Este artículo fue hecho por Sasha Chavkin y el Consorcio Internacional de Periodistas sobre la matanza de campesinos en el Aguán, Honduras, por guardias privados de los terratenientes productores de palma africana.
Por: Sasha Chavkin
Glenda
Chávez camina entre los naranjos del huerto familiar en dirección a la
valla baja de alambre que separa su propiedad de la plantación Paso
Aguán de la Corporación Dinant, en la comunidad de Panamá, municipio de
Trujillo. En el lado de la cerca que pertenece a Dinant, las hileras de
espinosas palmas de aceite se extienden a lo largo de kilómetros por el
verde paisaje del norte de Honduras.
“Aquí”,
dice, con voz suave y decidida, señalando un punto a su lado de la
valla en el que un grupo de búsqueda descubrió las últimas huellas de su
padre vivo.
Gregorio
Chávez, predicador y agricultor, desapareció en julio de 2012. Al cabo
de unas horas, varios hombres de su comunidad encontraron el machete que
se había llevado para trabajar en sus plantas. Glenda cuenta que los
hombres también vieron en la tierra las marcas de un cuerpo arrastrado
que conducían a la propiedad de Dinant.
Cuatro
días después de la desaparición de Gregorio Chávez, los participantes
en la búsqueda encontraron el cadáver del predicador en la plantación
Paso Aguán, sepultado bajo un montón de hojas de palma. Lo habían matado
a golpes en la cabeza y presentaba posibles signos de tortura, según
informó el fiscal especial del gobierno encargado de investigar su
muerte. Glenda y los demás aldeanos sospecharon inmediatamente que lo
habían asesinado por predicar desde el púlpito en contra de Dinant, su
adversario en una batalla por la propiedad de las tierras que la empresa
había incorporado tiempo atrás a su inmensa explotación de aceite de
palma.
“Estas
fincas están bañadas en sangre”, denuncia Glenda Chávez. “No solo mi
papá ha caído, sino que tenemos más de 100 compañeros campesinos que han
muerto por la defensa de la tierra”.
El
fiscal Javier Guzmán dice que los guardas de seguridad empleados por
Dinant son “los más sospechosos” del asesinato de Gregorio Chávez, pero
que en el caso no hay acusados. La empresa niega rotundamente su
implicación en la muerte.
Según
Guzmán –que fue designado por el gobierno federal para investigar la
oleada de violencia que ha sacudido la zona en los últimos años–, la
muerte del predicador fue uno más de los 133 asesinatos relacionados con
los conflictos por la tierra en el valle de Bajo Aguán, en Honduras.
Las circunstancias de las muertes siguen siendo objeto de un enconado
debate en el marco de una batalla que ha enfrentado a Dinant y otras
empresas latifundistas con los colectivos campesinos, y en la que ambas
partes se han visto envueltas en una violencia que en ocasiones ha
llegado al horror.
El
conflicto ha atraído la atención mundial debido en parte a que Dinant,
uno de sus protagonistas principales, ha recibido financiación del Grupo
del Banco Mundial.
La
empresa contaba con el respaldo de la Corporación Financiera
Internacional (CFI), la rama del conglomerado de entidades del Banco
Mundial que concede créditos a empresas privadas. La CFI prestó su apoyo
a Dinant, uno de los mayores productores de alimentos y aceite de palma
de Centroamérica, mientras tenían lugar los recientes enfrentamientos
por la tierra. En 2009 le proporcionó directamente 15 millones de
dólares, y más tarde transfirió 70 millones de dólares a un banco
hondureño que era a su vez uno de los mayores financiadores de Dinant.
De
este modo, la CFI se alineó con uno de los principales actores de un
mortífero conflicto civil al apostar su dinero y su reputación por una
corporación poderosa con una historia cuestionable. La entidad
financiera no tuvo problemas en ignorar las pruebas a su alcance que
deberían haberle disuadido de hacer negocios con Dinant, como descubrió
más tarde su propio Defensor del Pueblo.
Mark
Constantine, un funcionario de la CFI responsable de la gestión del
riesgo social y ambiental, declara que el prestamista aprobó su crédito
antes de que la violencia en Bajo Aguán entrase en una espiral
incontrolable. Afirma que la corporación está reformando sus políticas
para anticiparse mejor a las amenazas para las comunidades locales.
“Tomamos
una instantánea en un momento determinado y actuamos sobre esa base”,
defendió Constantine. “¿Deberíamos haber reconocido antes algunos de
estos asuntos históricos? No lo niego”.
Debido
a la importancia cada vez mayor de la inversión privada en los países
en desarrollo, la CFI ha experimentado una rápida expansión. Su
presupuesto anual alcanzó los 17.300 millones de dólares en 2014, lo que
representa un incremento del 36% con respecto a 2010. Pero, a pesar de
su crecimiento –y de las quejas en Honduras y en otros países de que ha
inyectado dinero a empresas implicadas en apropiaciones de tierras y
violaciones de los derechos humanos–, la institución sigue siendo menos
conocida que su hermano, el Banco Mundial, que concede créditos a los
gobiernos.
Diversos
grupos pro derechos humanos, así como ex funcionarios del banco,
aseguran que la CFI asume riesgos más elevados y tiene que rendir menos
cuentas que su homóloga con mayor proyección pública.
Paul
Cadario, un antiguo ejecutivo que pasó 37 años en el Banco Mundial,
asegura que la institución tiene “un ejército de científicos sociales”
conscientes de las normas establecidas por el Banco para proteger a las
comunidades locales y el medio ambiente. En cambio, afirma, la CFI suele
fiarse de las promesas de sus clientes del sector privado de que “nada
saldrá mal”.
Las
quejas acerca de los usuarios de los servicios de la CFI afectan a
menudo a poblaciones vulnerables que sostienen que están siendo
expulsadas para hacer sitio a grandes proyectos. Desde 2004, la CFI ha
aprobado más de 180 iniciativas que pueden suponer desplazamientos
físicos o económicos, según un análisis de la documentación de la
entidad realizado por el Consorcio Internacional de Periodistas de
Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés). En esos casos, las
familias desplazadas podrían perder sus hogares u otras pertenencias, o
ver menoscabados sus medios de vida.
En
el caso de Dinant, el Defensor del Pueblo de la CFI concluyó que la
falta de atención de la corporación a los peligros que implicaba hacer
negocios con la empresa reflejaba graves problemas en las prácticas de
la CFI para manejar proyectos de alto riesgo. El informe de diciembre de
2013 constató que la cultura de la institución está tan centrada en los
beneficios que “puede incentivar a su personal a pasar por alto, no
especificar o incluso encubrir los posibles riesgos ambientales,
sociales y de conflicto”.
Gran
parte de las controvertidas inversiones de la CFI incluyen créditos a
intermediarios, tales como bancos, fondos de cobertura y empresas de
capital riesgo. Al dirigir la financiación a través de estos
intermediarios –en vez de prestársela directamente a los clientes del
sector privado–, la corporación ha facilitado en gran medida que los
destinatarios finales de su dinero hagan caso omiso de sus normas.
Desde
2014, el 42% de la cartera de la CFI está invertida en intermediarios
financieros, según el Defensor del Pueblo de la entidad. En una
auditoría de su inversión en el banco hondureño Banco Ficohsa, uno de
los principales financiadores de Dinant, el Defensor califica las
inversiones en intermediarios de “exposición sin análisis ni
cuantificación a proyectos con posibles impactos significativamente
adversos para el medio ambiente y la sociedad”.
Estas
relaciones peligrosas, prosigue el Defensor del Pueblo, son
“efectivamente secretas”, lo cual las deja “al margen de los sistemas
diseñados para garantizar que la CFI y sus clientes rindan cuentas”. A
partir de 2012, solo en el 6% de los préstamos a intermediarios
financieros clasificados por la CFI como de alto riesgo se reveló
quiénes eran los receptores finales del dinero, según un análisis de la
organización Oxfam de lucha contra la pobreza.
Desde
2011, seis comunidades de Asia, África y Latinoamérica han presentado
quejas al Defensor del Pueblo de la entidad crediticia por proyectos que
contaban con el apoyo de instituciones financieras respaldadas por
ella. Entre los afectados hay aldeanos de Uganda que aseguran que sus
casas fueron incendiadas para hacer sitio a plantaciones de pino y
eucalipto, y campesinos de Camboya, donde una plantación de caucho se
apoderó de sus arrozales.
El
caso de Dinant es excepcional porque está relacionado con una batalla
por la tierra entre terratenientes y campesinos empobrecidos que lleva
décadas y que ha tenido avances y retrocesos, y por el número de
víctimas asociado a ella.
La
CFI asegura que ha tomado medidas para mitigar la violencia en Bajo
Aguán, entre otras contratar a un mediador que propicie las
negociaciones entre Dinant, los grupos campesinos y las autoridades
hondureñas, y persuadir a la empresa para que ponga al día sus
protocolos de seguridad y retire las armas a sus guardas en varias
plantaciones. Por el momento, la entidad crediticia ha retenido un
segundo plazo de 15 millones de dólares del préstamo a la empresa.
La
corporación financiera reconoce que prestar dinero en regiones
inestables plantea riesgos, pero afirma que su trabajo en esas zonas
problemáticas es básico para su misión. Esas inversiones, sostienen sus
funcionarios, proporcionan empleos y prosperidad que pueden contribuir a
romper el círculo de violencia.
En
2014, la CFI invirtió 640 millones de dólares en “situaciones frágiles y
afectadas por conflictos”. La entidad se ha comprometido a aumentar sus
inversiones en esas regiones en un 50% entre 2012 y 2016.
“No
son cosas para pusilánimes”, señala Constantine, el funcionario
encargado de la gestión de riesgos de la corporación. “Si no lo hacemos
nosotros, ¿quién lo va a hacer?”.
Indicios de problemas
El
origen de la disputa por la tierra en Bajo Aguán data de la década de
1970, cuando una ley nacional de reforma agraria entregó la mayor parte
de los ricos terrenos del valle a organizaciones colectivas gestionadas
por campesinos. Fue una victoria para los agricultores castigados por la
pobreza y atrajo oleadas de inmigrantes a la fértil región de Aguán.
Pero en la década de 1990, la suerte de los campesinos dio otro giro
cuando el gobierno de Honduras, con el asesoramiento del Banco Mundial,
cambió la normativa del país en materia de propiedad de la tierra.
En
marzo de 1992, Honduras aprobó una ley que permitía por primera vez
parcelar la tierra de los colectivos campesinos y venderla por
iniciativa individual. El Banco Mundial apoyó el cambio, que formaba
parte de una serie de reformas promovidas por él y enmarcadas en su
esfuerzo por impulsar al país hacia la economía de mercado.
Después
de que la nueva ley entrase en vigor, diversas extensiones de tierra
comunal pasaron rápidamente a manos de Dinant y de otras grandes
corporaciones. Gran parte de la tierra se convirtió en explotaciones a
escala industrial de aceite de palma, que se utiliza como ingrediente
del champú, los helados, la margarina y multitud de otros cosméticos y
alimentos. Los grupos ecologistas denunciaron que el crecimiento
acelerado del cultivo de palma de aceite había provocado la
deforestación y expulsado a las poblaciones vulnerables de sus tierras
de origen.
Un
informe de 2010 elaborado por una coalición de organizaciones
campesinas recoge que, entre 1990 y 1994, se vendieron cerca de 21.000
hectáreas, es decir, el 74% de la tierra en manos de colectivos
campesinos de Bajo Aguán.
Constantine
opina que las ventas revelaron el fracaso del modelo colectivo creado
bajo el impulso de la anterior reforma agraria. “El experimento social
no tuvo mucho éxito”, afirma. “Los grandes terratenientes aprovecharon
la ocasión y compraron la tierra a quienes estaban dispuestos a
venderla”.
Los
campesinos y sus defensores cuentan una historia diferente. Sostienen
que una vez que se pudo poner a la venta la tierra comunal, los
campesinos sufrieron presiones por parte de los latifundistas para que
renunciasen a sus derechos. Los campesinos denuncian el acoso a los
líderes de los colectivos que se negaban a vender por parte de matones a
sueldo, que en ocasiones acribillaban sus casas a balazos, así como la
generalización del fraude. Afirman que pequeñas facciones dentro de
algunos grupos renunciaron a grandes extensiones a cambio de sobornos
individuales.
Como
respuesta, los campesinos formaron organizaciones populares para
recurrir las ventas de tierras ante los tribunales y ante el gobierno.
Pedían que este último les devolviese las extensiones que antes habían
pertenecido a los colectivos.
En
agosto de 2008, 12 personas murieron en un enfrentamiento entre
terratenientes y campesinos por unas tierras en litigio que antes se
habían utilizado como centro de entrenamiento militar. Ese mismo mes, un
equipo de la CFI visitó Dinant para evaluar un posible préstamo.
Poco
después, en diciembre de 2008, la junta de la CFI aprobó un crédito de
30 millones a Dinant. La entidad lo clasificó como de “categoría B”, lo
que indica un riesgo bajo de que la inversión pueda acarrear problemas
medioambientales o sociales serios.
El
Defensor del Pueblo del organismo descubrió más tarde que el equipo de
evaluación no había llevado a cabo la más mínima indagación sobre
Dinant, el mayor terrateniente de Bajo Aguán, o su propietario, Miguel
Facussé, clasificado por Forbes como uno de los millonarios más poderosos de Centroamérica.
El
Defensor afirmaba en su informe que si el equipo hubiese hecho una
simple búsqueda en Internet, habría encontrado noticias recientes que
mostraban que Facussé había sido acusado de estar involucrado en el
asesinato de un ecologista, se había enfrentado a una orden de detención
por presuntos crímenes contra el medio ambiente, y se había visto
envuelto en varias disputas por tierras.
La
orden de detención, que acusaba a Facussé de haber permitido que una de
sus plantas de procesado de alimentos vertiese sustancias tóxicas en el
agua potable durante dos décadas, fue revocada después de que la juez
que la dictó dejase su puesto. En 2003, un tribunal desestimó las
acusaciones de participación de Facussé en el asesinato del ecologista
Carlos Escaleras.
Facussé y Dinant negaron su culpabilidad en esas causas legales.
La
CFI y Dinant firmaron la concesión del crédito en abril de 2009, en un
momento en el que los campesinos aún tenían la esperanza de que los
litigios por la tierra se pudiesen resolver de manera pacífica.
El
izquierdista Manuel Zelaya, por entonces presidente de Honduras, se
ofreció para negociar con los movimientos campesinos y los
terratenientes de Bajo Aguán una solución política al conflicto que
devolvería parte de la tierra en disputa a manos campesinas.
A continuación, la agitación política hizo que el país se escorase hacia la violencia.
Una advertencia desde el púlpito
En
el verano de 2009, Glenda Chávez tenía una hija de siete años y estaba
embarazada de su segundo hijo. Pasaba la mayor parte del tiempo en casa y
trabajaba con su máquina de coser para ganar dinero.
A
finales de junio, los soldados asaltaron la residencia presidencial,
expulsaron a Zelaya del poder, lo metieron en un avión y lo enviaron a
Costa Rica. Glenda recuerda que su padre calificó el golpe de “bárbaro”.
Pero ella no se involucró en el conflicto cada vez más exacerbado que
estaba fracturando Honduras. “No me preocupaba mucho por la política”,
recuerda.
El
Gobierno respaldado por el ejército que tomó el poder dejó claro que no
iba a seguir adelante con la reforma agraria prometida por Zelaya.
Enfurecido
por el golpe y al margen de las opciones políticas, el movimiento
campesino adoptó una nueva táctica: las ocupaciones masivas de
plantaciones en litigio. Los campesinos llamaron a estas acciones
“recuperaciones”. Dinant las llama “invasiones”. Muchas de las muertes
en Bajo Aguán ocurrieron entonces.
Dinant
recurrió con frecuencia al Ejército hondureño para que desalojase a los
agricultores de las zonas en disputa. La empresa y los militares
aseguran que los ocupantes siempre iban armados y se mostraban
violentos.
“Los
campesinos en ningún momento han entrado [a las plantaciones] de una
forma pacífica”, declaraba René Jovel, el coronel al mando de laOperación Xatruch, una acción militar con orden de estabilizar la región de Bajo Aguán. “Entran con machetes, escopetas, pistolas ykaláshnikovs”.
Guzmán,
el fiscal especial, relata que en algunos casos los campesinos se
mataban entre sí y contrataban a sicarios para eliminar a rivales en
disputas dentro del movimiento campesino por el control de los
lucrativos campos de palma.
Según
los grupos de agricultores, estas acusaciones son un invento de la
empresa y el Gobierno para justificar los abusos de los soldados y los
guardas de seguridad de las latifundistas. Un informe de 2013 del
Observatorio Permanente de los Derechos Humanos de Aguán, un grupo
vinculado a los movimientos campesinos, reveló que, de las más de 100
muertes violentas relacionadas con el conflicto por la tierra, 89
correspondían a campesinos y 19 a guardas de seguridad, policías,
militares y terratenientes.
Vitalino
Álvarez, uno de los portavoces de los activistas, declara que las
ocupaciones no son violentas. “¿Por qué los que salen heridos son
siempre campesinos?”, pregunta.
En
noviembre de 2010, cinco de ellos murieron durante un intento de
ocupación de la plantación El Tumbador, propiedad de Dinant. Nadie pone
en duda que los disparos fatales provinieron de los guardas de
seguridad, pero la empresa asegura que actuaron en defensa propia
durante un ataque armado por parte de más de 160 campesinos.
Francisco
Ramírez, uno de los supervivientes de la ocupación, tiene una gruesa
cicatriz que le atraviesa la cara desde el punto donde un proyectil le
entró por una mejilla y le salió por la otra. Afirma que iba caminando
desarmado en dirección a la verja de entrada de la plantación cuando
unos guardas de Dinant que estaban escondidos tras la cima de una colina
los sorprendieron con una lluvia de balas.
“Aquí
fue donde prepararon la emboscada”, explica Ramírez señalando una
pequeña colina cubierta de árboles y espesa vegetación junto a la
carretera de El Tumbador. “Aquí es donde recibí el impacto de la bala en
la cara”.
Según Roger Pineda, director de relaciones corporativas de Dinant, no hubo tal emboscada.
Preocupado
por las muertes en El Tumbador, el presidente de la CFI instó a Dinant a
que actuase con moderación y solicitase al gobierno de Honduras que
encontrase una solución pacífica al conflicto por la tierra.
Pero la violencia continuó cada vez más cerca de Paso Aguán y la familia Chávez.
En
mayo de 2011, un activista campesino llamado Francisco Pascual López
desapareció cerca de la plantación Paso Aguán. Los miembros de la
comunidad encontraron un rastro de sangre que conducía a los campos de
palma, afirma Human Rights Watch.
El
mismo mes, el consejo de la CFI aprobó un crédito de 70 millones de
dólares para Banco Ficohsa, una de las entidades bancarias más grandes
de Honduras, con el fin de “dar apoyo a la concesión de créditos a las
pequeñas y medianas empresas del país”. El grupo Dinant era uno de los
mayores clientes de Ficohsa, del que obtuvo 17 millones de dólares en
créditos en 2008.
Aunque
la CFI no desembolsó la segunda mitad de su préstamo directo a Dinant,
no tuvo problema en respaldar a la empresa a través de un intermediario.
Al tiempo que las relaciones de Ficohsa con Dinant se intensificaban a
lo largo de 2010, el personal de la CFI ignoraba los límites de la
corporación referentes a la cantidad que Ficohsa podía prestar a un
mismo cliente, argumentando que Dinant era un “líder regional” y que
Miguel Facussé, su propietario, era un “respetado hombre de negocios”.
Tres
meses después de que se aprobase el crédito de Ficohsa, Dinant informó
de un ataque con víctimas mortales perpetrado por campesinos durante un
intento de ocupación de la plantación Paso Aguán. Murieron cuatro
guardas de seguridad y un empleado de la empresa, asegura Pineda, y
parecía que al menos uno de los guardas había sido ejecutado. Al
empleado lo habían torturado y le habían cortado las orejas, afirma.
Glenda
Chávez recuerda que, con la propagación del conflicto, su padre empezó a
pronunciarse en contra de Dinant. Gregorio Chávez nunca estuvo afiliado
a los movimientos campesinos, pero se sintió defraudado por la empresa
cuando sus guardas de seguridad se convirtieron en una presencia
intimidatoria que imponía el toque de queda a las seis de la tarde.
Plantó palma de aceite en la propiedad familiar, pero su hija cuenta que
cuando fue a vender los frutos, los guardas de Dinant y la policía se
metieron con él dando por hecho que el producto era robado.
“Mi
papá fue un hombre que nunca se quedó callado”, recuerda. “Nunca le
gustó la injusticia, y no le gustaba la forma en la que Miguel Facussé
[el propietario de Dinant] entraba a la comunidad”.
La
violencia que aquejaba a otras zonas del norte de Honduras aún no había
alcanzado a su pequeño colectivo de unas 450 familias, llamado Panamá.
Durante sus últimos meses de vida, rememora Glenda, su padre lanzó
advertencias desde el púlpito que presagiaron su propia muerte violenta.
“En
sus sermones decía, ‘Cuando se derrame la sangre de uno de nosotros en
esta comunidad, la comunidad se va a levantar’”, cuenta.
Panamá se rebela
La
tarde del 2 de julio de 2012, sigue recordando Glenda, su madre fue a
decirle que su padre no había vuelto a casa. “Fue allí cuando yo sentí
en mi corazón que algo le había pasado,” recuerda.
La
familia Chávez y sus vecinos iniciaron una búsqueda desesperada. Glenda
llamó a sus parientes y a los miembros de la iglesia de Gregorio y dio
la alarma a la policía y a los bomberos. Cuando los participantes en la
búsqueda descubrieron el machete de Gregorio, la comunidad exigió acceso
a la plantación de Paso Aguán.
Transcurrieron
varios días antes de que se les permitiese la entrada. Equipos formados
por policías y campesinos empezaron a rastrear sus 1.200 hectáreas en
busca de pistas del predicador desaparecido. Al principio volvieron con
las manos vacías. Entonces, prosigue Glenda, los campesinos pidieron
acceso a una sección de la plantación que no habían rastreado, llamada
Lote 8.
Los
guardas de Dinant respondieron que era una zona restringida e
intentaron negarles el paso, afirma Glenda. Después de negociar con la
policía, los vigilantes accedieron a retirarse del Lote 8 y los
campesinos y la policía empezaron a buscar.
El 6 de julio encontraron el cuerpo de Gregorio.
Pineda,
el portavoz de Dinant, alega que cuando se descubrió el cadáver, la
empresa ya no tenía control sobre el Lote 8. En los días que siguieron a
la desaparición de Gregorio, afirma, los campesinos que lo buscaban se
apoderaron del terreno y de otros sectores de la plantación, robaron
tractores y frutos de las palmas e incendiaron un almacén. Según él,
estos guerrilleros violentos podrían haber traído el cuerpo de cualquier
otro lugar.
Dinant
y sus guardas no tenían ningún motivo para matarlo, aduce Pineda.
“Nunca antes nosotros tuvimos un problema con el señor Gregorio Chávez,
siempre fuimos vecinos. ¿Qué podemos ganar nosotros con eso?”.
Guzmán,
el fiscal especial, declara que las sospechas de los campesinos de que
los guardas de Dinant mataron a Chávez son la explicación “más creíble”
de su muerte, pero añade que no hay testigos ni pruebas científicas que
los vinculen.
“Son sospechosos, pero no hay evidencia concreta”, concluye.
Tras
el descubrimiento del cadáver del predicador, la indignación se propagó
por la comunidad de Panamá. Los aldeanos crearon una nueva organización
para luchar por su causa: el Movimiento Campesino Refundación Gregorio
Chávez. A menudo acudieron a Glenda para que hablase en nombre de la
comunidad. Para ella sigue siendo doloroso tratar el tema del asesinato
de su padre, pero relata las circunstancias que rodearon su muerte con
la calma que da la práctica.
Además
de denunciar la violencia contra los campesinos, el Movimiento Gregorio
Chávez exige que Dinant permita que la plantación Paso Aguán pase a ser
propiedad de los agricultores. La empresa se niega a vender ni una
parcela de la tierra en disputa, lo cual deja a ambas partes en punto
muerto.
“Vamos
a recuperar la plantación de Paso Aguán”, decía Santos Torres, un líder
del movimiento campesino de Panamá, en un corte de una entrevista
radiofónica facilitado por Dinant a los reporteros del ICIJ. “Así nos
toque llenar las calles de sangre, la vamos a recuperar”.
Más
tarde, Torres aclaró al consorcio periodístico que se refería a la
sangre derramada por los campesinos dispuestos a sacrificar sus vidas
para exigir sus tierras. “Si tenemos que morir aquí, aquí vamos a
morir”, sentenció.
“Que salga el dinero”
Mientras la violencia se disparaba en Bajo Aguán, Dinant seguía beneficiándose de los créditos de la CFI.
En
febrero de 2013, cuando había pasado más de un año de la inversión de
la CFI en Banco Ficohsa, la entidad bancaria concedió a Dinant un nuevo
préstamo de cinco millones de dólares. El dinero era una parte de los
más de 39 millones de dólares en créditos al conglomerado de empresas
Dinant que Ficohsa aprobaría mientras durase la inversión de la CFI en
el banco.
Entre
tanto, la manera que Ficohsa tenía de afrontar los riesgos sociales y
medioambientales estaba encendiendo las alarmas en la CFI. El mismo mes
que Ficohsa envió el nuevo crédito a Dinant, la entidad crediticia
descubrió que el banco hondureño no había cumplido con las políticas de
salvaguarda social y medioambiental diseñadas para proteger a las
poblaciones en riesgo.
Esto
no impidió que la CFI continuase colaborando con Ficohsa. En 2013, su
Programa de Financiación al Comercio Global otorgó a la entidad bancaria
una garantía para dos acuerdos de financiación comercial con Dinant.
Al
mes siguiente, el Defensor del Pueblo de la corporación financiera hizo
público su informe sobre la inversión en Dinant. El comité de
vigilancia interno reveló que la CFI no había investigado ni supervisado
adecuadamente a la empresa en ninguna de las etapas del proceso. Según
un miembro del personal del banco que habló con el Defensor, el
departamento de inversiones quería que “el dinero saliese” sin tener en
cuenta los riesgos sociales, y a menudo hizo caso omiso de las
preocupaciones del personal responsable de la salvaguarda.
En
el caso de Dinant, declaraba el informe, el gestor de la cartera de la
CFI rechazó las recomendaciones del especialista en medioambiente de que
se siguiese una línea más dura con la empresa. Acto seguido, el
especialista fue relevado.
En junio de 2014, la CFI compró una participación de 5,5 millones en Ficohsa.
La
entidad financiera se ha comprometido a cambiar su postura con respecto
a la evaluación de los riegos sociales de los proyectos y a su forma de
supervisar las inversiones en intermediarios. Ha creado una nueva
presidencia responsable de la gestión de riesgos y un plan de acción
para mejorar el seguimiento de los clientes intermediarios financieros y
empezar a investigar a algunos de los receptores finales de los
préstamos.
“Estamos
intentando encauzarlo estructural y culturalmente”, anunciaba Morgan
Landy, director del Departamento Medioambiental, Social y de Gobernanza
de la CFI en un encuentro con grupos comunitarios celebrado en octubre
de 2014.
“Humillados en nuestras propias casas”
En
julio de 2013, los campesinos del Movimiento Gregorio Chávez volvieron a
intentar hacerse con el control de la plantación Paso Aguán. La
ocuparon durante casi un día antes de que los soldados de Jovel
interviniesen y los desalojasen.
Varios
miembros de la comunidad de Panamá declararon que los soldados habían
abierto fuego sobre ellos durante el desalojo. David Ponce, un joven
agricultor, muestra las cicatrices dejadas por una bala que le perforó
el hombro. Otros aseguran que los soldados les golpearon y los
torturaron.
Glenda
Chávez cuenta que estuvo presente durante la expulsión como observadora
de los derechos humanos y que utilizó una cámara para filmar a los
soldados que disparaban contra los campesinos. Los soldados la
detuvieron y se negaron a dejarla ir hasta que no les entregó la cámara.
“Me
soltaron las manos y yo me quité el chaleco en el que tenía la cámara,
el teléfono y el dinero y los tiré al suelo”, recuerda. “Ellos los
recogieron y yo me fui corriendo”.
En
noviembre, durante una visita de ICIJ a Bajo Aguán, el coronel Jovel
advirtió a los reporteros de que los campesinos de la comunidad de
Panamá podrían intentar atraer la atención internacional provocando
actos de violencia durante la estancia de los periodistas.
El
militar dijo a los miembros de ICIJ que había mandado soldados a Paso
Aguán para prevenir un intento de ocupación y que no podía garantizar su
seguridad si pasaban por Panamá.
Ese mismo día, los representantes del consorcio visitaron el pueblo evitando las tierras en litigio de Paso Aguán.
Santos
Torres, el líder campesino que había lanzado el aviso sobre las calles
cubiertas de sangre, estaba sentado junto con una docena de personas en
unas sillas plegables fuera de la casa de Glenda. Los hombres mostraron
sus cicatrices y distribuyeron fotografías que probaban los desalojos de
julio. Torres se mofaba de la idea de que él y sus compañeros
estuviesen planeando provocar un enfrentamiento. La realidad, se
lamentaba, es que “estamos humillados en nuestras propias casas sin
poder salir”.
El
huerto donde desapareció Gregorio Chávez está a poca distancia a pie
por una carretera de tierra del lugar donde estaban reunidos los
campesinos. Glenda ha empezado a plantar naranjos entre las espinosas
palmas de aceite que plantó su padre y que ahora piensa que solo han
traído dolor a su comunidad. Coge una naranja y la pela hábilmente con
su machete. Está dulce y en su punto.
“Cuando
muere una palma de aceite, plantamos otro producto”, dice Glenda. “Algo
que nos beneficie a nosotros, los campesinos”. (El Faro).
http://www.web.ellibertador.hn/index.php/noticias/nacionales/142-banco-mundial-patrocino-a-empresa-en-guerra-con-campesinos-hondurenos
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