Está motivado por un afán incontenible de cancelar algunos de los más importantes logros del kirchnerismo, no existen escrúpulos y se apela a un torrente de decretos de necesidad y urgencia, cuando no existe ni la una ni la otra.
Por: *Atilio Borón
En
escasas tres semanas el sistemático e incesante atropello del
oficialismo a las normas, procedimientos y valores propios de una
democracia precipitó la vertiginosa transición desde la república hacia
una forma estatal diferente, que en la ciencia política se conoce bajo
el nombre de régimen.
Este
se caracteriza por su desprecio por la legalidad, el autoritarismo en
el ejercicio de las atribuciones presidenciales y la violación de las
reglas del juego y de la cultura dialógica propias de la democracia.
También
por la supeditación de los otros poderes del estado a los designios del
poder central y la esterilización de la voluntad popular resultante de
la parálisis producida en el funcionamiento del congreso.
Todo
esto motivado por un afán incontenible de cancelar algunos de los más
importantes logros del kirchnerismo, para lo cual no existen escrúpulos
de ningún tipo y se apela a un torrente de decretos de necesidad y
urgencia, cuando no existen ni la una ni la otra.
O
a “aprietes” para destituir a funcionarios que gozan de una designación
vitalicia, como la Procuradora General Alejandra Gils Carbó; o cuyo
mandato legalmente estipulado todavía no había expirado, como Alejandro
Vanoli al frente del Banco Central.
O
recurrir a monstruosidades jurídicas e institucionales, como la
disolución de una agencia del estado como la AFSCA, establecida por una
ley del congreso que, además, había sido declarada constitucional por la
Corte Suprema.
Una
profunda restauración conservadora está en marcha, y cuando finalmente
comience el período ordinario de sesiones del Congreso el próximo 1° de
marzo el paisaje institucional y jurídico de la Argentina será casi por
completo irreconocible.
Si
se trata de un régimen por sus formas, por su contenido clasista es una
plutocracia que instaura un país “atendido por sus dueños”, una
“CEOcracia” en donde los gerentes de las más grandes compañías en
diversas ramas de la economía toman por asalto las estructuras del
estado y ejercen -claro que por ahora, ya se verá por cuanto tiempo- un
poder omnímodo y en beneficio de la riqueza.
CEOcracia,
además, que registra un número sin precedentes de individuos procesados
o imputados en diferentes estrados judiciales.
Un
poder desnudo y carente de las mediaciones resultantes de las luchas
democráticas, y completamente irresponsable ante el congreso (por lo
menos durante los próximos dos meses) y ante la ciudadanía, atónita por
un frenético despliegue de prepotencia institucional nunca visto desde
la recuperación de la democracia.
No
hace falta ser demasiado perspicaz para comprobar que este tránsito
decadente constituye además una impostura que contrasta escandalosamente
con los mensajes de “paz y amor” que el hoy presidente propalaba con
estudiada beatitud durante su campaña así como su promesa de reconstruir
la unión de la familia argentina mediante el diálogo y el acuerdo
político, intención enfáticamente anunciada en su mensaje inaugural al
congreso y groseramente desmentida en la práctica pocas horas después.
Impostura,
también, de aquellos supuestos vestales de la república y la democracia
que ayer vociferaban sin pausa desde todos los megáfonos de la
oligarquía mediática y que hoy, para su irremediable deshonra, guardan
un cómplice e incalificable silencio ante la prepotencia del régimen.
*Politólogo argentino.
http://www.web.ellibertador.hn/index.php/avance/905-restauracion-neoliberal-argentina-de-la-republica-al-regimen
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