Un
pueblo que no defiende sus derechos está condenado a vivir sin identidad y a
vivir de rodillas ante los poderes imperiales, dictadores y caudillos. Un
derecho primordial a defender en tiempos de amenazas dictatoriales y
militaristas como el que hoy vivimos es el derecho a la libertad de expresión.
Este derecho no se reduce a que no se restrinja o controle lo que se diga o se
quiera decir, sino tener acceso a los medios de difusión para que todo mundo
tenga la oportunidad de decir lo que piensa. Esas iniciativas porque se
democratice el acceso a la propiedad de medios y por construir redes de medios
son una concreción espléndida en la lucha por el derecho a la libertad de
expresión.
Otro
derecho a defender y a promover es el derecho al disenso. Querer que todo mundo
piense y repita lo que se ha definido como línea oficial, no sólo atenta contra
la libre circulación de las ideas, sino que es un abono para los autoritarismos
y las dictaduras. En toda esta coyuntura que se arrastra desde el golpe de
Estado, el movimiento de ideas y el pensamiento autónomo han tenido muy poca
cabida, y quienes se han esforzado en sostener una palabra crítica e
independiente en relación con los definidores de la confrontación o polarización
política, han acabado fulminados por la crítica discriminadora y
descalificadora.
El
derecho a defender las víctimas sigue siendo fundamental si es que en verdad
queremos avanzar hacia una ruptura con la impunidad. Muchas veces los dirigentes
políticos y cúpulas de diversos tonos ideológicos alcanzan acuerdos o
negociaciones sacrificando los derechos humanos de las personas y sectores más
indefensos y discriminados, en el marco de buscar acuerdos pragmáticos pasando
por encima de la justicia. Esto no tiene ningún asidero ético, porque no podemos
creer ni aceptar cambios sociales y políticos, si lo hacemos pisoteando a las
víctimas.
Necesitamos
apostar por nuevas actitudes. Una de ellas es la actitud de apertura hacia los
otros y otras que piensan distinto y tienen posiciones diversas a las nuestras.
La polarización que hemos vivido en estos años nos ha colocado en trincheras
desde las cuales nos defendemos de los distintos, y desde donde atacamos a
muerte a quienes piensan y actúan de manera diferente a nosotros. Es impensable
que avancemos hacia un nuevo período político mientras no exista apertura hacia
los otros, y mientras no exista la decisión de aceptar que ni tenemos toda la
verdad ni los demás están completamente en el error.
Finalmente
queremos quedarnos con la actitud de búsqueda. Esta actitud supone que nadie en
las actuales circunstancias hondureñas tiene la verdad y la fórmula para salir
de la crisis. Todos tenemos algo que aportar y todos tenemos algo que aprender y
recibir de los demás, por muy contrarios o distintos que nos parezcan los demás.
La actitud de búsqueda es la que nos puede poner en un estado político de
transición activa y movilizadora. Esta actitud es la garantía para impulsar
cualquier acuerdo en base a mínimos consensos.
Si
queremos una Honduras distinta a la que heredamos tras el golpe de Estado y que
viene siendo fraguada a lo largo de hace décadas, hemos de asumir la tarea por
la transformación estructural del país desde la opción por los perdedores y
víctimas. Esta es sin duda la gran tarea nacional.
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