Alberto
Rabilotta
ALAI AMLATINA, 28/03/2016.-
A
veces las reglas del juego que rigen la sociedad y la economía
las aprendemos
de muy chicos, jugando al futbol en las calles y las plazas de
los barrios, y en
algunos casos las sentaba el “dueño” de la pelota, que cuando no
le gustaba el
gol que se le había “metido” amenazaba con llevarse el balón a
su casa. Seguro
que las chicas deben recordar al similar en los juegos, con las
carrozas, y lo
cierto es que en el futbol profesional los “dueños” de equipos
operan de la
misma manera y corrompen las reglas de juego comprando a
árbitros o a jugadores.
Y como lo estamos viendo siendo ya adultos, en las sociedades
donde domina el
capitalismo rige el mismo principio: quienes controlan las
palancas principales
de la economía y de algunas instituciones del Estado, como el
poder judicial,
se arrogan el arbitrario poder de interpretar a su favor las
reglas del juego
para salir siempre ganadores.
Y
esto es así en nuestros países desde hace mucho tiempo, porque
los sistemas
constitucionales e institucionales adoptados posteriormente a
las guerras por
la independencia están basados en una división de poderes
(ejecutivo,
legislativo y judicial) que la experiencia nos muestra ha
servido y sigue sirviendo
para negar de manera sistemática la soberanía popular (o sea la
voluntad democrática
del pueblo expresada en las urnas para efectuar cambios
sustantivos en el
funcionamiento de la vida política, económica y social, como ha
sido el voto de
los salvadoreños al elegir dos veces al FMLN), y así poder
asegurar la defensa
irrestricta de la propiedad privada, sea de la tierra como del
capital en todas
sus formas, en manos de los grandes capitalistas extranjeros y
nacionales.
De
los golpes de Estado militares
a los “golpes de Estado suaves”
La
historia de nuestros pueblos nos enseña que cada vez que los
pueblos quisieron
expresar su voluntad democrática y llegaron (o tenían
suficientes fuerzas como
para llegar) al gobierno, contrariando al poder real dominado
por oligarcas
terratenientes o capitalistas nacionales, y al imperialismo al
cual servían,
hubo golpes de Estado. Hasta no hace mucho, cuando el
capitalismo no estaba
totalmente controlado por las finanzas de Wall Street y aún
existía la Unión
Soviética, las razones para aplastar a los intentos de soberanía
nacional eran
las de “proteger la seguridad nacional”, y los golpes militares
venían
acompañados por las marchas militares en las radios anunciando
que para impedir
el avance del “comunismo internacional” había sido necesario
derrocar un
gobierno democráticamente electo.
Desde
el derrumbe de la Unión Soviética y la imposición del
totalitarismo neoliberal,
que no admite desviación alguna de los principios de “obedecer”
a los mercados
controlados por el imperialismo estadounidense, los golpes de
Estado son
“suaves” y la casta de militares ha sido reemplazada en algunos
países por la “casta
inamovible e intocable” de los jueces, secundada por fiscales y
abogados al
servicio del “independiente” poder judicial, que en conjunto
actúan de manera
concertada con los monopolizados medios de prensa nacionales y
extranjeros,
constituyendo un verdadero “partido político” que desestabiliza
y hace perder
credibilidad y legitimidad a gobiernos democráticamente electos,
para que
pierdan elecciones (Argentina), para que caigan por un
enjuiciamiento político
(como vemos en Brasil), para derrocarlos “legalmente” (Honduras
y Paraguay) o
para desgastarlos e impedir que tomen o apliquen políticas
populares de corte
radical. Desde que el FMLN llegó al gobierno, El Salvador forma
parte de los
países sometidos sin miramientos a este tratamiento.
En
esta trama golpista que está en ejecución hay salvedades en los
países que
tomaron el poder mediante revoluciones (Cuba y Nicaragua) o
efectuaron reformas
constitucionales para ir más allá del gobierno y buscar alcanzar
el (o partes
del) poder, como son Venezuela, Ecuador y Bolivia. Pero aún en
algunos de estos
países el capitalismo neoliberal ha encontrado aliados locales
de peso, por la
cultura del consumo a ultranza, por la violencia criminal y la
corrupción que
nació del narcotráfico generado por Estados Unidos o porque en
esos países no
se afectaron los monopolios (económicos o ideológicos) de prensa
ni se limpió a
fondo el aparato judicial. Y, agreguemos, porque el imperialismo
neoliberal
sabe usar muy bien el arma del dólar y de los flujos
financieros, utiliza a
fondo el poder de corromper y conoce los resquicios legales,
sociales y
económicos para planificar y ejecutar desestabilizaciones
políticas, económicas
y sociales que permitan “golpes blandos” o, si fuera necesario,
intervenciones
con mercenarios, golpes militares o policiales.
Para
que los pueblos puedan participar
hay que cambiar las reglas del juego
Si
hay una conclusión que sacar de la extraordinaria experiencia de
Nuestramérica
en la última década y media -en la cual los gobiernos
progresistas permitieron
alcanzar avances notables en términos de empoderamiento
democrático, reducción
de la pobreza, aumento del acceso a la educación y otros
importantes capítulos
sociales y económicos de suma importancia para la vida cotidiana
y la seguridad
social de los pueblos, y a nivel regional la creación de
mecanismos de
integración que no han sido utilizados en todo su potencial-, es
que donde no
hubo reformas constitucionales e institucionales que permitieran
llegar al (o a
partes del) poder, se alcanzó el límite de lo posible de lo que
puede hacer un
gobierno dentro de un sistema capitalista (o mixto) que en mayor
o menor grado
necesariamente está dentro de la esfera de influencia del
sistema neoliberal
del imperialismo.
Dicho
de otra manera, para este totalitario sistema neoliberal, que
destruye las
relaciones sociales, y el conjunto de la sociedad a partir de la
inseguridad
laboral, por el elevado desempleo y los empleos precarios, por
las bajas de
salarios, que sanciona económica y financieramente a los países
que adoptan
políticas sociales y mejoran la redistribución de la riqueza
producida
socialmente, estas políticas populares o progresistas son una
amenaza
intolerable, un “mal ejemplo” imperdonable que debe ser
respondido con el
derrocamiento de esos gobiernos, si no es posible crear una
opción neoliberal
que los reemplace en elecciones bien amañadas por la
desestabilización
política, judicial y mediática.
Y así
es por todo el mundo. Nadie está a salvo, ni siquiera los países
centrales del
imperio. En el caso de la Unión Europea (UE) el método de este
totalitarismo
neoliberal quedó bien al desnudo cuando en el 2011 descabezó a
los gobiernos
electos en Grecia e Italia para imponer como primeros ministros
a tecnócratas
del mundo financiero (Lucas Papademos en Atenas y Mario Monti en
Roma), y
demostró mayor crueldad y rigidez en enero del 2015, cuando el
endeudado y
empobrecido pueblo griego eligió a Syriza y el primer ministro
Alexis Tsipras trató
de negociar con la cúpula de la UE una decente solución a una
deuda impagable y
a políticas de austeridad que está destruyendo a la sociedad
griega. No solo la
UE se negó a cualquier negociación, sino que empeoró los
términos de las
políticas de austeridad e incrementó la deuda.
El
ejemplo de Syriza permitió ver la verdadera naturaleza del
neoliberalismo de la
UE y creó consciencia en toda Europa. Ahora le tocará el turno
al gobierno de
izquierda en Portugal, y pronto al de Italia y España, y ésta
será una lucha
sin tapujos, con pueblos que manifiestan un creciente repudio al
sistema
neoliberal, que están “hasta la coronilla” con la austeridad, el
empobrecimiento, el desempleo y la aparente imposibilidad de
cambiar tan
injusto sistema.
Lo
mismo en Estados Unidos (y en Puerto Rico), donde la única
perspectiva que el
poder ofrece al pueblo es aceptar sin chistar el
empobrecimiento, el desempleo,
el empleo precario y las bajas de salarios, lo que explica el
extraordinario
surgimiento de Donald Trump y de Bernie Sanders en las
“primarias” de los
partidos Republicano y Demócrata, algo sin precedentes en ese
país.
Muchos
designan este fenómeno político como “movimientos de
resistencia”, dirigidos
contra el sistema y las elites que controlan los poderes de los
Estados y de la
economía mundial. A veces son potencialmente peligrosos (como el
de Donald
Trump en las primarias del Partido Republicano o los movimientos
nacionalistas
y neofascistas en prácticamente todos los países de la UE), o
son francamente
progresistas, como son los casos de Bernie Sanders en las del
Partido Demócrata
en Estados Unidos y de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista
británico, para
mencionar solo dos casos.
Pero,
como en Nuestramérica, aun cuando los Trump, Sanders o Corbyn
lleguen al
gobierno, lo más probable es que sean desestabilizados por
impedimentos
judiciales y campañas de prensa en el momento que traten de
hacer cambios que
perjudiquen a los ricos, al 0.01 por ciento, para beneficiar a
las masas,
porque una cosa es llegar al gobierno y otra muy diferente es
alcanzar a
controlar el poder del Estado, que bajo el neoliberalismo debe
estar al
servicio exclusivo de los ricos y poderosos.
Lo
que lleva a que si queremos que los pueblos puedan decidir su
destino los
partidos políticos de la izquierda deben plantear de manera
clara y precisa el
objetivo estratégico de recuperar mediante cambios
constitucionales e
institucionales la soberanía nacional y la soberanía popular.
Es
mediante cambios constitucionales (vía referendos o elecciones
para
constituyentes) que permitan los cambios institucionales
necesarios para poner
el sistema judicial y otras instituciones (como la autoridad
monetaria
representada en los bancos centrales), bajo la autoridad de la
soberanía
popular, expresada ésta última en los poderes legislativo y
ejecutivo, que se
podrán adoptar las políticas económicas y sociales que expresen
la voluntad
democrática en las elecciones.
En
síntesis, para poder decidir su futuro los pueblos tienen que
escribir las
reglas del juego.
- Alberto
Rabilotta es periodista argentino-canadiense.
Artículo para CoLatino (El Salvador) y ALAI.
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