EDITORIAL
Cuando
las naciones están en construcción, primero es secreta ansia de
libertad, más tarde, lucha por independencia, luego crisis de
consolidación institucional, después pujanza de energías por expansión.
Entonces, los genios pronuncian palabras definitivas; los estadistas
forjan planes visionarios y los héroes ponen su corazón en la balanza
del destino.
Durante
ese tránsito, en ciertos períodos la nación se duerme en el territorio.
El espíritu entra en coma. Es cuando los apetitos acosan a los ideales,
se tornan agresivos y dominadores. Ningún clamor de pueblo se percibe;
no resuena el eco de grandes voces. Todos se apiñan en torno a los
manteles oficiales para atrapar alguna migaja de la merienda. Es el
clima de la mediocridad.
Esta
bella descripción poética del genial José Ingenieros ilumina el
presente obscuro de Honduras. Y ahonda más: entra en penumbra el culto
por la verdad, el afán de admiración, la fe en creencias firmes, la
exaltación de ideales y todo lo que está en el camino de la virtud y de
la dignidad. En contraste, todo lo vulgar halla fervorosos adeptos.
Platón,
sin quererlo, al decir de la democracia: "es el peor de los buenos
gobiernos, pero es el mejor entre los malos", definió la mediocracia.
Han transcurrido siglos; la sentencia conserva su verdad. Desde la
primera década del siglo XX se acentuó la caída moral de las clases
gobernantes. En cada zona, una facción de vividores detenta los
engranajes del mecanismo oficial. Aquí son castas extranjeras, allí
sindicatos al servicio del que paga; en fin, son grupos y se titulan
partidos. Intentan disfrazar con verborrea su monopolio del Estado. Son
bandoleros que buscan a caballo el empalme de la impunidad para
embolsarse el trabajo de la sociedad.
Políticos
sinvergüenza hubo en todo tiempo y en todo régimen; pero encuentran
mejor clima en las burguesías sin ideales, pues donde todos hablan,
callan los ilustrados; los enriquecidos prefieren oír a los más viles
mentirosos. Cuando el ignorante se cree igualado al estudioso, el bribón
al apóstol, el boquirroto al elocuente y el burro al digno, la escala
del mérito desaparece en oprobiosa nivelación de villanía. Eso es la
mediocracia: los que nada saben creen decir lo que piensan, aunque sólo
repitan dogmas y su propia codicia. Esa chatura moral es más grave que
su tiranía; nadie puede volar donde todos se arrastran; llegase al
extremo de llamar urbanidad a la hipocresía, distinción a lo afeminado,
cultura a la timidez, tolerancia a la complicidad; la mentira
proporciona estas denominaciones, y los que así mienten son enemigos de
sí mismos y de la patria, deshonrando padres, hijos y carcomiendo como
polilla la dignidad común.
No
basta acumular riquezas para crear una patria: se necesitan ideales de
cultura. Se rebaja el valor de patria cuando se aplica a países que
carecen de unidad moral; una patria es un arco tendido hacia la
dignificación común, es la siembra del porvenir por todo un pueblo que
asiste a la creación de un sistema propicio para llegar a la cima de la
virtud, del ingenio y del carácter.
Cuando
no hay patria no puede haber sentimiento colectivo de nacionalidad
-inconfundible con la comedia patriótica explotada por los mercaderes y
los militaristas-. Cuando Honduras sea una patria, no habrá agresividad
contra los hondureños y hondureñas que marcan el ritmo de la nueva
sociedad próspera, orgullosa, culta, humana y curiosa de la ciencia.
http://www.web.ellibertador.hn/index.php/avance/508-el-reino-de-la-mediocracia-editorial-y-portada-el-libertador-impreso-septiembre-de-2015
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