Enero 25,2018 / Criterio.hn Por: José Rafael del Cid
Se
acerca a cuarenta el saldo trágico del actual conflicto político.
Testigos achacan la mayoría de estos asesinatos a agentes militares y
policiales. Es una brutalidad que sacude los fundamentos de la razón
humana, de la fe y la moral pública. Ocultar este saldo de vidas,
jóvenes en su mayoría, jamás tendrá justificación en ideología o
creencia religiosa alguna.
En
su libro El Contrato Social o Principios de Derecho Político (edición
española de 1832), Jean-Jacques Rousseau escribió: “Siendo el fin de la
guerra la destrucción del Estado enemigo, hay derecho para matar sus
defensores en tanto ellos tengan las armas en la mano; pero tan pronto
como las dejan y se rinden, cesan de ser enemigos o instrumentos de
enemigo, y quedan simplemente hombres; y bajo este respecto no se tiene
ya derecho sobre su vida.
Algunas veces se puede matar al Estado sin
herir a ninguno de sus miembros; y he aquí como la guerra no da algún
derecho que no sea necesario a su fin. Estos principios… son derivados
de la naturaleza de las cosas, y apoyados en la razón” (págs. 15-16).
Obsérvese
que el escrito alude a una situación extrema, de guerra, de
enfrentamiento entre Estados. Cuánto más severa será la advertencia
cuando el adversario son compatriotas, hermanos hondureños, indignados
sí, pero prácticamente desarmados.
Puede
que usted sea de los que achaca todas las culpas a los líderes del
Bloque contra la Dictadura o a toda la clase política en general.
Créalo
así, si quiere. ¿Pero de qué bando son los caídos y de cuál la mano
asesina? ¿De dónde emanan las órdenes y la forma despiadada con se
ejecutan? Para no experimentar las implicaciones de conciencia de estas
preguntas algunos prefieren evadirlas. Se encierran en sus exhortaciones
a la resignación y a la aceptación de la injusticia. Divagan en sus
burbujas de complacencia con el poder y los intereses pecuniarios.
¿Dormirán tranquilos?
“La
violencia es el miedo a los ideales de los demás”, expresó Gandhi,
quien también agregó que “un error no se convierte en verdad por el
hecho de que todo mundo lo crea”. La protesta es un derecho que a nadie
debe servir de excusa para desatar violencia.
Además, recuérdese la
peculiaridad de esta protesta, no es cualquier cosa. La Constitución
exige insurreccionarse ante la violación de artículos pétreos como la
reelección.
La
gente en la calle no redactó la Constitución, probablemente usted
tampoco, pero el punto es que allí no figuran términos como “voluntad” o
“recomendación” sino “deber” patriótico. Así que
quienes han cometido la violación debieron antes entender que se
enfrentarían a ciudadanos que tomarían en serio tal obligación con su
país. “Siembra vientos, cosecharás tempestades”.
La
violencia del Estado contra sus ciudadanos debe cesar, porque es una
verdad fundamental “que todo poder que no dimane de la Nación (el
pueblo), es tiránico e ilegítimo”, lo dijo también Rousseau y lo recogió
en espíritu y letra nuestra Carta Magna.
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Ninguna
de las vidas cegadas vale la ambición de cualquiera de los que usted
considere culpables por alusión o por comisión. ¿Entonces por qué callar
ante el reclamo de la sangre derramada? ¡Es sangre de compatriotas, de
hermanos hondureños, por favor!
Diálogo y razón deben imponerse para
resolver el conflicto. Digo resolverlo, no disimularlo o banalizarlo,
para ventaja de los sembradores de vientos y sus cómplices. Es que “no
existe reconciliación que se construya sobre la ausencia de verdad, de
justicia y de duelo” (M. Bachelet 2013).
https://criterio.hn/2018/01/25/crisis-politica-represion-mas-democracia/
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