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sábado, 12 de septiembre de 2015

Honduras: El reino de la mediocracia / editorial y portada EL LIBERTADOR impreso, septiembre de 2015

Cuando no hay patria no puede haber sentimiento colectivo de nacionalidad -inconfundible con la comedia patriótica explotada por los mercaderes y los militaristas-. Cuando Honduras sea una patria, no habrá agresividad contra los hondureños y hondureñas que marcan el ritmo de la nueva sociedad próspera, orgullosa, culta, humana y curiosa de la ciencia.  
                EDITORIAL
Cuando las naciones están en construcción, primero es secreta ansia de libertad, más tarde, lucha por independencia, luego crisis de consolidación institucional, después pujanza de energías por expansión. Entonces, los genios pronuncian palabras definitivas; los estadistas forjan planes visionarios y los héroes ponen su corazón en la balanza del destino.

Durante ese tránsito, en ciertos períodos la nación se duerme en el territorio. El espíritu entra en coma. Es cuando los apetitos acosan a los ideales, se tornan agresivos y dominadores. Ningún clamor de pueblo se percibe; no resuena el eco de grandes voces. Todos se apiñan en torno a los manteles oficiales para atrapar alguna migaja de la merienda. Es el clima de la mediocridad.

Esta bella descripción poética del genial José Ingenieros ilumina el presente obscuro de Honduras. Y ahonda más: entra en penumbra el culto por la verdad, el afán de admiración, la fe en creencias firmes, la exaltación de ideales y todo lo que está en el camino de la virtud y de la dignidad. En contraste, todo lo vulgar halla fervorosos adeptos.

Platón, sin quererlo, al decir de la democracia: "es el peor de los buenos gobiernos, pero es el mejor entre los malos", definió la mediocracia. Han transcurrido siglos; la sentencia conserva su verdad. Desde la primera década del siglo XX se acentuó la caída moral de las clases gobernantes. En cada zona, una facción de vividores detenta los engranajes del mecanismo oficial. Aquí son castas extranjeras, allí sindicatos al servicio del que paga; en fin, son grupos y se titulan partidos. Intentan disfrazar con verborrea su monopolio del Estado. Son bandoleros que buscan a caballo el empalme de la impunidad para embolsarse el trabajo de la sociedad.

Políticos sinvergüenza hubo en todo  tiempo y en todo régimen; pero encuentran mejor clima en las burguesías sin ideales, pues donde todos hablan, callan los ilustrados; los enriquecidos prefieren oír a los más viles mentirosos. Cuando el ignorante se cree igualado al estudioso, el bribón al apóstol, el boquirroto al elocuente y el burro al digno, la escala del mérito desaparece en oprobiosa nivelación de villanía. Eso es la mediocracia: los que nada saben creen decir lo que piensan, aunque sólo repitan dogmas y su propia codicia. Esa chatura moral es más grave que su tiranía; nadie puede volar donde todos se arrastran; llegase al extremo de llamar urbanidad a la hipocresía, distinción a lo afeminado, cultura a la timidez, tolerancia a la complicidad; la mentira proporciona estas denominaciones, y los que así mienten son enemigos de sí mismos y de la patria, deshonrando padres, hijos y carcomiendo como polilla la dignidad común.

No basta acumular riquezas para crear una patria: se necesitan ideales de cultura. Se rebaja el valor de patria cuando se aplica a países que carecen de unidad moral; una patria es un arco tendido hacia la dignificación común, es la siembra del porvenir por todo un pueblo que asiste a la creación de un sistema propicio para llegar a la cima de la virtud, del ingenio y del carácter.

Cuando no hay patria no puede haber sentimiento colectivo de nacionalidad -inconfundible con la comedia patriótica explotada por los mercaderes y los militaristas-. Cuando Honduras sea una patria, no habrá agresividad contra los hondureños y hondureñas que marcan el ritmo de la nueva sociedad próspera, orgullosa, culta, humana y curiosa de la ciencia. 

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