ALAI
AMLATINA, 28/04/2016.-
Si
la diplomacia
abierta está diseñada para el consumo informativo (pues algo se
tiene que
informar), la política exhibida mediáticamente está concebida
para moldear
opinión pública. Ninguna tiene, como misión, orientar y, menos,
generar una
relación crítica con los hechos políticos (el nuevo circo romano
es virtual);
lo que se informa no contiene nada que no sea lo permitido por
la función
asignada, es decir, lo que se sabe es apenas lo que una
administración
selectiva de información permite saber (este control, por
supuesto, no es del
todo perfecto; su éxito es proporcional al grado de
domesticación producida).
La interpretación de los hechos políticos es, de ese modo,
circunscrita dentro
de los márgenes permisibles que establece un poder estratégico
que sabe la
importancia del manejo de la información.
La
diplomacia abierta es un concepto que sintetiza la visión
aristocrática de la
democracia moderna: el pueblo no tiene por qué saber lo que
realmente está en
juego. El pueblo obedece, no decide. Quienes deciden son los
protagonistas de
la diplomacia profunda y son los artífices de la política real.
Lo que se ve es
apenas el teatro mediático, la tragicomedia política; pero la
trama, el
argumento y el meollo del asunto, no pueden exhibirse, ni
siquiera en el propio
desenlace. Porque descubrir esto es revelar los propósitos del
nivel profundo y
esto significa desenmascarar al poder detrás del trono.
Hoy
en día, la mediocracia ha monopolizado toda mediación entre
individuo y
realidad, haciendo de la opinión pública su patrimonio privado.
La información
se ha convertido en un recurso estratégico de control político,
haciendo de
ésta la marca registrada de todo fenómeno comunicacional; pero
no es la
información, en sí, lo que produce conocimiento, sino la
reflexión que tematiza
el sentido que contiene la información; tampoco es el contacto
directo con los
hechos lo que permite comprensión sino el tener perspectiva, así
como la
objetividad no se mide por la neutralidad sino por los criterios
éticos que se
asume. Entonces, para tener una visión clarificada de los
acontecimientos, hay
que superar el cerco mediático y desenmarañar los contenidos
informativos que
propaga la prensa y, de los cuales, ni ella misma es consciente.
Lo
que sucede en Brasil no puede sopesarse a partir de lo que se
exhibe
mediáticamente; esa información sólo produce confusión y no
permite entrever lo
que realmente está en juego. Las denuncias de corrupción
gubernamental es un
teatro montado para los ingenuos en geopolítica, que es el modo
cómo se está
definiendo la nueva reconfiguración global. En ese sentido, la
posible
destitución de la presidenta Dilma no está lejos de todo lo que
ha venido
aconteciendo desde el golpe en Honduras y Paraguay.
Bajo
la nueva nomenclatura implantada por las guerras de cuarta
generación, un golpe
de Estado puede ahora prescindir del uso de la fuerza militar.
El “impeachment”
es una nueva modalidad del concepto de “golpe suave”, que se
impone el “smart
power” como una forma de reducir las expectativas democráticas
de los pueblos,
sin alteración del orden constitucional y promovida por la
propia
institucionalidad democrática. Lo que pareciera un contrasentido
no es más que
la constatación de una capitulación jurídica que la izquierda
continental no ha
sabido tematizar.
Algo
que la visión economicista de la izquierda latinoamericana no
entiende es que
el neoliberalismo no es simplemente un modelo económico. No es
políticamente
que el neoliberalismo penetra en nuestros Estados sino
jurídicamente. La
doctrina del shock nos muestra cómo el dogma neoliberal penetra
en nuestras
sociedades pero no nos enseña cómo llega a encarnar en la
estructura misma del
Estado. Lo que sucede en Brasil es muestra del modo cómo el
régimen normativo
de los Estados es capturado por el concepto de derecho que
patrocina la actual
hegemonía financiera del dólar-centrismo.
Algo
que el marxismo standard no ha llegado a aclararse es que el
capitalismo es
imposible sin un marco jurídico que haga posible el desarrollo
de la lógica del
capital. Marx mismo señalaba que, en realidad, no vemos
relaciones económicas
sino, vemos estas relaciones en el espejo de las relaciones
jurídicas. Sin un
derecho que justifique y legitime el robo y el despojo (al ser
humano y a la
naturaleza) que son, en última instancia, el contenido del
concepto de riqueza
moderna, el capitalismo sería imposible.
El
régimen normativo que inaugura el derecho moderno-liberal es lo
contenido en la
subjetividad moderna que promueve el capitalismo. Desde Hegel,
el derecho
expresa la propiedad, como determinación de la libertad del
individuo moderno;
es decir, el derecho moderno es concebido para la defensa de la
apropiación de
lo que era común, por eso “lo privado” de la “propiedad privada”
es la
“privación” que se hace a los demás de lo que era común. Es un
derecho pensado
para los ricos. Si este derecho estructura el régimen normativo
de un Estado,
entonces se entiende que ese Estado desarrolle únicamente una
política
antipopular.
Por
eso el neoliberalismo realiza un desmontaje del carácter
nacional de nuestros
Estados y reconfigura nuestras constituciones a merced del nuevo
sujeto del
derecho actual: el capital transnacional. Los nuevos tratados
comerciales, como
la Alianza del Pacífico (extensión del Trans Pacific Partnership
o TPP, y del
Trade In Services Agreement o TISA), son clara muestra de ello,
estableciendo
una subordinación de los propios Estados a una legislación
global que protege a
las empresas de todo reclamo de soberanía.
Nuestros
gobiernos habían originado una recuperación del carácter
nacional de nuestros
Estados, pero sin alteración del régimen normativo que había
implantado
previamente el neoliberalismo. Ahora, cuando se había logrado,
aunque sea
mínimamente, la estabilidad requerida para impulsar las
economías, es desde el
propio sistema constitucional que se produce una recaptura del
poder. Otra vez,
la izquierda entrega en bandeja de plata un país a merced de un
nuevo asalto
conservador.
Algo
que ya debía ser asunto de evaluación politológica es la
empecinada denuncia de
presidencialismo que promovía la derecha continental. Una de las
premisas de la
democracia neoliberal, inventada por los think tanks gringos, es
la
distribución del poder político, recortando atribuciones
constitucionales que
pudiese tener una cabeza –no disciplinada– gubernamental, para
desviarlo al
legislativo sobre todo, donde es posible establecer la lógica de
los lobbies y,
de ese modo, controlar siempre al ejecutivo. Esa es la
democracia gringa, donde
el presidente no ejerce poder, simplemente lo administra; por
eso el voto es
irreal, porque el presidente, aunque prometa todo, no puede
hacer nada, y el
poder detrás del trono actúa cómodamente desde las cámaras. Por
eso, a este
tipo de democracia le incomoda que un presidente pretenda
recuperar atribuciones
constitucionales, desde las cuales pueda promover una radical
transformación
del Estado.
Es
curioso cómo las acusaciones de corrupción gubernamental siempre
aparecieron
una vez que aparecía la predisposición de realizar una
“limpieza” estatal. Eso
sucede en Brasil y es hasta titular en el New York Times del 15
de abril: “ella
no robó nada, pero está siendo juzgada por una banda de
ladrones”. Esta
situación comienza desde que Dilma, el 2011, efectúa “limpiezas”
en organismos
públicos.
Algo
que es fundamental en la implantación del neoliberalismo es la
generación de
una cultura de corrupción política, pues sólo de ese modo pueden
los mismos
connacionales coadyuvar a un desmantelamiento del carácter
nacional del Estado.
De ese modo la política se convierte en subsidiaria de la
economía: las
empresas financian campañas políticas y compran políticos para
influenciar al
propio poder político (el poder de Eduardo Cunha en el Congreso
brasileño –el
principal impulsor del “impeachment” contra Dilma–, proviene
precisamente del
poder que le brindan los políticos favorecidos del montaje de
corrupción que
originó a través de acuerdos con empresas ligadas al
financiamiento de campañas
y compra de políticos, a cambio de favores e influencia
legislativa para hacerse
de contratos públicos y estatales). El neoliberalismo no sólo
promueve la
desregulación bancaria sino también la inmoralidad política. La
política se
vuelve administradora del poder recortado que le otorga el poder
económico. El
Estado mismo se encuentra, una vez desmantelado, a merced del
ingreso que
puedan proporcionarle sectores empresariales.
Estos
sectores se hallan, desde el neoliberalismo, demasiado
comprometidos con el
dólar. De modo que sus intereses no encajan en una recuperación
del carácter
nacional del Estado. Que Eduardo Cunha sea el aliado principal
del
vicepresidente Temer, señala una orquestación congresal que
busca algo más que
una simple destitución constitucional. Se trata de algo que sólo
puede hurgarse
en la política profunda y que escapa a las consideraciones
meramente locales.
Lo que está en juego en Brasil es el destino mismo de
Sudamérica; no porque en
Brasil se dirima una fatalidad sino que el desenlace del
“impeachment”
establecerá, en lo venidero, el derrotero geopolítico de toda
Sudamérica en el
nuevo tablero geopolítico multipolar.
La
destitución de Dilma provocaría la sucesión constitucional, es
decir, la
asunción a la presidencia de su vicepresidente Temer, quien es
el favorito, en
esta contienda, de los intereses gringos. Temer es la versión
brasilera de
Macri, cuya misión inmediata es, y así lo está demostrando,
reponer en
Argentina una economía alineada a la hegemonía del dólar. De ese
modo se
repondría el proyecto de las elites, que no es otro que un
neomonroeismo más
implacable, en una situación global ya no tan halagüeña para
USA. No se trata
sólo de destituir a Dilma sino de anular también a Lula, para
una re-cooptación
absoluta de la economía del gigante sudamericano. Detrás de todo
el teatro
mediático se encuentra la restauración neoliberal en condiciones
que ameritan
la urgencia de USA por aislar a Sudamérica de la influencia de
China y Rusia y
de toda opción que signifique, para nuestros países, separarse
de la hegemonía
gringa.
El
factor geopolítico viene por ese lado. Tanto USA como Rusia ya
han venido
declarando su más que seguro abandono, no sólo de Siria sino de
todo el Medio
Oriente. Esto supondría no sólo el desentenderse de los
conflictos suscitados
allí sino el mudar el propio teatro de conflagración geopolítica
global a otra
parte del mundo. USA concentra su poder bélico en el Extremo
Oriente, pero su
más actualizado neomonroeismo está concentrando sus esfuerzos en
recuperar, lo
que considera su continente, de toda influencia que merme en
algo su importancia.
Desde la doctrina Bush, USA ha ido perdiendo presencia en casi
todo el mundo;
el propio empecinamiento en Irak y Afganistán le costó, entre
otras cosas,
perder su control sobre Sudamérica.
Tanto
Ucrania como Siria han mostrado la fractura de un mundo unipolar
y que está
propiciando una nueva guerra fría. Dos bloques antagónicos se
enfrentan en todo
conflicto que persigue la reposición de un mundo unipolar: por
un lado USA, su
brazo armado (la OTAN), su brazo político (la Unión Europea), y
su brazo financiero
(la Banca israelí-anglosajona); por el otro, los BRICS, además
del Grupo de
Shanghai, pero sobre todo Rusia y China. Brasil forma parte de
los BRICS y, una
unión más estrecha entre Brasil y China, supondría el fin de la
hegemonía
gringa en Sudamérica. La restauración neoliberal en Brasil
persigue la
desconexión entre estos dos gigantes. Si Brasil corre la misma
suerte que
Argentina, entonces el futuro del MERCOSUR, la UNASUR y el ALBA
se hallan
seriamente comprometidos y nuestros países, que no pueden vivir
al margen de
una integración económica, estarían a merced de los tratados
comerciales
promovidos por el capital transnacional. La Alianza del Pacífico
ha sido
diseñada para eso, pues dentro de la doctrina Obama, un punto
primordial es la
contención de China. Si USA promueve esta contención en la
propia área de
influencia de China, con mayor razón en lo que consideran los
gringos su
backyard.
Para
estos fines el Council of Foreign Relation o CFR ha diseñado el
concepto
geopolítico de “North-America”, donde éste se expande hasta
Venezuela, como
parte de un Caribe ampliado (que USA siempre consideró como su
Mar
Mediterráneo). Este concepto establece la prioridad de contar
con los recursos
naturales y energéticos que proveen las cuencas del Orinoco y
del Amazonas,
como base material para garantizar la reposición de la
supremacía gringa en el
continente. La anulación geopolítica de Sudamérica es esencial
para esta
reposición. Esta fue la claridad que tenía el presidente Chávez
(por eso era
urgente su desaparición). Ningún otro presidente, ni siquiera
Lula, ha mostrado
consciencia de esta perspectiva geopolítica, necesaria a la hora
de ingresar de
modo soberano a una nueva reconfiguración del tablero
geopolítico global.
Deshacer
una integración regional sudamericana, de carácter soberano, es
fundamental
para debilitar al BRICS, sobre todo a Rusia y China, pues el
cordón
geoestratégico de las potencias emergentes tendrían que
recluirse al viejo
continente, una vez rota la continuidad que proporcionaban
Sudáfrica y Brasil
(desde Washington se orquesta las protestas estudiantiles en
Hong Kong, la
desestabilización en Sudáfrica, también las protestas contra la
relección de
Putin, así como la confabulación con la familia Saudí y la
banca, para bajar el
precio del petróleo e implosionar las economías de Rusia, Irán y
Venezuela);
desconectar a Brasil supone aislar a Sudamérica de la expansión
del pacífico y
no permitir, bajo ninguna circunstancia, un ingreso en mejores
condiciones, de
nuestra región, en la nueva cartografía tripolar
(USA-China-Rusia) que no
conviene para nada a la supremacía gringa.
La
carencia de una lectura global de un mundo en transición nos
hizo perder la
gran oportunidad de consolidar un proyecto regional cuando el
Imperio estaba
distraído en el Medio Oriente. La resistencia de los pueblos de
Irak,
Afganistán, Siria, Irán, etc., nos había dado la posibilidad de
originar una
primavera democrática en estos lados; pero el exitismo de lo
logrado, que no
era sólo merito nuestro, ahora nos descubre en una coyuntura ya
no tan
favorable, donde las dos más grandes economías de Sudamérica se
van inclinando
por una nueva capitulación mucho más entreguista que las
anteriores. La
colonialidad de nuestras elites, tanto económicas como políticas
y hasta culturales,
sólo pueden manifestar un ánimo de resignación y, aunque
prodiguen un
anti-imperialismo discursivo, esto sólo sirve para el berrinche
momentáneo y la
inculpación unilateral hacia afuera (hasta para admitir
responsabilidades la
izquierda sólo sabe mirar hacia afuera).
En
esta coyuntura, donde la integración es más difícil y el quedar
aislados
cancelaría lo propositivo de nuestras revoluciones, es menester
reponer de modo
urgente las prerrogativas que pretendían una integración
política y económica,
además de financiera, regional. Nadie se va a salvar solo. La
salida de esta
emboscada no puede ser sino conjunta. Las críticas al interior
de nuestros
procesos no pueden perder de vista que, lo que está en juego, es
la
sobrevivencia misma de nuestros Estados. Si los gobiernos
muestran algo de
sensatez al respecto, debieran ser los primeros en ceder su
exclusivismo e
infalibilidad, para promover una nueva reconexión horizontal con
el carácter
popular-democrático que habían inaugurado nuestros pueblos,
sobre todo
indígenas. Una nueva integración no puede reducirse a lo
meramente comercial
sino que debe proponerse en los términos geopolíticos de una
reposición
geoestratégica de la región, para de ese modo permitirnos un
ingreso, en las
mejores condiciones, en el nuevo tablero geopolítico global.
Así
como las políticas que adopta Macri son insostenibles, lo mismo
sucedería con
Temer en Brasil. El nuevo tipo de acumulación financiera que
orquestan los
nuevos tratados comerciales es decididamente más despiadada y
solo puede
conseguir los índices acumulativos que se proponen, despojando
todas las
conquistas sociales logradas en este periodo. Como en Argentina,
lo que se
produciría en Brasil es el caos (las conquistas sociales, y
hasta culturales,
han constituido un nuevo sentido común que será difícil anular).
Pero este
panorama no ensombrece las aspiraciones del capital financiero,
pues para las
finanzas, el caos y la guerra constituyen siempre oportunidades
para generar
ganancias espectaculares.
Si
USA desiste del Medio Oriente, pues ya no puede contrarrestar la
superioridad
bélica rusa, le resta asegurar su área inmediata de influencia.
Y si, para
ello, promueve un concepto geopolítico de ofensiva estratégica,
como es el
“North-America” ampliado, entonces la anulación de Sudamérica
supondría su
balcanización. Esa es tristemente la constancia de toda
reconfiguración
geopolítica: donde no haya integración regional sólo resta su
balcanización.
Cuando todo se trata de sobrevivir –hasta de las potencias–, los
fuertes no
hallan otra manera de hacerlo sino a costa de los débiles. Y los
débiles lo son
porque, en semejante situación, anteponen sus particularidades y
no apuestan
por su complementación. En un mundo compartido, nadie es
independiente del
todo, ni siquiera los imperios; se es independiente en la medida
en que se toma
conciencia del grado de dependencia que se tiene, de modo de
aprovechar esa
dependencia (porque no es unilateral) y hacerla recíproca. La
independencia es
subjetiva, es decir, es el tipo de relación que establezco, lo
que define mi
condición.
Este
panorama es también el que se viene definiendo en las elecciones
que se
llevaran a cabo en USA. La favorita del poder financiero y los
lobbies es
Hilary Clinton (a quien ya llaman “Killary”) y, si la nueva
administración
gringa recae en la parte más conservadora, que ya no es sólo la
republicana,
entonces la tercera guerra mundial pasaría a ser una opción
inevitable. La
visión provinciana euro-gringo-céntrica de la diplomacia y la
política exterior
del primer mundo no concibe un mundo compartido y esa limitante
sólo admite la
posibilidad de la guerra.
Toda
la propaganda actual está diseñada para legitimar una situación
límite. La
develación de los “panamá papers” es una de las tantas
estrategias de la guerra
financiera contra los enemigos del dólar. No en vano, el
consorcio que
investiga estas cuentas off-shore es curiosamente patrocinado
por la CIA, la
fundación Ford y la fundación Soros. La curiosa selectividad
informativa da
muestras de una interesada pesquisa, donde aparecen personajes
del “eje del
mal”, para darle más candela al asunto. Otra función más del
circo mediático
que, pretendiendo defender la libertad y la legalidad, no hace
otra cosa que no
sea recortar aún más la libertad global; porque esta operación
no afecta al
sistema financiero, que necesita estos paraísos fiscales para,
precisamente,
evadir las leyes estatales; esta operación sólo busca eliminar
la competencia y
establecer como únicos paraísos fiscales a aquellos que se
encuentran en las
jurisdicciones de USA, Gran Bretaña, Israel y Holanda, de ese
modo, tener el
control total de todos los movimientos financieros globales,
legales o no.
La
importancia geoeconómica de Sudamérica es clara para las
pretensiones del
concepto “North-America”. Para una incorporación de nuestra
región, en
condiciones prometedoras, a un mundo multipolar, se requiere una
apertura hacia
el pacífico y una conexión estratégica –soberana– con el gigante
asiático. De
modo aislado esto no es posible y esto lo saben los gringos, por
eso, anulando
a Brasil se anula una apuesta conjunta. Sólo regionalmente se
estaría en
condiciones de negociación favorable con alguna potencia, de lo
contrario,
cualquier potencia sólo nos subsumiría en su proyecto expansivo.
El
concepto de “North-America” subyace al disciplinamiento del
Caribe, que empezó
con el golpe en Honduras, la incorporación del México neoliberal
como garante
energético de esta restauración expansiva, la desestabilización
de Venezuela,
el golpe en Brasil, la defenestración de Cristina Kirchner
(cuando mostró su
entusiasmo de que Argentina formase parte del BRICS) y, hasta
podría decirse:
caen como anillo al dedo, la derrota de la izquierda en Perú y
el terremoto en
Ecuador (¿habrán estado activas las antenas del proyecto
HAARP?). La actual
guerra fría financiera, tiene fines geoestratégicos contra el
BRICS; y el
interés por reducir a Sudamérica en el concepto “North-America”,
implosionando
sus tres más grandes geoeconomías (Brasil, Argentina y
Venezuela), hace
preocupante la situación nuestra en esta encrucijada.
Sudamérica
se encuentra polarizada entre lo que resta del ALBA y el
auspicio imperial de
la Alianza del Pacífico. Si Brasil es absorbido por la
restauración neoliberal,
su importancia como promotor de una integración regional (cosa
que, hay que
decirlo, nunca se propuso de modo decidido) habrá devenido en
arrastrar a todos
a la capitulación. El MERCOSUR sería excluido por la Alianza del
Pacífico y USA
controlaría de nuevo todo para su propio y exclusivo beneficio
(el CAFTA ya
está bajo su control). La fractura geopolítica daría lugar a una
situación de
caos y desestabilización regional y una posible balcanización.
Sudamérica
sería el lugar de la definición geopolítica global, donde el
supremasismo
gringo fundaría sus pretensiones de restaurar su hegemonía única
y la
reposición de un mundo unipolar. Para ello cuenta con la
complicidad de las
burguesías locales y todo el sistema financiero mundial, que es
capaz de
colapsar cualquier economía vulnerable al patrón dólar. Ahora se
comprenderá
por qué era urgente y necesario el funcionamiento del Banco del
Sur y la
consolidación de una moneda regional. Sólo con la recuperación
de nuestras
reservas internacionales podía haberse dado un impulso decidido
a nuestra
independencia económico-financiera regional; esto involucraba la
transformación
de todo el marco jurídico imperante (mercado-céntrico y
dólar-céntrico), pero
eso fue, precisamente, lo que no fue posible para la perspectiva
colonial de
nuestros gobiernos. Puede que sean anti-neoliberales, pero su
perspectiva no es
post-capitalista. Por eso todo lo que han logrado se encuentra,
ahora, a merced
y el disfrute de una restauración neoliberal.
La
tecnocracia neoliberal, presente en los ministerios del sector
económico y
financiero, son el caballo de Troya que no se supo descubrir a
tiempo (mientras
Dilma era defenestrada, vía el gigante mediático Globo, por su
osadía de pronunciarse
a favor de una independencia cibernética de Brasil, cometía la
imprudencia de
confiar a Joaquim Levy –un funcionario del FMI– las arcas de las
finanzas
brasileras, no haciendo otras cosa que facilitarle su labor de
sabotaje; lo que
le valió después ser nombrado jefe financiero del Banco
Mundial). Como se dio
cuenta el presidente Chávez –en el caso de Libia–: nuestros
propios gobiernos
fueron los encargados en reafirmar nuestra dependencia al
sistema financiero,
causante del actual e inminente colapso económico global. Por
eso el primer
mundo, gracias a nuestra dependencia, sigue estable, a pesar de
su aguda crisis
financiera. De las guerras multidimensionales que emprende USA
contra el BRICS,
las guerras geofinancieras son las que más éxitos le han
deparado; no otra cosa
significa el espionaje cibernético de la National Security
Agency a la
PETROBRAS y que hizo poner a Brasil de rodillas cuando develó
sus cuentas
secretas. También las sanciones económicas contra países
determinados le han
sido más efectivas que el poder militar.
¿Cómo
salió de la recesión del 29 el posterior ganador de la segunda
guerra mundial,
o sea, USA? La guerra ha sido siempre, en el mundo moderno, el
campo de
oportunidades más apetecido del ámbito financiero. Lo grave en
nuestro presente
es que una conflagración global entre potencias, pasa por el uso
de armamento
nuclear. Pero hasta aquello entra en los cálculos imperiales a
la hora de
promover el desarrollo de bombas atómicas tácticas, que son
municiones
nucleares de pequeñas dimensiones, que se cree disminuyen los
riesgos del uso
de arsenal nuclear de dimensiones mayores, sin tomar en cuenta
la peligrosidad
que significaría la proliferación del uso masivo de estas armas
de carácter
táctico.
El
concepto de “North-America” es una clara respuesta a la nueva
visión
estratégica que había nacido en la Escuela de Geoestrategia del
Brasil, el
2008, y que se expuso en la llamada “Estrategia Nacional de
Defensa”; tomando
en cuenta los ámbitos nuclear, espacial y cibernético y
configurando dos áreas
estratégicas: el Atlántico Sur y el Amazonas. Esta estrategia
ponía, como es
debido, un interés detenido en los asuntos de seguridad nacional
y defensa.
Esto, que debía haber sido promovido por la UNASUR, en sus
mejores momentos,
ahora parece sólo constituir una anécdota. Este año, Brasil
anunció, por medio
de su ministro de comercio, Armando Monteiro, la aceptación de
pagos, por parte
de Irán, en divisas que no sean precisamente el dólar, con el
fin de eludir las
sanciones económicas de USA. El sistema financiero global puede
aceptar el
comercio sur-sur, pero si esto involucra hacerlo al margen del
dólar, entonces
la reacción no se deja esperar.
La
corrupción, el “impeachment”, la destitución de Dilma, etc., son
parte del
circo montado para el gran público. Pero lo que se apuesta en
ese circo es otra
cosa. El destino de toda Sudamérica está en juego, mientras se
incentiva,
también mediáticamente, la desilusión y el desencanto de
nuestros procesos (que
van más allá de los avatares de los circunstanciales gobiernos).
El desenlace
de lo que suceda en Brasil, marcará la disposición
geoestratégica, ya sea de
reclusión o expansión, del BRICS. Si Brasil cae, la supremacía
gringa tendrá
una carta estratégica para enfrentar a las potencias emergentes
y contará, de
nuevo, con nuestros recursos, para una nueva reconquista del
mundo.
La Paz, Bolivia, 27 de abril
del 2016
-
Rafael Bautista S. es autor de “la Descolonización de la
Política. Introducción
a una Política Comunitaria”. Dirige el “taller de la
descolonización” en La
Paz, Bolivia
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