Aterrizó
en Honduras en diciembre, desde lejanas tierras, convencido que venía a un país
empobrecido, con millones de desempleados, gente hambrienta y sin acceso a los
bienes para una vida digna. Decidió caminar por la calle del comercio y sus ojos
no creían lo que miraban: multitudes caminando, comprando cohetes y pólvora para
nochebuena, tiendas con ventas de todo tipo de artículos, decenas de personas
haciendo filas en todas las sucursales bancarias, supermercados y calles con
ventas de manzanas, uvas y productos importados del primer
mundo.
¡A
qué país he llegado? Se preguntó con asombro. ¿Cómo dicen que Honduras es uno de
los países más pobres del continente si en todos lados me encuentro con ventas
de toda y con gente comprando de todo? En lugar de un país miserable, le pareció
que había llegado al país de la abundancia.
Lo
que ha visto y sentido el marchante de un país lejano es completamente cierto.
Eso es lo que se mira. ¿Qué expresa esa abundancia de diciembre? ¿Qué realidad
de fondo es lo que oculta lo que diciembre ofrece en su apariencia? Justamente
el alto calibre de la crisis hondureña.
Cuánta
más gente compre en las calles y cuánto más crecen las ventas callejeras, más
expresan la ausencia de vida digna y duradera en la gente más pobre de Honduras.
Lo que ocurre en diciembre es que un sector de la población trabajadora recibe
el aguinaldo mientras decenas de miles de familias que padecen el desempleo
reciben remesas especiales que con esfuerzo les envían sus familiares del
exterior, especialmente de Estados Unidos.
Tanto
el aguinaldo como las remesas llegan cuando la gente está sin dinero y con
necesidades, y el comercio promueve estremecedoras campañas publicitarias. ¿Qué
hace la gente con el dinero que recibe en diciembre? Como tiene tantas
necesidades inmediatas y tantos sufrimientos, las fiestas navideñas se
convierten en una válvula de escape, y de un ramplón se gastan el dinero. Lo que
recibieron en diciembre se va en el mismo mes de diciembre. No hay ni capacidad
de ahorro, ni tampoco se alimenta la cultura del
ahorro.
El
movimiento de compras en torno a las navidades expresa un engaño de la economía.
Es válvula que oxigena el sistema de la oferta y la demanda. El dinero que
recibe la gente no le da ninguna capacidad de ahorro, solo de gasto inmediato.
Si la gente recibiera dinero con mayor regularidad a lo largo del año, sin duda
gastaría menos en diciembre e invertiría más en vivienda, vehículo, salud, y
podría ahorrar para las necesidades educativas que vendrán a finales de enero y
comienzos de febrero.
La
incapacidad de ahorro, más la publicidad, lleva a que la gente gaste incluso más
de lo que recibe en diciembre. Inevitablemente la gente iniciará el año nuevo
mucho más pobre que como estaba antes de recibir el aguinaldo o la remesa. El
jolgorio de diciembre es una apariencia que engaña, es un alegrón de pobres.
Creyendo que está alegre y de fiesta, la gente se prepara para más carencias y
pobrezas.
Lo
triste es que lo hace sin darse cuenta, convencida que de verdad está alegre, y
revienta cohetes y toma cervezas a lo macizo, para que esos gastos cierren el
círculo infernal de la inequidad y desigualdad: el dinero pasa por unos días por
las manos de los pobres para seguir su tránsito hacia las cuentas de los
acaudalados, y finalmente los pobres quedan con más angustias que antes, y
arrodillados a los pies del gran capital.
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