ALAI AMLATINA, 24/03/2016.- Hace 40 años para imponer un
modelo político,
económico y social, el poder fáctico apelaba a las Fuerzas
Armadas, para que
con tanques, bayonetas, torturas y desapariciones, pusieran en
marcha un
“proceso de reorganización” neoliberal, cónsono con las demandas
e intereses de
los grandes grupos económicos nacionales y trasnacionales.
El golpe de estado cívico-militar de
1976 fue el
último pero no el único en el siglo 20. Desde 1930 los
argentinos habían
sufrido sucesivas interrupciones del orden democrático. La
supresión de los
gobiernos elegidos por el pueblo, la represión de los conflictos
que surgían
entre distintos sectores sociales y la apelación a la violencia
habían sido
frecuentes desde esa fecha. Sin embargo, la dictadura
cívico-militar que se
inició en 1976 tuvo características inéditas, de terrorismo de
Estado.
Los militares no actuaron solos ni
por su cuenta.
La decisión de tomar el gobierno contaba con la adhesión de
diversos grupos de
la sociedad (sectores con gran poder económico, grupos
conservadores, medios de
comunicación) que entendían que una dictadura era necesaria para
organizar el
país. Y contaron con el visto bueno del gobierno estadounidense,
alentado por
“el orden” impuesto a terror y sangre, muertos, torturados,
miles de presos y
desaparecidos en Brasil, Chile y Uruguay en años anteriores.
El secretario de Estado Henry
Kissinger dio luz
verde a la ola de represión de la junta golpista en 1976, que
significó –entre
otras calamidades- más de 30 mil desaparecidos, según documentos
secretos
estadounidenses desclasificados anteriormente, y ahora, con la
visita del
presidente Barack Obama, justo en el 40 aniversario de ese
golpe, su gobierno
promete que revelará más sobre la historia secreta de la
relación entre
Washington y Buenos Aires.
En Argentina, a la vez que se
desarrollaban
acciones de control, disciplina y violencia nunca vistas sobre
la sociedad, se
tomaban decisiones económicas que privilegiaban el ingreso de
bienes y
mercancías desde el exterior por sobre la producción nacional.
Así miles de
trabajadores perdieron su trabajo debido a que la industria
nacional no podía
producir productos a un precio similar o menor a los importados.
Este proceso fue acompañado por una
campaña
publicitaria que intentaba convencer a la población de que la
industria
argentina era mala, de baja calidad y asociaba a lo venido de
afuera con lo
bueno, lo interesante, lo deseado.
Los sucesivos miembros de la Junta
Militar y
diversas empresas asociadas tomaron grandes empréstitos del
exterior: la deuda
externa trepó de 8 mil a 43 mil millones de dólares. Por
decisión de los
dictadura cívico-militar, se convirtió en deuda pública, es
decir en deuda que
debieron pagar todos los argentinos. Las medidas financieras y
administrativas
marcaron un período de desinversión en salud, educación y
vivienda con efectos
muy importantes en el empeoramiento de las condiciones de vida
de la gente.
Costó muchos años a los argentinos
sanar las
heridas dejadas por la cruenta dictadura: garantizar la vida, la
salud, la
educación, la vivienda, la nutrición de las grandes mayorías,
convertir en
ciudadanos a millones de pauperizados pobladores excluidos de la
sociedad de
época de la dictadura y la posdictadura neoliberal.
Hoy no hacen falta tanques ni
bayonetas para
imponer un modelo político, económico y social. Basta con tener
el control de
los medios de comunicación social para servir a los intereses
del poder
fáctico, de las grandes empresas (algunas) nacionales y
trasnacionales.
Miles y miles de despidos, cierre de
fábricas,
endeudamiento externo, empresarios dirigen la cosa pública, hay
dura represión
para el “ordenamiento social”: ya no son militares sino policías
miltarizados,
mientras el ejército de medios concentrados y cartelizados crean
imaginarios
colectivos. La respuesta no se halla en las instituciones
(ejecutivas,
legislativas y aún menos en las judiciales): pareciera estar,
nuevamente, en
las calles.
La nueva arma mortal no esparce
isótopos
radiactivos: se llama medios de comunicación de masas que, en
manos de unas
cuantas corporaciones, manipulan a su antojo en función de sus
intereses
corporativos, en alianza con las más reaccionarias fuerzas
políticas. Hoy el
escenario de guerra es simbólico y el terror mediático –y la
imposición de
imaginarios colectivos-- se ha convertido en el disparador de
planes de
desestabilización de los gobiernos populares y restauración del
viejo orden
neoliberal.
¿Habrá iniciado Argentina un nuevo
“proceso de
reorganización nacional”, 40 años más tarde?
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