Criterio.hn / Agosto 23,2017
Por: Víctor Meza
Por: Víctor Meza

En
septiembre del año 2013, a punto ya de celebrar las elecciones generales
que dieron el triunfo al actual gobernante, todos los partidos
políticos firmaron un documento de compromiso con la delegación de
observadores de la Unión Europea para realizar, inmediatamente después
del proceso electoral, las reformas necesarias que dieran al sistema
mayor transparencia y credibilidad pública. Se trataba de modernizar y
democratizar el sistema político electoral del país. Han pasado cuatro
años desde entonces y las reformas no se han llevado a cabo; los
políticos firmantes incumplieron su palabra y engañaron a la comunidad
cooperante internacional. Mintieron ayer, con el mismo cinismo que
siguen mintiendo hoy.
La burla
de los compromisos y la ausencia de ética en las cúpulas políticas que
controlan el Congreso Nacional, una vez combinadas, fueron factores
suficientes para impedir la reforma y conservar el mismo y ya desgastado
y desprestigiado sistema electoral del país. Esas cúpulas políticas,
enemigas de la modernidad y de la democracia, son y serán las
responsables de lo que suceda a finales del próximo mes de noviembre. Su
obstinación conservadora y su adhesión férrea al pasado y al fraude,
son, entre otras, algunas de las razones inmediatas que impiden
procesos electorales creíbles y aceptables.
La
reforma electoral no se limita a un simple reparto de posiciones
burocráticas en los organismos encargados de gestionar el proceso
electoral, concretamente el Tribunal Supremo Electoral y el Registro
Nacional de las Personas. No, esa reforma va y debe ir más allá, por
supuesto. Debe apuntar a la democratización de todo el proceso para
hacerlo más accesible y participativo, más transparente y legítimo.
Entre más democrático y equitativo sea el proceso electoral, mayores y
más permanentes serán sus niveles de credibilidad y aceptación pública.
Y, en consecuencia, más sólidos y consistentes serán los pilares sobre
los cuales se debe consolidar la democracia en Honduras.
Pero,
para hacer la reforma, se necesita básicamente una firme voluntad
reformista. Se necesitan líderes políticos convencidos de la necesidad
de la reforma. Se requiere una nueva mentalidad, una visión de
estadistas y vocación transformadora, deseos de modernidad y convicción
democrática que, por lo visto, la mayoría de los actuales dirigentes
políticos no tienen. Confunden su militancia política con la sabiduría
política. Apelan a sus años de militancia como si fueran la mejor
garantía de una supuesta convicción democrática y conocimiento profundo.
No hay tales: la cultura política democrática no es algo que se
adquiere así nomás, organizando fraudes y articulando trampas
electorales, manipulando resultados y distorsionando la voluntad de los
votantes. Esas son prácticas antidemocráticas y, por lo tanto, jamás
podrán ser fuente de valores y principios democráticos. Menos para que
sirvan como escuela de sabiduría y cultura política moderna.
La
reforma del sistema electoral actual es una necesidad del propio sistema
político predominante en Honduras, que, paradójicamente, la necesita
para poder seguir siendo útil y funcional. Reformar algo para que el
sistema no sucumba ni colapse. Pero los dirigentes políticos
conservadores, sean del partido que sean, no parecen darse cuenta de
esta simple verdad de Perogrullo. No acaban de entender que la reforma
puede servir para prolongar un poco más sus gastados liderazgos, como
tampoco entienden que sin reforma crean las condiciones para que los
resultados electorales de noviembre carezcan de la credibilidad
necesaria para ser aceptados tranquilamente por una población sumida en
la duda y la desconfianza.
La
reforma habría servido para bajar el nivel de crispación y debilitar la
duda colectiva. Sin reforma, el escenario es otro: crece la
desconfianza, aumentan las sospechas de fraude, se reafirma la voluntad
triunfalista de los principales candidatos y, sobre todo, se genera un
ambiente propicio para la confrontación y la crisis. Un escenario nada
estimulante y cargado de amenazas y riesgos. Los políticos conservadores
y mentirosos, los que incumplieron el compromiso de septiembre de 2013,
son y serán los responsables si lo que hoy es apenas un conflicto
legislativo, se convierte mañana en una crisis política nacional.
Estamos advertidos.
http://criterio.hn/2017/08/23/elecciones-sin-reforma/
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