
John Bolton, hoy consejero de seguridad
nacional de Estados Unidos, ha reactivado el proyecto del Pentágono
para la destrucción de los Estados en los países de la Cuenca del
Caribe.
A raíz de
los atentados del 11 de septiembre de 2001, el entonces secretario de
Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, creó una Oficina de
Transformación de la Fuerza (Office of Force Transformation) y designó
al almirante Arthur Cebrowski para dirigirla. El almirante y su Oficina
tendrían como misión adaptar las fuerzas armadas de Estados Unidos a su
nueva misión en tiempos de globalización financiera. Se trataba de
cambiar la cultura militar estadounidense para emprender la destrucción
de las estructuras de los Estados en los países de las regiones
no conectadas a la economía globalizada.
La
primera parte de ese plan fue sembrar el caos en el «Medio Oriente
ampliado» o «Gran Medio Oriente». La segunda etapa debía ser hacer
lo mismo en la «Cuenca del Caribe». El plan preveía la destrucción de
una veintena de países insulares o con costas en el Mar Caribe,
exceptuando sólo Colombia, México y, de ser posible, algunos
territorios británicos, estadounidenses, franceses y holandeses en esa
región.
En
el momento de su llegada a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump
se opuso al plan Cebrowski. Como podemos ver, al cabo de 2 años Trump
ha logrado solamente prohibir que el Pentágono y la OTAN dotaran de un
Estado (el Califato) a los grupos terroristas que les sirven de
herramienta, pero sin lograr por ello que renunciasen a seguir
manipulando el terrorismo.
Si bien Trump ha logrado reducir la tensión
en el Gran Medio Oriente, también es cierto que las guerras no han
cesado en esa parte del mundo, aunque han perdido intensidad.
En cuanto a la Cuenca del Caribe, Trump ha puesto límites al Pentágono al prohibirle toda operación militar directa.
En
mayo de 2018, la periodista argentina Stella Calloni sacaba a la luz
una nota del almirante Kurt Tidd, comandante en jefe del SouthCom –el
“Comando Sur” tristemente célebre en Latinoamérica. En aquel documento,
el jefe del “Comando Sur” estadounidense exponía abiertamente los
medios desplegados contra Venezuela.
Otra
intentona desestabilizadora se desarrolla simultáneamente
contra Nicaragua y la tercera, que sería más bien la primera, comenzó
hace medio siglo contra Cuba.
Varios
análisis anteriores nos llevaron a la conclusión de que la
desestabilización de Venezuela, iniciada con las llamadas guarimbas,
continuada con el intento de golpe de Estado del 12 de febrero de 2015
(Operación Jericó) y con los posteriores ataques contra la moneda
venezolana y la organización de una emigración masiva, estaba llamada a
desembocar en la realización de operaciones militares desde Brasil,
Colombia y Guyana.
En agosto de 2017, Estados Unidos y sus aliados
incluso organizaron maniobras multinacionales con traslado de tropas.
La próxima llegada al poder en Brasilia –en febrero de 2019– del
proisraelí Jair Bolsonaro puede llegar a hacer posible esa previsión.
Hamilton Mourao, próximo vicepresidente de Brasil, junto al presidente electo Jair Bolsonaro
En efecto, el próximo vicepresidente de
Brasil será el general Hamilton Mourao, cuyo padre tuvo un papel
importante en el golpe de Estado proestadounidense de 1964. El propio
Hamilton Mourao ya se había destacado por sus declaraciones contra los
presidentes Lula Da Silva y Dilma Roussef. En 2017, Mourao había
declarado –en nombre de la logia Gran Oriente de Brasil– que ya era
hora de dar un nuevo golpe de Estado militar. Ahora, este personaje va a
convertirse en vicepresidente de Brasil, como acompañante del
presidente electo Bolsonaro. Y en una entrevista concedida a la
revista Piaui, no se le ocurrió nada mejor que anunciar el próximo
derrocamiento del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y el
despliegue en ese país de una fuerza de «paz» brasileña. Ante
la gravedad de esas palabras de su ya designado vicepresidente,
el presidente electo Bolsonaro se apresuró a rectificar, asegurando que
nadie quiere guerra con nadie y que su vicepresidente hablaba
demasiado.
En todo
caso, en una conferencia de prensa realizada en Caracas el 12 de
diciembre de 2018, el presidente Maduro reveló que el consejero de
seguridad nacional estadounidense John Bolton está a cargo de la
coordinación entre el equipo del presidente de Colombia, Iván Duque, y
el equipo del vicepresidente brasileño.
Denunció
también que un grupo de 734 mercenarios se entrena actualmente en Tona
(Colombia) para disfrazarse con uniformes venezolanos y perpetrar un
ataque contra instalaciones militares colombianas, lo cual crearía el
pretexto para una guerra de Colombia contra Venezuela. El ataque de
los falsos militares venezolanos se desarrollaría bajo las órdenes del
ex coronel Oswaldo Valentín García Palomo, actualmente reclamado por la
justicia venezolana como uno de los implicados en el intento de
magnicidio dirigido contra el presidente Maduro el 4 de agosto de 2018,
durante el aniversario de la Guardia Nacional de Venezuela.
El grupo
de mercenarios que está entrenándose en Colombia cuenta con el apoyo
de unidades de las fuerzas especiales de Estados Unidos estacionadas en
las bases militares estadounidenses de Tolemaida (Colombia) y Eglin
(Florida, Estados Unidos). El plan estadounidense incluye la toma por
asalto, desde el inicio del conflicto, de 3 bases militares venezolanas
en las regiones de Palo Negro, Puerto Cabello y Barcelona.
El
consejo de seguridad nacional estadounidense está tratando de convencer
a varios países para que no reconozcan el segundo mandato presidencial
de Nicolás Maduro, quien fue reelecto en mayo de 2018 y debería
iniciar su nuevo mandato el próximo 10 de enero. Es con ese objetivo que
los países miembros del “Grupo de Lima” cuestionaron la legalidad de
la elección presidencial venezolana, incluso antes de su realización, y
prohibieron –por cierto, ilegalmente– la realización del sufragio en
los consulados de Venezuela.
Al
mismo tiempo, la supuesta crisis migratoria es una superchería más dado
el hecho que muchos de los venezolanos que salieron de su país
creyendo que encontrarían fácilmente trabajo en los países vecinos
ahora, ya desengañados, están tratando de regresar a Venezuela. Pero
los países miembros del “Grupo de Lima” les impiden hacerlo, utilizando
para ello maniobras tan bajas como prohibir el uso de su espacio aéreo
a los aviones fletados por el gobierno de Venezuela para repatriar a
esos venezolanos y prohibiendo que crucen sus fronteras los autobuses
enviados con el mismo objetivo.
Todo
esto parece un remake de los acontecimientos registrados en el Gran
Medio Oriente después de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Lo importante no son las acciones militares sino la impresión de
desorden transmitida por todos estos acontecimientos. Se trata,
primeramente, de sumir a la gente –y a la opinión pública
internacional– en un estado de confusión que hace posible hacerles
creer prácticamente cualquier cosa.
Ejemplo
de esto último es el hecho que Venezuela y Nicaragua, dos países que
gozaban de una imagen internacional positiva, han pasado a ser
considerados –erróneamente y en sólo 5 años– como «Estados fallidos».
En
el caso de Nicaragua, nadie se atreve aún a tratar de reescribir la
historia de los sandinistas nicaragüenses ni de su lucha contra la
dictadura del clan Somoza. Pero, en lo tocante a Venezuela, ahora se da
por sentado –como si fuese una verdad que no necesita demostración– que
Hugo Chávez fue un «dictador comunista», y se silencia el increíble
progreso político y económico que Venezuela alcanzó bajo la presidencia
de ese líder, democráticamente electo. Después de crear una imagen que
no corresponde a la realidad, será posible actuar contra esos Estados y
destruirlos sin que nadie proteste por ello.
El
tiempo corre y las circunstancias son cada vez más apremiantes.
En 1823, cuando James Monroe decidió cerrar las Américas a la ola
colonizadora europea, no imaginó que su doctrina sería interpretada
50 años después como una proclamación del imperialismo estadounidense.
De esa misma manera, cuando Donald Trump afirmaba –en la ceremonia de
su investidura presidencial– que la época de los «cambios de régimen»
había quedado atrás, seguramente no pensaba que los encargados de
aplicar su política acabarían traicionándolo.
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