Por: Ricardo Arturo Salgado
En
una sociedad como la hondureña, en la que los fenómenos políticos son
vistos de forma más bien deportiva, el proyecto hegemónico de Estados
Unidos para América Latina encuentra un laboratorio perfecto para afinar
y mejorar las tácticas a implementar, no solo para destruir los
procesos de liberación de nuestros pueblos, sino también para el
posterior dominio y sojuzgamiento neocolonial que debe prevalecer por
muchas décadas en nuestro continente.
En
razón de esto, todos los países de Latinoamérica deberían estudiar el
caso Honduras como parte de la defensa de sus procesos, así como la
construcción de nuevos escenarios revolucionarios. Además de su carácter
geoestratégico crucial para los intereses gringos, la construcción
cultural, sostenida en el estremecimiento constante de la sociedad a
base de gigantescos movimientos de propaganda, en Honduras se construye
la maquinaria contracultural destinada a recuperar la hegemonía
neoliberal, debilitada en los países revolucionarios durante las
primeras dos décadas de este siglo.
Es
así como la violencia adquiere un sitial privilegiado en los planes
hegemónicos imperiales: ya no solo la violencia vertical desde la
potencia contra los más débiles (como las agresiones descaradas a Irak,
Siria, Libia, etc.), o la violencia vertical local ejercida abiertamente
por los órganos represivos del Estado como parte de su defensa del
sistema, sino, principalmente, la violencia “asimétrica” y omnipresente
que desintegra los pueblos como entidad, y supone una lucha descarnada
de “todos contra todos” sin ningún resultado previsible, y con el
consiguiente beneficio de quienes propician las condiciones que generan
el fenómeno.
Aquí
entra en operación plena una maquinaria de marketing que promueve la
violencia como un producto más; la posiciona en la mente del público que
pasa a ser una masa de potenciales “clientes”. El marketing se encarga
de crear la “necesidad” incontrolable de violencia, y a su vez le da las
connotaciones que le vienen mejor a los “usuarios”: las victimas llegan
incluso a encontrar una esperanza en la violencia misma (especialmente
esperando la intervención salvadora de las fuerzas norteamericanas),
mientras a quienes apoyan el Statu Quo le sirve como ámbito de confort,
de certeza y seguridad (el régimen nos protege y sabe qué hacer).
En
realidad la violencia no es una novedad per se: de hecho tampoco lo son
las espectaculares noticias sobre la implicación de la policía, los
círculos políticos y financieros en crímenes de todo tipo en asociación
con el crimen organizado. El asunto que cambia todo es justamente el
mercadeo que provoca corrientes de opinión, que esconde verdades, genera
culpables y héroes y produce coyunturas en las que la sociedad entera
participa sin quererlo.
La
mejor muestra de la imposición de una agenda de violencia desde el
mercadeo manipulador queda plasmada en la incapacidad de muchos
segmentos de la sociedad de escalar su descontento a formas más
organizadas y eficientes de lucha política. La otra “virtud” del
marketing es lograr que la sociedad niegue la violencia como un camino,
mientras es víctima de la misma. Hoy no parece necesario un esfuerzo de
control represivo toda vez que tenemos a una sociedad pacifista, que
raya en la pasividad, frente a un régimen brutalmente violento.
Fijémonos
en el New York Times o Insight Crime, por ejemplo, dedicando amplios
reportajes a Honduras, específicamente a la “revelación” de hechos
conmovedores. Tal es el caso de la implicación de generales y altos
oficiales de la policía en el asesinato de un jefe antidrogas, o el que
`deja al descubierto las intrincadas conexiones entre el crimen
organizado y los círculos políticos. Nadie en este país puede decir que
no sabía, que no había escuchado sobre la penetración del crimen
organizado en todas las esferas de la vida nacional, especialmente la
política y la económica, y, sin embargo, el shock se produce de todas
maneras y la sociedad se paraliza.
Y
el asunto es meramente mediático; ninguno de los generales es
encarcelado, ni huye. Asombrosamente se quedan en el país, y cada
movimiento que hacen es seguido por los medios. Algunos de ellos llegan
hasta el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, y todos revelan
grotescas ejecuciones, asociación con el gobierno, relaciones oscuras y
tenebrosas, pero ninguno es encausado. Si consideramos la cantidad de
veces que vemos en televisión supuestos pandilleros capturados sin
presunción de inocencia, que nunca son abordados por los medios más que
para el circo de su aprensión, la conducción del caso de los generales
es a todas luces diferente.
Mientras
tanto, el marketing nos ha hecho mudarnos hacia una etapa de terror
útil, ahora nos muestran los videos de asesinatos dantescos tomados por
las cámaras de seguridad, ejecutados con toda frialdad por grupos que
despliegan gran capacidad de fuego y amplio radio de operatividad. La
violencia nos llega de varias direcciones a través del mercadeo pero nos
dice una sola cosa: estamos indefensos, no controlamos nuestras vidas y
no hay salida. Lo más grave, todo lo que sucede es voluntad de la
providencia, y nuestros enemigos son percibidos como redentores.
Claro,
nada de esto sucede como efecto de la acción voluntariosa del azar. Las
condiciones, la estrategia, las tácticas, cada paso son el resultado de
etapas bien definidas y llevadas a la practica con el fin de
perfeccionar un modelo que sea aplicable a otras sociedades
latinoamericanas. El objetivo político es evidente; la violencia en
Honduras no es diferente a la que agobia a los venezolanos o a los
salvadoreños, e igual que aquellos sigue un solo propósito, desmoralizar
a nuestros pueblos encerrándolos en una burbuja de terror.
Curiosamente, quienes llevan adelante todo esto, se auto proclaman
cruzados contra el terrorismo.
Al
final, todo es una guerra para imponer la desigualdad y la miseria que
vienen asociadas al capitalismo neoliberal, y con ello intensificar los
patrones de distribución que favorecen el despojo y la desposesión. Muy
probablemente, la meta para el siglo XXI sea destruir los rasgos
nacionales de la américa latina para dar paso a grandes consorcios que
magnifiquen la “eficiencia” del mercado.
Y
claro, no existe ni bondad ni maldad en el medio, solo intereses. El
que no pueda defender los suyos pierde, y lo pierde todo. Así, entender
el entorno es crucial. Por ejemplo, la reelección es vista como una
“mala señora” que no viene a quitarnos la “tranquilidad” que produce la
“alternabilidad” en el poder. Nadie percibe que el continuismo de los
poderes facticos esta indisolublemente vinculado a la continuidad del
plan estratégico del imperio para Honduras, que, a su vez, forma parte
de un plan más grande de carácter hegemónico contra nuestro continente.
También
es imperativo darse cuenta de que la violencia, su mercadeo y el
continuismo van en el mismo “paquete” y por ahora al menos, es
imprevisible que una sirva para frenar a la otra, sino, por el
contrario, ambas sirven para consolidar los intereses de un “jefe
único”.
Y
ojo que esto es verdad para todos nuestros países, con las variantes
que cada caso amerite, pero siguiendo a pie juntillas un solo guion.
http://criterio.hn/marketing-la-violencia-honduras-continuismo/
No hay comentarios:
Publicar un comentario