Martes, 28 Febrero 2017
La
democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos son elementos
esenciales para legitimar o deslegitimar las acciones u omisiones de
las autoridades. Entre ellos mantienen una relación íntima que le
permite a cada uno definirse, completarse y adquirir sentido en función
de los otros.
El Estado de
derecho es un sistema político basado en el monopolio estatal del uso
de la fuerza, con el objetivo de suprimir o al menos disminuir la
violencia en las relaciones interpersonales.
La democracia es
una técnica de convivencia orientada a la solución no violenta de los
conflictos. Por tanto, en un Estado democrático de derecho no debería
existir otra violencia legal que aquella mínima necesaria para prevenir
formas de violencia ilegales más graves y vejatorias.
Por su parte, los
derechos humanos son instrumentos fundamentales para protegernos del
uso abusivo y negligente del poder, y su inclusión en la norma más
suprema de la nación, es decir, la Constitución, condicionan las
decisiones públicas y favorecen el desarrollo pacífico de las
transformaciones sociales e institucionales.
En este sentido,
la democracia legitima el cambio a través del disenso mediante la
reducción de la violencia y la limitación del poder absoluto, y
garantiza las luchas por los derechos humanos, los cuales a su vez
garantizan la democracia.
Consecuentemente,
la exigencia ciudadana de sus derechos constituye una forma de
democracia directa que se desarrolla paralelamente a la institucional y
representativa, permitiendo que el debate político también salga de
las paredes del Congreso Nacional, y que la participación de los
titulares de los derechos se vuelva más directa.
Las recién
aprobadas reformas penales que criminalizan la protesta social y
pacífica, y cercenan libertades fundamentales como la libertad de
expresión, son un ejemplo del deterioro y desmantelamiento de los
principios más básico de la democracia y del Estado de derecho.
Asimismo, la
discrecionalidad que tales reformas le dan a policías, militares,
fiscales y jueces para señalar como terroristas a quienes
colectivamente ejercen la defensa de sus derechos en los espacios
públicos, solo nos confirman la consolidación de un régimen autoritario,
tiránico y fascista que utiliza el derecho penal como instrumento de
terror y de control social.
Sin duda alguna, con estas reformas se pretende reducir al mínimo la
presión de los sectores sociales y la crítica pública, y transformar
completamente nuestra débil e incipiente democracia en oligarquía y en
tiranía de una minoría.
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Reformas penales, democracia y
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