Emir Sader
ALAI AMLATIMA, 04/02/2016.- El liberalismo promete el mejor de los
mundos posibles: libertad, democracia, progreso, todo junto.
Estado, pero no tanto.
Mercado, que viabiliza la libertad de cada
uno y la felicidad de todos. Cada uno busca lo suyo, pero el
resultado es que todo queda mejor para todos.
Después del fin del socialismo soviético, tantos han buscado abrigo
en el liberalismo, social demócrata para algunos, derechamente
neoliberal para otros. No tener más que defender el Estado, ni los
derechos. Basta promover la “sociedad civil”, contra el Estado,
contra los partidos, contra la política, más allá de la superada
división derecha/izquierda.
Pero llega un momento en que el liberalismo accede al gobierno, sea
mediante golpes, sea por elecciones. Llega su hora de la verdad, de
mostrar en la práctica como combina, de manera tan fantástica,
tantas cosas buenas. Ahí comienza el striptease del liberalismo.
Porque fue en nombre del liberalismo que se han cometido y se siguen
cometiendo las peores barbaridades, en la economía, con las acciones
políticas correspondientes. Porque el mercado no se revela ser tan
mágico, porque la libertad pregonada no es de las personas, sino del
capital, porque lo que viene no es el poder de los individuos, sino
del dinero.
Los golpes militares en América Latina se han hecho en nombre de los
valores del liberalismo: defender la democracia en contra de los
riesgos del totalitarismo, defender el individuo en contra del
Estado, proteger al mercado, a las empresas, a los empresarios, la
libertad de prensa respecto al autoritarismo de los gobiernos. Más
reciente, el liberalismo sería la tabla de salvación contra el
bolivarianismo, el chavismo, el lulismo, el kirchnerismo, el evismo,
el correismo y otras variantes que amenazarían nuestros países.
Pero cuando empiezan a gobernar, los discursos liberales cambian de
tono, las promesas tranquilizadoras dan lugar a los llamados al
sacrificio, a los planteamientos de que solo pueden quedar con
empleos los más capacitados, que hay que pasar por un período de
sufrimientos para purgar las herencias populistas recibidas hasta
llegar al paraíso prometido por el liberalismo. Vienen: desempleo,
recortes de salarios, poder transferido del Estado a las grandes
corporaciones privadas. Y, como corolario inevitable, represión,
para contener a los que se movilizan para defender sus intereses
corporativos a expensas de los gastos del Estado.
En América Latina en particular, el liberalismo ha resultado en
fracasos sucesivos. En el período más reciente, orientó a los
gobiernos neoliberales, ninguno de ellos resultó, ni en lo
económico, ni en lo político. México y Perú son países que han dado
continuidad a modelos neoliberales y son los países donde la
situación social de la población ha mejorado menos o incluso ha
empeorado entre las sociedades latinoamericanas.
Los candidatos liberales proponen combinar duros ajustes fiscales
con políticas sociales, porque en las campañas electorales es fácil
decirlo. Pero cuando ganan, tienen que enfrentarse con los dilemas
concretos de la realidad y ahí tienen que demostrar si eso es
compatible.
El gobierno de Mauricio Macri en Argentina tiene la responsabilidad
de intentar probar lo que los liberales pregonan en sus campañas
electorales. Pareciera ser que efectivamente Macri y sus ministros
creen en lo que planteaban en la campana electoral y ponen en
práctica un duro ajuste fiscal, conforme los preceptos que siempre
han pregonado.
Se ve que en la Argentina de hoy, no es la libertad de la gente, sin
las trabas del kirchnerismo, lo que se impone, sino la libertad de
los capitales, de los grandes empresarios, de las grandes
corporaciones, hasta de los fondos buitres. Sin el contrapeso del
Estado, no son los individuos los que ganan poder y libertad, sino
los grandes pulpos económicos y sus representantes, en los medios y
en los economistas, que hablan por el capital.
Las promesas del liberalismo quedaron en la campaña. A los que
sobrevivan, se les ofrece un largo camino de espinas para llegar al
jardín de rosas del liberalismo. Todo el sufrimiento es imputado a
los largos 12 años de engaño, en que los argentinos tenían la
ilusión de que comían mejor, de que vivían mejor, de que la sociedad
era menos injusta, de que tenían posición externa soberana, de que
eran hermanos de los latinoamericanos, de que los retratos en la
Casa Rosada eran de sus líderes, de que Argentina había superado la
peor crisis de su historia.
Definitivamente no se puede hacer la historia del liberalismo,
porque desnudaría en lo que han resultado sus promesas. Europa tuvo
el momento más generoso de su historia con los Estados de bienestar
social. Europa fue menos desigual, cuando fue menos liberal. Hoy
se vuelve brutalmente injusta de nuevo, bajo las ilusiones
liberales.
Eso es lo que el liberalismo promete para Venezuela, que es lo que
les gustaría hacer de Brasil, de Ecuador, de Bolivia, de Uruguay.
La historia del liberalismo es la historia de los peores fracasos en
que se trasforman sus promesas de libertad y democracia, que
desembocan en injusticias, exclusiones sociales, represión.
- Emir Sader, sociólogo y científico político brasileño, es
coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad
Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).
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