19 de Junio de 2012 09:11
Por Giorgio Trucchi - Opera Mundi
Sus nombres eran Emerson, Hasked, Juana y Candelaria. Las consecuencias directas de la “guerra contra las drogas”
En
la madrugada del día 11 de mayo, un pequeño bote con 16 personas a
bordo se deslizaba en silencio sobre las aguas del río Patuca, en la
Mosquitia hondureña, al noreste del país. El propietario Melaño Olopio
Dixon había salido un día antes para ir a dejar unos buzos a Barra
Patuca. Varias personas habían aprovechado el viaje de regreso para
volver a sus comunidades.
Un
viaje largo y cansado de más de siete horas para llegar a la comunidad
de Paptalaya, municipio de Ahuas, departamento de Gracias a Dios. Eran
las 2 de la mañana y casi todos los pasajeros dormían. Cuando faltaba
menos de un kilómetro para llegar al pequeño embarcadero, los pasajeros
fueron despertados por el ruido de por lo menos cuatro helicópteros
militares estadounidenses que sobrevolaban la zona. De repente, el
infierno
Una
lluvia de balas de armas de grueso calibre embistió el pequeño bote y
sus ocupantes. “Estábamos llegando al muelle cuando aparecieron los
helicópteros y comenzaron a disparar. Junto con mi hijo, Hasked, nos
lanzamos al agua y yo nadé hacia la orilla, llorando, porque ya no lo
veía. Encontramos su cuerpo dos días después. Cuatro heridas de bala le
habían destrozado el rostro. Sólo tenía 14 años", cuenta Clara Wood
Rivas, sobreviviente del ataque, sin poder contener las lagrimas.
De
acuerdo con el Informe de Verificación “Caso Ahuas”presentado
recientemente por el COFADEH (Comité de Familiares de Detenidos
Desaparecidos en Honduras), la mayoría de pasajeros se lanzaron al agua y
se sumergieron intentando salvar sus vidas. “Algunos lograron llegar a
la orilla del río, otros fueron alcanzados por las balas que les
hirieron de gravedad o les quitaron la vida”, detalla el informe.
El
operativo conjunto de agentes del FAST (Equipo de Apoyo Consultivo en
el Extranjero) de la DEA (Drug Enforcement Administration) y del Equipo
de Respuesta Táctica de la Policía Nacional de Honduras dejó un saldo de
cuatro muertos -Emerson Martínez Henríquez (21años), Hasked Brooks
Wood(14 años), Juana Jackson Ambrocio (28 años) y Candelaria Pratt
Nelson (48 años) - y por lo menos 5 heridos de gravedad.Juana y
Candelaria tenían cinco meses de embarazo.
“En
la Mosquitia estamos viviendo una pesadilla. El territorio está
militarizado y sufrimos el acoso constante de los agentes
norteamericanos y hondureños. Nos decomisan los productos de la caza,
nos estigmatizan señalándonos de narcotraficantes y, ahora, nos atacan y
asesinan”, dijo a Opera Mundi, Ethlen Erlinda Wood, familiar del joven
Hasked y coordinadora de la organización Ecos de la Mosquitia.
Militarización y narcotráfico
Durante
las últimas tres décadas, la Mosquitia hondureña fue escenario de
operaciones militares conjuntas de Estados Unidos y Honduras para
contrarrestar el proceso revolucionario nicaragüense y la lucha
guerrillera en El Salvador y Guatemala. Esto conllevó la presencia de
miles de efectivos militares norteamericanos y decenas de grupos de
operaciones de contrainsurgencia en las diferentes bases militares que
existían en el país (Centro de Estudios Socioeconómicos de Honduras).
En el centro del departamento de Gracias a Dios fue instalado el 5º Batallón de Infantería, cuya misión fue la de apoyar logísticamente al ejército irregular de la “contra” nicaragüense y resguardar las armas y municiones para seguir operando en la zona (Informe COFADEH). Ahora, veinte años después de la fin del conflicto armado, la población miskita está reviviendo la inseguridad y el temor de aquellos años. La presencia de tropas norteamericanas y de grupos militares en su territorio ancestral se han vuelto una pesadilla.
En el centro del departamento de Gracias a Dios fue instalado el 5º Batallón de Infantería, cuya misión fue la de apoyar logísticamente al ejército irregular de la “contra” nicaragüense y resguardar las armas y municiones para seguir operando en la zona (Informe COFADEH). Ahora, veinte años después de la fin del conflicto armado, la población miskita está reviviendo la inseguridad y el temor de aquellos años. La presencia de tropas norteamericanas y de grupos militares en su territorio ancestral se han vuelto una pesadilla.
En
los últimos años, bajo el argumento de la lucha frontal contra el
narcotráfico, el gobierno norteamericano volvió a invertir millones de
dólares en la instalación y equipamiento de nuevas bases militares, como
es el caso de las bases navales de Isla Guanaja y Caratasca, en el
departamento Gracias a Dios, que se suman a la ya histórica base de Soto
Cano (Palmerola).
Además,
la embajada de Estados Unidos en Honduras, el gobierno hondureño, la
INL (Oficina de Asuntos Internacionales de Narcóticos y Aplicación de la
Ley), la DEA, y el Comando Sur han diseñado un plan para desplegar
temporalmente helicópteros estadounidenses en territorio hondureño para
apoyar las misiones antinarcóticos.
Los
helicópteros modelo Huey-II fueron dislocados en la base aérea de La
Ceiba para que se muevan constantemente entre las tres bases de
Operaciones de Avanzada - Puerto Castilla, El Aguacate y Mocorón -, que
reciben apoyo logístico por la JTFC-B(Fuerza de Tarea Conjunta Bravo).
Los helicópteros son pilotados por contratistas estadounidenses y
pilotos del ejército guatemalteco y son usados para el transporte de los
42 miembros del equipo de la DEA a las zonas de llegada de vuelos
clandestinos de drogas en la zona oriental del país (defensa.com).
De
esa manera, Honduras se ha convertido en el país que más bases
militares norteamericanas alberga en toda la región. Una escalada
militarista que ha tenido su mayor impulso después del golpe de Estado
que en 2009 derrocó al presidente Manuel Zelaya y en el marco de un plan
regional de seguridad acordado entre los presidentes centroamericanos y
el gobierno estadounidense.
Ninguna responsabilidad
El
portavoz de la DEA en Washington, Dawn Dearden, reconoció que agentes
del FAST estaban trabajando a bordo de los helicópteros en apoyo a la
policía hondureña. Alega, seguro, que no fueron ellos los que
dispararon. Asimismo, la embajadora estadounidense en Honduras, Lisa
Kubiske, aseguró a medios nacionales que los efectivos que
protagonizaron el operativo antidroga actuaron en forma debida y en
defensa propia, supuestamente para responder a disparos que provenían
del pequeño bote.
Una
primera reconstrucción de los hechos presentada por el alcalde de
Ahuas, Lucio Baquedano, apunta a que los agentes hondureños y
estadounidenses habrían disparado de manera indiscriminada, creyendo que
la embarcación estaba transportando droga descargada de una avioneta
que había aterrizado unas horas antes.
Para
los familiares de las víctimas, nada puede justificar lo que ha
ocurrido. “Nos cayó una lluvia de balas y no me explico cómo sea posible
que aún esté viva. Soy una sobreviviente y exijo justicia para mi hijo y
para todas las otras personas que perdieron sus vidas o quedaron
gravemente heridas”, aseveróClara Wood Rivas.
También
para Adelina Trapp, prima de Candelaria Pratt Nelson, recordar estos
momentos es muy doloroso. “Mi prima era madre soltera de tres niñas.
Estaba yendo a Ahuas a una consulta médica porque tenía cinco meses de
embarazo. El ataque fue brutal. Encontramos su cuerpo dos días después
con un disparo de arma de fuego en la espalda. No se ha hecho nada para
investigar lo que ha ocurrido, y esto no puede quedar así”, manifestó
entre lágrimas.
Marlen
Zelaya perdió a su hermana, Juana Jackson, una madre soltera de dos
hijos que estaba regresando a casa después de visitar a su novio. “Su
cuerpo flotaba en las aguas del río y tenía cuatro heridas de bala. Ella
tenía apenas 28 años y estaba embarazada de cinco meses. Soy madre
soltera de cuatro hijos y ahora los dos pequeños se quedarán conmigo. Lo
que queremos ahora es justicia, porque esta sangre inocente que fue
derramada no puede ser olvidada”, manifestó a Opera Mundi.
Testimonios
Varios
testimonios aseguran que el terror que envolvió a la pequeña comunidad
de Paptalaya no terminó con el ataque al pequeño bote, sino que se
prolongó por varias horas, en cuanto decenas de agentes hondureños y
norteamericanos se desplazaron por la zona en búsqueda de supuestos
narcotraficantes y su mercadería.
“Cuando
salí de las aguas del río fui interceptada por agentes de la policía
que me apuntaron con sus fusiles. Uno de ellos me dijo: ‘¿Quieres que te
mate?’ Le contesté que no quería morir y que ya habían matado a mi
hijo. Después miré a mi sobrino -Celin Erickson Curbelo - que estaba
tirado en el piso, boca abajo. Lo habían golpeado y esposado con una
brida de plástico negra. Finalmente, nos dejaror ir y me lo llevé a la
casa”, recordó Wood Rivas.
El
Informe del COFADEH señala que el señor Dolly Wood fue amenazado de
muerte por un agente norteamericano, de piel negra, que casi no hablaba
castellano. Lo obligó a permanecer en el piso, boca abajo, mientras le
apuntaba a la cabeza con un fusil. Otros agentes procedieron a romper el
portón de la bodega y a sustraer 36 galones de combustible.
Hilder
y Elmina Olopio, hijos de Melaño Olopio Dixon e Hilda Rosa Lezama
Kenreth, los dos propietarios del bote, aseguran que fueron detenidos
por agentes norteamericanos en cuanto trataron de llegar al embarcadero.
Fueron amenazados, golpeados y tirados al piso. Helmer fue obligado a
conducir una lancha para ir a recuperar unos paquetes de droga y
llevarlos a un helicóptero.
De
acuerdo con el COFADEH, el hecho de haberle impedido ir al rescate de
su mamá, que estaba herida de bala en las dos piernas, constituye un
grave obstáculo a la diligencia de rescate. Hilda Rosa permaneció varias
horas escondida en el agua y sujeta a una rama con espinas. Sus heridas
se infectaron y ahora se encuentra hospitalizada en graves condiciones.
Contrainsurgencia
El
informe de la organización de derechos humanos hondureña coincide con
muchas de las observaciones hechas por una delegación de académicos,
activistas de derechos humanos y derechos laborales de Estados Unidos y
Canadá (Rights Action yAlliance for Global Justice) que fue a la región
de Ahuas.
La
delegación dijo estar sumamente preocupada no solamente por el nivel de
militarización que hay en la Mosquitia, sino también por el hecho de
que “el ejército de los Estados Unidos y las fuerzas de seguridad civil
de Honduras están aplicando tácticas de contrainsurgencia para combatir
el tráfico de drogas”.
Mediante
la estigmatización de la población y las autoridades locales como
traficantes de drogas, “las comunidades indígenas se han convertido en
el enfoque de dichas acciones de contrainsurgencia, en una zona donde
hay recursos naturales importantes, ríos con potencial hidroeléctrico,
petróleo y bosques”, señala el comunicado.
Con
los trágicos acontecimientos de Ahuas, “toda la Mosquitia fue herida y
humillada, fue puesta de rodilla y aplastada. Exigimos que se diga la
verdad, porque el mundo debe saber lo que está sucediendo en nuestra
tierra. La gente tiene miedo y desconfianza y, desde ya, rechazamos
totalmente la presencia de militares norteamericanos en la zona”,
sentenció la coordinadora de Ecos de la Mosquitia.
Denuncias
La
demanda de justicia de los familiares fue retomada y hecha propia por
el COFADEH. “En Ahuas fue atacada toda una comunidad y por casi diez
días no hubo tan siquiera una sola denuncia de los hechos. Querían que
todo quedara en el olvido”, manifestó Bertha Oliva, coordinadora
nacional de esta organización.
Según
ella, la investigación realizada por el COFADEH demostró que en ningún
momento hubo un intercambio de disparos, sino que el ataque provino
desde los helicópteros. Además, habría suficientes pruebas de la
presencia de agentes norteamericanos.
En
su informe preliminar, el COFADEH calificó el ataque de
“desproporcionado, sin previo aviso, sobre población desarmada que ha
sido estigmatizada como narcotraficante o la colaboradora del tráfico de
droga”, y negó la existencia de “un enfrentamiento armado que pudiera
ser alegado como causa del ataque”.
Asimismo,
la organización de derechos humanos manifestó que las víctimas fueron
abandonadas a su propia suerte y que el ataque conjunto de fuerzas
militares y policiales de ambos países “no solamente fue desde
helicópteros, sino en tierra firme”, sometiendo la población civil a
“detenciones ilegales, amenazas de muerte, allanamientos, saqueo de
bienes, trato crueles, inhumanos y degradantes”.
Finalmente,
la organización lamentó el hecho de que ninguna de las dos fuerzas
armadas tratara de enmendar la tragedia, “más bien afloró el viejo
expediente de la mentira y la confusión para desviar la atención sobre
las víctimas”. Ante esta situación, elCOFADEH interpuso formal denuncia
de los hechos ante el Ministerio Público de Puerto Lempira y La Ceiba,
así como ante la Fiscalía General de la República, la Secretaría de las
Etnias y los ministerios de Seguridad y de Defensa. Una copia de la
denuncia fue entregada a la Embajada de Estados Unidos en Honduras y al
representante del ACNUDH (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para
los Derechos Humanos) en el país.
“Siempre
van a decir que no fueron responsables de lo ocurrido, pero tarde o
temprano tendrán que asumir el costo de lo que hicieron y pedir disculpa
a los familiares y al pueblo de Ahuas. Deben responsabilizarse por sus
acciones y responder por los daños causados a una población civil
indefensa”, concluyó Oliva.
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