Por: Víctor Meza
La
carrera hacia la meta electoral del último domingo de noviembre del
próximo año, ha comenzado y está ya en su pleno apogeo. Aunque, a decir
verdad, siempre ha estado así, con mayor o menor énfasis, desde que el
huésped de Casa Presidencial decidió instalarse en ella para siempre.
Es
frecuente escuchar que los hondureños vivimos en campaña electoral
permanente. A los pocos días de inaugurado un nuevo gobierno, comienzan a
surgir nombres y propuestas para futuras candidaturas presidenciales.
La política electoral se vuelve una categoría cotidiana, una forma de
vivir, una manera de pasar el tiempo…Y no sólo eso: también una vía para
hacer negocios, recaudar dineros, públicos y privados, acumular
ganancias…en fin.
Por
eso no es casual ni debe sorprendernos el entusiasmo, casi furor en
algunos casos, que caracteriza desde ya al ambiente político electoral
actual. Sólo que esta vez el ambiente está contaminado por una amenaza
realmente preocupante: la del continuismo presidencial. Es decir, la
continuidad en el cargo de la misma persona que supuestamente fue
elegida en noviembre de 2013 para ejercer la presidencia de la República
por un periodo constitucional de cuatro años. Ni más ni menos, si hemos
de atenernos al espíritu y a la letra de lo que dice la Constitución de
la República.
Pero, por
lo visto y oído, lo que diga y establezca la Carta Magna cada vez
importa menos. Irrita e indigna escuchar a leguleyos de cafetería y a
genios municipales de las ciencias jurídicas, con la voz engolada y el
tono de barítonos en decadencia, pontificando sobre el sentido oculto de
las normas jurídicas y desentrañando, cual arqueólogos de la
jurisprudencia, las artimañas más disparatadas y las interpretaciones
más retorcidas para dar algún valor y credibilidad a sus interesadas
conclusiones.
Producen
risa, cansados como estamos ya de la ira y hartos del cinismo ajeno,
los esfuerzos que esos personajes – verdaderos trujamanes de feria –
hacen para retorcer las leyes y acomodar sus interpretaciones
lingüísticas, utilizando palabras tales como “alternabilidad” o
alternancia, reelección o continuismo, honorable diputado, excelso
maestro y catedrático, etc. siempre en beneficio de la confusión y el
engaño.
Y
uno se pregunta: ¿será posible que estos individuos, que confunden el
himno nacional con el rintintin de las cajas registradoras, como decía
el General Omar Torrijos, se salgan con la suya y terminen imponiéndonos
a todos su deleznable vocación de dictadores de opereta? ¿Será posible
que los ciudadanos permitamos que nos conviertan en súbditos de
reyezuelos tan ambiciosos como provincianos? Me niego a creerlo, no
quiero ni pensar en ello.
Y,
por lógica simple, siempre concluimos en la misma pregunta: ¿qué hacer
para impedirlo? La respuesta es una y siempre la misma: unirnos, solo
juntos podremos hacerles frente y vencerlos, cerrarle el paso a los
aprendices de dictadores. Si la oposición no es capaz de entender esta
elemental verdad, entonces, a lo mejor, no merece convertirse en
gobierno y conquistar el poder. Sin unidad, la oposición es débil y
dispersa, se diluye en polémicas infinitas y en descalificaciones
mutuas. En cambio, unida, la oposición es fuerte y se convierte en
alternativa real de poder.
Porque,
en esencia de eso se trata: en la democracia, la oposición debe ser
opción, alternativa, posibilidad de cambio y relevo, instrumento
indispensable de la necesaria alternancia en el ejercicio del gobierno.
Si la oposición no es eso, si se desgrana en porciones de discordia y
controversia constante, entonces se desgasta y, finalmente, se agota;
deja de ser oposición y se convierte en simple apéndice político del
poder oficial. Es la muerte, por evaporación gradual, de la oposición
política.
Los
líderes de la oposición, si en verdad quieren y le apuestan a la
democracia y al Estado de derecho, deben renunciar a sus ambiciones
personales y encontrar el candidato adecuado, que resuma en su conducta
personal y en su quehacer político diario los ejes clave que dan sentido
común a todas las fuerzas opositoras. En pocas palabras, un candidato,
hombre o mujer, que reúna la múltiple condición de ser demócrata,
plural, tolerante, honesto, antigolpista y antidictatorial. Con
candidatos así, sobre la base de la unidad en la diversidad, la
oposición estaría en capacidad de derrotar las pretensiones continuistas
y dictatoriales del gobernante actual. Es la única forma.
No
olvidemos la sentencia aquella, en los albores del parlamentarismo,
cuando los nuevos legisladores proclamaron y advirtieron, ante la
soberbia del monarca: Sabemos que cada uno de nosotros vale menos que
vos, pero no olvidéis que todos juntos somos mucho más que vos…
http://criterio.hn/2016/11/22/poder-no-poder/
No hay comentarios:
Publicar un comentario