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Por Edgar Soriano Ortiz
El 30 de abril de 1965 en la
comunidad del Jute, departamento de Yoro, las FFAA asesinaron a 7
revolucionarios hondureños salvajemente ante los ojos de varias personas con el
objetivo de enviar un mensaje antisubversivo. Pero para entender lo que paso
ese día en que perdieron la vida Lorenzo Zelaya (líder campesino, presidente de
la FENACH), Aquileo Izaguirre, Rufino López, José María Izaguirre, Hermelindo
Villalobos, Benedicto López y Benito Díaz hay que hacer, primero, una
retrospectiva socio-política y, segundo, una valoración de cómo se ejecutaron
y cercaron mediáticamente los golpistas
el hecho sanguinario.
Los antecedentes históricos para
tener una claridad interpretativa sobre los lamentables momentos vividos tras
el golpe de Estado del 3 de octubre de 1963 nos remontan a la época del régimen
de Tiburcio Carías Andino (1933-1949). La dictadura autoritaria de Carías Andino
tiene dos elementos claves: 1) la agrupación de los sectores burgueses más
conservadores quienes aplastaron la oposición y persiguieron brutalmente a los
obreros que demandaban justicia; 2) la estrategia del capital multinacional,
pero principalmente de Washington para mantener su control regional frente a la
pelea hegemónica global del momento. En otras palabras el régimen de Carías
Andino es la transición a las políticas autoritarias que garantizaba un
sometimiento ordenado a los intereses del capital multinacional y de la
geopolítica imperialista el general. En el caso del movimiento obrero,
estudiantil y de sectores intelectuales que por años fueron objeto de
persecución y maltrato avanzaron firmemente frente a la represión. La Huelga de
1954 fue un punto detonante para organizar y allanar el camino para la caída de
la dictadura cachureca. Sin embargo la derecha liberal aprovechó estos
acontecimientos y negoció con la recién creada institución militar, rectores
ahora de la violencia de Estado, el control político del país.
El anterior contexto de alianza
entre la derecha liberal y las FFAA se comenzó a fracturar en 1959 ante el
descontento y conspiración de los conservadores cachurecos y poco después por el
temor burgués a la propagación
ideológica del triunfo de la revolución cubana.
El contexto preelectoral de 1963 desencadenó la conspiración con beneplácito de
la CIA para detener el avance organizativo del movimiento popular y que
evidentemente a los ojos del grupo oligárquico el caudillo liberal Modesto
Rodas Alvarado no podría detener.
El golpe de Estado Militar del 3 de
octubre de 1963 causó la muerte de cientos de miembros de la guardia civil,
traicionada según testigos por Villeda Morales,
y de hondureños que decidieron enfrentar a los golpistas. Se organizaron
pequeñas milicias entre los liberales y el partido comunista decidió desde el
exilio acuerpar la lucha armada, en la que Lorenzo Zelaya y otros miembros
reactivaron el campamento del Jute en medio de la constante amenaza de las
patrullas de ejército que arreciaban constantemente para evitar un foco armado
grande.
Mientras
el ejército torturó y asesinó a los campesinos rebeldes frente a testigos, que
también fueron golpeados salvajemente, en Tegucigalpa y otras ciudades de
Honduras la población estaba desinformada, en la televisión, en la radio y en
los periódicos se resaltaba las bandas puestas a las madres en los colegios, el
trabajo cívico de las FFAA, el show en la capital de la bella bailarina, Yolanda
Parolo en temporada en centro nocturno el “Faro”, el desfile escolar
panamericanista, Mochito Cruz publicando páginas enteras sobre inversión
extrajera para el país, informes sobre el terremoto de El Salvador,
información tergiversada sobre la rebelión de abril –conflictos dos
años
después del golpe en República Dominicana contra el gobierno de Juan
Bosch de 1963- , las mujeres de alta sociedad
haciendo agasajos en el Contry Club, Manzanares el folklorista
exponiendo sobre
el “paisaje idílico” de Honduras en gira por EEUU, el posta Oscar Acosta
resaltando el discurso nacionalista del golpista Armando Velázquez
Cerrato;
además, varios sindicatos libraban sus propias luchas por
reivindicaciones
salariales, los vecinos de colonias como la San Miguel buscando tener el
derecho a agua potable, y un lago etcétera. Mientras toda esa
información
difundida por los cercos mediáticos los grupos revolucionarios y de DDHH
buscaban alternativas para informar y reclamar justicia ante el
salvajismo
criminal de Oswaldo López Arellano y su camarilla de golpistas que
allanaba el
camino a constitucionalizar su régimen.
Después de 48 años el Jute es un
símbolo, entre otros, de la histórica impunidad que impera en Honduras, por
ello la memoria histórica es importante para construir ciudadanía capaz de
tener conciencia crítica para enfrentar la lógica impositiva y violenta del
sistema capitalista a través de sus agentes oligárquicos que se imponen con tal
de favorecer sus intereses y el de sus amos….
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