Tal como se desarrollan los
acontecimientos en Honduras, donde se ha afincado una dictadura que no solo
dirige la economía,la política,y todo aquello que significa administración
pública, es posible que el pensamiento disidente que critica constantemente esa
inmoralidad, no tenga mayor valor que el de unos lectores que desean conocer
siempre las interpretaciones que sus compañeros de ideales fundadores de un
nuevo país, con su nueva moral, apuntan y redactan en páginas virtuales o del periodismo
físico.
Lo peor que pudiera suceder
a intelectuales progresistas o de izquierda es que dejasen de pronunciarse
sobre el derrumbe moral a que es sometido el pueblo hondureño, y a las
enseñanzas que produce un régimen que se vanagloria de saquear las finanzas del
Estado sin que ninguna autoridad nacional pueda siquiera atreverse a señalar y
sancionar los escandalosos actos de corrupción que cotidianamente se practican
desde las esferas del poder omnímodo.
Cuando se repasan estos actos
que corroen el sentido de la moralidad estatal y gubernamental, no hay otro
remedio que denunciar y criticar tales acontecimientos que degradan al país, y
además, lo colocan en un dimensión de calamidad ética, y hasta en un estado de
agonía permanente de tal manera que la ciudadanía va aceptando que tales hechos
vergonzosos a los ojos de la más alta moral nacional, sean considerados
normales, justificados y hasta aplaudidos.
Vivimos un régimen de compra
venta global de la nación, pero de una
compraventa de la moral convertida en fetiche, cosa o cacharro que se puede
intercambiar por monedas de oro, plata y bronce, en el más vulgar mercado de la
oferta y la demanda.
Todos los poderes del Estado
ha sido trasuntados de corrupción, en todos los planos posibles, con tanta
desvergüenza que no hay funcionario que se abochorne, ruborice o turbe de sus acciones contrarias a la
disposición ética que debe prevalecer en ministros, directores, comandantes,
diputados, jueces, magistrados, en fin, en todo el aparato burocrático que
dirige, controla y administra la cosa pública.
Esta especie de niebla que
cubre la estructura de mando gubernamental, no puede en momento alguno,
controlar los actos corruptos de los mandos intermedios, quienes siguiendo los
ejemplos de los jerarcas del poder judicial, legislativo y ejecutivo, siguen
operando con los mismos vicios, prácticas, metodologías usadas para
enriquecerse personalmente y repartir canonjías de baratijas y bagatelas tales que cuando van llegando a
la base del pueblo, dividido en partidos políticos tradicionales de iguales
concepciones, van incidiendo en grupos que repiten el modelo corrupto de la
repartición de míseras migajas de pan, circo y monedas de bronce.
La transversalidad de la
corrupción es impuesta por los medios masivos de comunicación que al tiempo
mismo son prolongaciones del poder fáctico que recibe del gobierno
estipendios millonarios tanto que los periodistas, obreros de aquellas
empresas co-partícipes de la corruptela, van adquiriendo la misma práctica inmoral de
soborno, pago por sus comentarios favorables a un régimen definitivamente
putrefacto y descompuesto en su acciones verdaderamente indignas, entonces en
sus roles de comunicadores comprados para defender y propalar las bondades de
la dictadura enlodada por su venalidad, van descalificando el patrón de la
moralidad que debe prevalecer en el periodismo patriótico.
Esa transversalidad de
descomposición moral ha penetrado toda estructura institucional de dominio
político, administrativo y ha logrado incluso comprar descaradamente las
cúpulas eclesiásticas de la fe católica
y evangélica, pues, como vulgares empleadas del régimen, reciben pagos disfrazados de donaciones, o ayudas
para proyectos de cristiandad que, supuestamente, coadyuvan en el progreso de
algunas comunidades religiosas o laicas.
Así, en cada momento
propicio los obispos y pastores católico-envagelistas, van incidiendo en la
colectividad nacional apoyando el régimen dictatorial del gobierno
nacionalista.
Un corte sincrónico de esa
perpendicularidad que atraviesa el cuerpo social nos demuestra que tal
degradación moral se convierte en una organización criminal de saqueo de las
arcas nacionales, de lavadero monetario
en la burguesía bancaria, de vinculación indirecta o directa con el narcotráfico, en fin, una especie de
sincretismo del crimen gubernamental con el crimen privado.
Los jueces y los magistrados
son electos y nombrados para sostener un sistema jurídico completamente
prevaricado, transgresor de las normas morales primordiales, que sirven
de base para producir paralelamente un sistema de impunidad que se agiganta en
la medida en que cada vez más la criminalidad burocrática y civil se conjuntan
para penetrar barrios, colonias, aldeas, caseríos, ciudades.
La policía, el ejército y la fiscalía van mostrando a lo largo de su
existencia que son aparatos represores del Estado, pero, solo para aprehender a
los pequeños y desconocidos maleantes de calles y esquinas barriales.
Y en donde aplican todo el
peso de su institucionalidad autoritaria es cuando aplican su política de
seguridad nacional anticomunista en obreros, campesinos, organizaciones
gremiales, estudiantes contestatarios, en fin, en dirigentes de estructuras
sociales que combaten ideológicamente el sistema político imperante.
Entre tanto, el régimen de
la pudrición moral va organizando diversas actividades cirqueras con la cuales
visita todo rincón geográfico del país, acompañado de las claques que lo
aplauden personalmente, periodísticamente o institucionalmente, todo ello,
avalado por el imperio norteamericano que ha convertido el país en su
portaviones de defensa imperial, mediante las bases ya establecidas a lo largo
del tiempo, cuando los partidos políticos tradicionales han ido entregando la
soberanía nacional a su planes colonialistas.
Y así, el país padece de una
metástasis moral, es decir de una generalizada depravación ética que corroe la
vida nacional, a veces de manera invisible y a veces de manera explosiva, como
una expresión de la violencia del Estado en contra de todo aquello que es signo
de honradez, honestidad, probidad, integridad, en fin todos los valores que se anteponen
a la descomposición moral a que está sometido el pueblo hondureño.
Solo una revolución ciudadana
combativa podría vencer el cáncer ético a que está sometida la nación hondureña.
Y esa revolución puede tomar las mil y una formas posibles, siempre y cuando desmonte
el aparato más deleznable que rige la gubernatura de un país que merece un mejor
destino: la refundación nacional.
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