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La historia del pueblo hondureño está cubierta de sangre, humillación, desesperanza, burla y cinismo.
Partida en dos mitades o más
bien en dos partes, la historia de los
humildes y prepotentes, de los privilegiados y de los desencantados, de los
cínicos y los inocentes, de los expoliadores y los despojados, la historia de
este país realmente conmociona al
espíritu más crudo y a la conciencia más diletante.
La conquista española
(génesis matricial de nuestro infortunio sistémico) sobre Honduras, está
caracterizada por el genocidio, la barbarie, la imposición, el saqueo, la
humillación y el repartimiento: todas estas categorías adjetivales y sustantivas
han acompañado el devenir trágico del pueblo de Lempira, Morazán o Cabañas.
La génesis de Honduras está
signada por la intromisión extranjera (española, inglesa y norteamericana), por
la invasión armada y los dictados de las potencias imperiales que han
determinado para el país la implantación de la pobreza, el desarrollo de la
miseria, la aplicación del cinismo en el despojo, el uso de la perversión en el
genticidio, la exactitud de la tortura en la persecución, en fin, la cuchillada
oportuna para que corra gota a gota o a cántaros, la sangre derramada de la
perversión.
Tres imperios han allanado
el camino de nuestro a viacrucis, el español, el inglés y el norteamericano.
En realidad, el pueblo
hondureño jamás ha gozado de una vida libérrima, una independencia política que
le permita una real autonomía en cualquiera de los planos sociales posibles.
La conquista nos ató a la
dependencia de Madrid, luego nos atrapó el mercantilismo inglés a Londres
y ahora dependemos de Norteamérica, de Washington.
Nuestras capitales así, en
la práctica imperial, han sido Madrid, Londres y Washington. Este último nos ha
gozado más que los otros porque hasta nos ha declarado el traspatio de su
imperio.
De modo que, en nuestra
mayoría de edad, a pesar de que somos maduros y muy maduros, la independencia
no la hemos obtenido.
El imperio nos manipula, nos
ordena y nos expolia sin más concesiones como si fuéramos la “yarda trasera” de
Estados Unidos. Somos el lado posterior de la fuerza más descomunal armada y política que
ha conocido la tierra, por ello, a cada momento, en cuestiones de política
exterior, exponemos nuestro ejemplo de gobiernos de indignidad, de pusilanimidad.
Esa categoría de sujeción
esclavista a que nos sometió España al
sólo finalizar su conquista la cargamos como una maldición.
Los españoles de entrada
consideraban que nuestros indígenas no tenían alma y que eran una especie de
animales que era necesario civilizar.
Aún hoy, somos tratados de la misma manera, en pleno siglo XXI.
La burguesía en general, los
árabes y norteamericanos en particular tratan al pueblo hondureño como
seres desalmados, somos seres de tercera
o cuarta categoría, a quienes se les niega el cumplimiento de los derechos
humanos. Cómo podrían ellos cumplir los derechos humanos si somos unos animales
especiales del siglo XXI.
Nos niegan los derechos
humanos de aquella república utópica francesa: libertad, igualdad y
fraternidad.
Y no es tanto porque debamos
poseer ese derecho, sino mas bien porque, según todos estos imperios que nos
han dominado, no los merecemos debido a
nuestra condición de animalidad que nos caracteriza desde que los españoles así
lo calificaron, no teníamos y no tenemos alma, es decir volición, voluntad
individual, disquisición, etc.
Cuál libertad para un pueblo
analfabeta y falto de inteligencia normal. Cuál fraternidad para unos seres que desconocen la O por redonda y fácil de
distinguir entre otras vocales. Cuál igualdad para individuos harapientos,
sucios y de poca psico biología atingente.
La única población con cierto grado de raciocinio y
comprensión deben ser extranjeros tales como los norteamericanos, alemanes,
italianos y los árabes. Por eso salivamos extremadamente ante la presencia de
los dioses conquistadores.
Estos últimos constituyen la
última migración que ha llegado a Honduras para superar tales barreras, de
acuerdo con el pensamiento conservador y diletante, ya que en lo racial son bastante parecidos a los rasgos antropológicos y
peculiares que posee el mestizo hondureño en general.
Los árabes han asumido una
estrategia genial que pocas mentes del brillo iconoclasta ha podido concebir:
formar familias políticas y financieras con los ricos descendientes de los caciques
indígenas, los mestizos desclasados, apátridas y con los políticos de aldea subdesarrollada y
de poca monta, después de cinco siglos
posteriores a la conquista española.
No es de ninguna manera
gratuita que en la historia contemporánea la oligarquía árabe nacional nos haya
escamoteado toda posibilidad de dignificación, grandeza y satisfacción en todos
los aspectos que constituye el decoro, la vergüenza y el recato.
Si lo vemos muy bien, el
indígena, el negro, el mestizo real, el de carne y hueso, nunca conquistó
ningún poder político.
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