Vienen a mi mente vagos recuerdos de la
operación militar del gobierno de Los Estados Unidos en Panamá, llamada
irónicamente “Causa Justa”. Como los aparatos de comunicación o persuasión se
enfocaron en el examigo de la CIA, DEA y demás ralea de la burocracia del
imperio lo único que encuentro en mi memoria es un machete blandido por un
sospechoso habitual en la demonología practicada por la familia Bush, porque a
la historia se le había terminado el camino en 1989, según Fukuyama, y sobraban los incómodos daños colaterales; pontificar
que viene del latín “construir puentes” era la misión de fin de siglo, asentar
la “Pax Americana”, por lo que las
miles de muertes del Barrio El Chorrillo quedaron debajo del concreto de una
nueva Panamá financiera, una Panamá ávida de los empresarios de dudosa
reputación que tanto comprometen a los aristócratas de Wall Street. Las
corporaciones con sigilo forjaron otro paraíso a sangre y fuego.
Las tácticas injerencistas del imperio
norteamericano son como las modas en el vestuario, cambian de acuerdo a las
coyunturas, pues ahora las bombas inteligentes se reservan para Rusia, China y los
vagos misóginos del Estado Islámico, pues a naciones de medio pelo basta con
aplicarles sanciones económicas. Recientemente asistimos al grotesco
espectáculo griego, en donde el FMI, acompañado de instituciones europeas,
cerró el grifo de financiación a los bancos helenos, cuando su primer ministro
Tsipras convocó a un referéndum acerca de la posibilidad de impugnación del
plan de austericidio neoliberal impuesto por el gobierno alemán, amo y señor en
el viejo continente, pero a la hora de las verdades geopolíticas un subalterno
más del águila calva. Remitiéndonos al caso específico hondureño, la receta
excede sobremanera el patetismo, dado que rentabiliza la inmundicia moral de la
clase dirigente y/u oligárquica del país, puesto que en medio de la bonanza de
la criminalidad de mercado, surgida
en las mentes de los estrategas estadunidenses, -y puesta en práctica en los
planes Colombia y Mérida-, nuestros banqueros se forraron de dinero
espolvoreado, no conformándose con los activos del desmantelamiento del exiguo
estado de bienestar pergeñado en la época de La Alianza para El Progreso de
John F. Kennedy. Pareciese que la horrible estatua frente a la homónima colonia
capitalina es lo único que respetaron estos endeudadores seriales.
A cada chancho le llega su navidad, reza un
dicho catracho de muchísima actualidad, pues los gringos después de la fiesta
del engorde comenzaron el 07 de octubre del mes en curso, sin previo aviso, la
labor de destace en las empresas de la “ínclita” familia Rosenthal, a través de
los personeros de una oscura agencia dependiente del Departamento del Tesoro
denominada OFAC (Oficina de Control
de Activos Extranjeros por sus siglas en inglés), sumiendo en absoluta zozobra a
la micro y macroempresa hondureña, especialmente en la región del Valle de Sula
y el Atlántico. Setenta por ciento de los empleos de la ciudad de La Lima
provenían del Grupo Continental, estiman expertos. Un principio capitalista es
el del peligro de deshacer marcos preestablecidos, en vista de las dinámicas
propias de su producción. Resulta paradójico que pese al origen ilegítimo de algunas
de las fábricas y negocios de la familia Rosenthal, las cuales fueron obtenidas
en desmedro de los intereses de las clases trabajadoras, la decisión
extraterritorial del gobierno estadunidense sea considerada por éstas un acto
de franca agresión. En cadena nacional de radio y televisión las autoridades
hondureñas declararon su incompetencia en la solución de la problemática y
total sumisión, alegando la “supremacía de un tratado contra la narcoactividad”
suscrito entre ambas naciones. En síntesis, mostraron un contagioso pánico,
olvidando su condición de mandatarios. Adiós soberanía. Las imputaciones de
tráfico de estupefacientes que penden sobre la familia Rosenthal, ciertas o no,
no deberían, -en teoría-, causar tal afectación a los empleados, clientes,
acreedores y proveedores del Grupo Continental, porque la legislación
constitucional e infraconstitucional le da prelación al interés público y
social en el abordaje de conflictos bancarios por mucho que haya crimen
organizado en el escenario. Voluntad de afrontar la crisis faltó. La
liquidación voluntaria siempre fue alternativa válida.
Por qué seleccionaron al Banco Continental
y sus subsidiarias panameñas es un misterio todavía, y sospecho que la Comisión
Nacional de Banca y Seguros tampoco lo sabe. Lo cierto es que el gobierno de
Los Estados Unidos si no accedemos a sus peticiones ejerce una suerte de
terrorismo financiero capaz de mandarnos de vuelta a la edad media.
Desgraciados somos de vivir el giro autoritario y antidemocrático de la
institucionalidad norteamericana, pues si siguieran vigentes hoy en día los
límites que los padres fundadores de la gran nación pusieron al poder punitivo
estatal apostaría por la absolución de Jaime, Yani y Yankel Rosenthal. En
Honduras todo ha sido papel.
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