Don Marco es un hombre humilde, defensor de los derechos de los pueblos
indígenas y un indignado, víctima de las injusticias en éste país.
Siempre, en la víspera del día de la Virgen de Suyapa, llega al
Santuario para pagar sus promesas, como lo hacen miles
de hondureños, quienes viajan desde los lugares más recónditos, para
dar gracias o para depositar una petición a quien representa la madre de
Jesús.
Pero esta vez don Marco no pudo entrar al templo, pues su apariencia ( vestido como indigena) y el mensaje que.portaba en su pecho, no agradó a los militares que tienen sitiado todo el templo. Algo así como la antigua Roma, los pretorianos y sus emperadores políticos y religiosos, quienes se distanciaban de la "plebe", de la misma con cuyos impuestos alimentaban sus grandes lujos y hasta sus apetencias más inmorales.
Pero esta vez don Marco no pudo entrar al templo, pues su apariencia ( vestido como indigena) y el mensaje que.portaba en su pecho, no agradó a los militares que tienen sitiado todo el templo. Algo así como la antigua Roma, los pretorianos y sus emperadores políticos y religiosos, quienes se distanciaban de la "plebe", de la misma con cuyos impuestos alimentaban sus grandes lujos y hasta sus apetencias más inmorales.
Mientras don Marco pedía el ingreso, a un lugar que dicho sea de paso,
se construyó con fondos de la población y algunas organizaciones de
beneficencia, en el interior se podía observar un ambiente completamente
militarizado, custodios a la par de la imágen,
porque ellos la denominan " su capitana". Uniformes muy bien cuidados,
solo usados para ocasiones, estrellas e insignias brillantes, que
reflejaban el rostro cómplice del cura que oficiaba la Eucaristía. Y por
su puesto, la cúpula politica, todos con gestos
de " muchachos buenos", persinándose, bajando la cabeza, respondiendo a
las letanías y oraciones. En apariencia con los ojos cerrados mientras
rezaban el " yo pecador", y probablemente, sin recordar las muertes que
sus subalternos han causado en estos días;
amigables al momento de dar el abrazo de paz, entre ellos, claro, pues
sus finas lociones no pueden mezclarse con el olor a sudor y a ropa
sucia, de los más humildes; y reflexivos a la hora de la comunión, algo
así como dramatizando un momento intensamente
espiritual, para que las cámaras los captaran con sus rostros
"inocentes", obviamente, no tan inocentes comos los presos políticos y
los golpeados en las protestas de los últimos meses.
Esos mismos que oraban y tarareaban los cantos, junto al coro de la
iglesia, los mismos que pasan por alto, que la historia del hallazgo de
Suyapa, invoca a un sencillo labrador . O probablemente, si lo saben y
saben bien que esa es la figura que debe explotarse
para venderle al pueblo la idea de que hay que ser pobres o miserables
para recibir tesoros celestiales y que entre más despojado, más grande
será el paraíso que se ganarán.
Ese día no ingresó don Marco, tal vez no, mientras estaban los mercaderes de la fe, los opresores vestidos de gobernantes y de verde olivo. Tuvo que esperar, como la anciana que llevaba una vela para pedir su milagro, como el paralítico que suele arrastrarse entre los fieles, pidiendo limosna y como cientos que quedaron aguardando en la entrada. Y seguramente, el sí sabe que la fe y las figuras que la representan, están raptadas en éste país, pisoteado como la Constitución, sacrificada como la institucionalidad; una fe asaltada como todo el erario público. Porque en tiempo de dictadura el cáliz de la consagración, el incieso y las plegarias del cura y el pastor solo sirven para dar de beber y limpiar las manos sangrientas del emperador ungido, en tiempos modernos, como presidente.
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