Criterio.hn/ Mayo 22,2017
Por: Víctor Meza
Eso es
precisamente lo que sucede cuando la academia y el gobierno se
distancian: una separación inconveniente. La primera genera conocimiento
calificado, insumos clave, que el segundo debe utilizar en el diseño de
las políticas públicas. Ambas partes se necesitan y requieren, aunque
no siempre se quieran y toleren públicamente.
La
decisión del gobierno, más concretamente de la Secretaría de Seguridad,
de construir su propia red de Observatorios de la violencia, en
menosprecio evidente del trabajo tesonero y continuado que ha estado
haciendo la Universidad Nacional desde su propio Observatorio,
proporcionando cifras útiles y creíbles sobre los índices de la
violencia y el crimen, especialmente los homicidios, en todo el
territorio nacional, no parece ser una medida muy racional ni apropiada.
Crea una impresión, y por lo mismo genera corrientes de percepción,
negativa y sospechosa. Genera la duda sobre las verdaderas intenciones
de un gobierno que cada vez parece más inclinado a sucumbir al llamado
“pensamiento ilusorio”, más conocido en el lenguaje político por la
expresión inglesa “wishful thinking”, es decir considerar la realidad no
tal como es sino como uno quisiera que fuera. Fuente de engaño, base de
ilusiones y, por lo mismo, punto de partida para adoptar decisiones que
a menudo resultan tan indebidas como erradas.
La
academia debe interpretar la realidad en base a los instrumentos
científicos de los que dispone, utilizando para ello la ciencia y
elaborando conocimiento tan riguroso como auténtico. Produce y reproduce
“saber científico”, lo más lejos posible de lo ilusorio y fantástico.
Sus datos deben ser comprobados por la vía del análisis minucioso y la
recolección objetiva, libre de prejuicios “políticos” y de manipulación
engañosa. La academia está obligada a ser cuidadosamente objetiva e
imparcial al momento de estudiar los hechos e interpretar los fenómenos –
sociales en este caso – al margen de los condicionamientos – políticos
en este caso – y los afanes puramente mediáticos.
El
gobierno, por su parte, está obligado a elaborar y mantener con
rigurosidad y conocimiento las políticas públicas que habrá de aplicar
en el manejo y procesamiento de los problemas a los que se enfrenta el
país que administra. Entre más y mejor conocimiento utilice, mayores son
las posibilidades de que sus políticas atiendan a la raíz y esencia de
los problemas, asegurando soluciones positivas y necesarias. Cuando la
política se auxilia de la ciencia las cosas van mejor y las soluciones
se vuelven menos utópicas, así como más reales y posibles. Es una lógica
sencilla, cuya aplicación no requiere mayor lucidez ni especial
talento. Basta con un poco de sentido común, auxiliado por una buena
dosis de racionalidad básica.
Pero
parece que esto, que luce tan simple, en la práctica se vuelve muy
complejo y difícil. Al menos eso es lo que se desprende de la decisión
oficial de invertir un millón y medio de dólares para que un centro
académico del exterior venga a enseñar a los hondureños cómo medir la
tasa de homicidios por cada cien mil habitantes, en qué forma registrar
la información cotidiana y crear las bases de datos necesarias, de qué
manera diseñar los mapas de la violencia en el territorio nacional y
desagregar por diferentes categorías la información general relacionada
con la criminalidad y la violencia en Honduras. Creíamos que ya nuestros
profesionales de las “ciencias policiales” habían aprendido a hacer eso
y, por lo mismo, eran capaces de crear su propio centro de estadísticas
con el rigor científico requerido para asegurar su confianza y
credibilidad. Para eso, al menos, podría servir la flamante Universidad
de Policía con que cuenta el Ministerio de Seguridad.
Todo
indica que la decisión de crear una red de Observatorios regionales (se
habla de comenzar con 30 en los municipios más “calientes”) es el
corolario de esa disputa macabra que la Policía, vale decir sus jefes
principales, han entablado con la Universidad Nacional para medir el
número de hondureños que mueren diariamente, víctimas de la violencia
criminal. Si es así, las sospechas sobre una posible manipulación
calculada de las cifras por la parte oficial no dejan de tener lógica y
sustento. Parece que el gobierno siente una necesidad obsesiva de creer
en sus propias cifras, acomodando los datos para dar sostenibilidad al
“pensamiento ilusorio” del que es prisionero. Al querer escuchar sólo su
propia voz, sucumbe a la tentación de repetir siempre el mismo eco. Y,
lo que es peor, a divorciarse de la realidad y dar la espalda a los
hechos y a la vida misma. El que se autoengaña generalmente necesita
engañar a los demás para crear la falsa impresión de una verdad
distinta.
El
trabajo que ha venido haciendo desde hace ya varios años la Universidad
Nacional en el registro de las tasas de violencia y muerte en el país,
ha sido un trabajo meritorio y valioso. Goza de credibilidad pública,
dentro y fuera de Honduras. Al cerrarle las fuentes de información
policial, los responsables de esa absurda medida no nos hacen un favor.
Ni se lo hacen ellos mismos.
Al contrario, nos causan un gran daño a la
sociedad entera y sumen al país en más desconcierto y confusión. Y,
además de todos esos males, le provocan al Estado, que ya casi está en
bancarrota fiscal, un gasto tan millonario como innecesario. Pareciera
una cosa de locos, pero, desgraciadamente, no lo es. El “wishful
thinking” a menudo desemboca en una demencial mitomanía.
http://criterio.hn/2017/05/22/divorcio-inconveniente/
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