Por: Víctor Meza
El
uno no vive sin el otro porque se necesitan mutuamente, se
complementan, como dos polos que no son tan opuestos. El corruptor
necesita el espacio propicio y la condición oportuna para que el
corrupto pueda hacer de las suyas. Este, a su vez, requiere de la
discrecionalidad apropiada para satisfacer la demanda del corruptor. Y
así, en una especie de cohabitación infame, los dos forman el matrimonio
perfecto.
Pero
no basta con esos dos actores. Se necesitan otros dos factores para que
el sistema funcione a plenitud. Se requiere del clima de impunidad
adecuado y, por supuesto, de la inevitable tolerancia social.
De esta
forma, un corruptor ligado con un corrupto, en un clima de impunidad y
disfrutando de la tolerancia de la sociedad, forman en su conjunto el
cuadro ideal, el llamado sistema integral de corrupción
institucionalizada. Eso es lo que actualmente padecemos en Honduras.
La
corrupción no es nueva pero, a veces, puede resultar novedosa. En el
reciente pasado, la corrupción tenía un carácter hasta cierto punto
artesanal, primario, simple. Transitaba por la vía de los favores
personales, el contrabando elemental, la discreta paga clandestina o la
tímida venta de las oportunas y, casi siempre, episódicas influencias.
Con el tiempo, como todo fenómeno social, fue evolucionando,
perfeccionándose, volviéndose más compleja y sofisticada. Más voluminosa
y global. Se fue convirtiendo en sistema.
Se
produjo el salto desde la acción individual a la actividad colectiva.
Y, al mismo tiempo que se volvía general, la corrupción también se
tecnificaba y profesionalizaba. Se convertía
en mecanismo clandestino, constante, inherente a la actividad del
Estado y de la sociedad. Se volvía habitual y sistemática. Casi
institucional. Especie de lubricante indispensable para hacer funcionar
libremente el oxidado y chirriante engranaje del Estado.
Con
las nuevas tecnologías, las maravillas de la informática y el universo
digital, la corrupción alcanzó niveles de esplendor y auge desmedidos.
La paga bajo la mesa fue sustituida por la transferencia electrónica. El
dinero sucio encontró canales apropiados en el mundo digital para fluir
seguro y sin contratiempos. Los circuitos bancarios se abrieron golosos
para las transferencias irregulares. Los corruptos ya ni siquiera
tienen necesidad de conocer personalmente a sus contrapartes
corruptoras, porque todo se mueve en el mundo difuso y gelatinoso de la
cibernética. Es la modernidad, la revolución de la tecnología y la
información, los nuevos espacios en que se mueven los hilos de la
corrupción.
Y
los corruptos también han cambiado. Sus demandas han crecido, en
volumen y en frecuencia, en intensidad y en exigencias. Ya no se limitan
a pedir la colaboración política disfrazada de comisión operativa.
Ahora quieren ser socios de los corruptores, buscan
y exigen un espacio bajo el sol empresarial y financiero. Intervienen
en los negocios, fundan sus propias empresas, exigen porcentajes
accionarios en las empresas ajenas e invaden, altaneros e impunes, los
espacios otrora reservados para sus antiguos financistas políticos del
mundo empresarial.
Poco
a poco se van formando las redes de la corrupción que permean y cubren
gradualmente todos los engranajes del Estado. Se afianzan así los
vínculos cada vez más estrechos entre la corrupción y la política. La
primera como fuente nutricia de la segunda. Y ésta, por su parte, como
ámbito propicio para el desarrollo y consolidación de aquella. El caso
del Instituto Hondureño del Seguro Social es el mejor ejemplo para
ilustrar la forma en que se forman y operan las redes internas de la
corrupción en el mundo de la política. El funcionario corrupto, en
complicidad con ciertos empresarios corruptores, junto a una tupida
telaraña de falsas empresas proveedoras, conforman el núcleo dinámico de
la red de corrupción que desemboca en las arcas de la política. El
político corrupto, financiado por el empresario corruptor, articula la
actividad del partido, contamina los procesos electorales y desvirtúa,
al final, la voluntad de los electores. Así funciona esta trama
siniestra que liga en un solo amasijo de podredumbre a la política y la
corrupción.
Este
sistema integral de corrupción y política nos conduce inevitablemente
hacia la desintegración ética de la sociedad. Hacia allá vamos o, mejor
dicho, en eso estamos ya.
http://criterio.hn/de-corruptos-y-corruptores/
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