Fuente; Revista Vida Laboral No. 19
A
Doña Nanda, esposa de Aquileo Izaguirre y a sus hijas todavía se les
llenan de lágrimas los ojos cuando recuerdan la mañana del 30 de abril
de 1965: la horrible masacre de Aquileo y seis hombres en su casa de la
montaña de El Jute. Cuentan lo que vivieron como si sucedió la semana
pasada.
Con
Doña Nanda, dos de sus hijas, una nieta, un bisnieto, otros parientes y
don Chema Gómez regresamos el 21 de marzo pasado al sitio donde el
ejército de Honduras cometió aquella barbarie. Ángela, una de las hijas
nos contó en su Casa en San Pedro Sula pero no quiso volver al lugar
porque la impactan mucho los recuerdos.
No
regresaban allí desde que huyeron del lugar hace cuarenta años.
Pudieron recordar donde se levantaba su casa, el camino para el pozo,
los palos de manzanitas amarillas que había en el patio y desde luego La
sangrienta mañana que vivieron en ese lugar.
La plática con la familia de Aquileo ha permitido aclarar cómo sucedieron los hechos.
El
ejército tenla información desde hacía muchos meses que un grupo de
hombres se ocultaban en la montaña y habían lanzado fuertes operativos
con cientos de soldados.
En
septiembre del 64 fueron capturados Aquileo y otros productores de la
zona, junto con sus trabajadores, y amarrados los anduvieron recorriendo
la montaña. Un mes antes de la masacre apareció muerto el joven Pedro
Izaguirre, sobrino de Aquileo. Supuesta mente lo asesino Pedro Calderón,
quien vivía en Agua Blanca Norte, camino a El Jute y que el ejército lo
tenía para vigilar los movimientos de los que se refugiaban en la
montaña.
Viernes 30
La
noche anterior se acostaron temprano en La casa de Aquileo. Veinticinco
soldados at mando del teniente Carios Aguilar, de El Progreso, ya
andaban por el lugar desde un día antes. La esposa de Aquileo se levantó
a las cuatro de la mañana, preparar café y desayuno. Al rato entraron
Benito Díaz. Lorenzo Zelaya. Hermelindo Villalobos, Benedicto Cartagena y
Rufino López que era sobrino de Aquileo. Ellos hablan Llegado días
antes al campamento que tenían como a un kilómetro de la casa. En ese
momento venían de desenterrar unas armas que todavía amarradas, dejaron
escondidas en unos matorrales cercanos.
La
Señora les sirvió café. Ya los tenían comiendo a todos cuando por la
ventana vio cruzar una sombra que se quedó en un palo de naranjo que
había ahí.
- Dios mío!, dijo Nanda.
- Que fue?, pregunto Aquileo
- Un hombre que vi pasar ahí.
- Cállense no hagan bulla.
Pero ya tenían rodeada la casa e inmediatamente entraron los soldados. Arriba!, dijo a tropa. Nadie pudo hacer nada.
Entre
el grupo de soldados iba Aquilino lnestroza, un ex miembro del grupo
expulsado en Mezapita que reconoció a sus ex compañeros. “Uno por uno
los iban sacando a La fuerza de la manito como quien saca un niño, y
pas, pas, al que iban sacando lo iban matando”, dice doña Nanda.
Ángela
recuerda que el finado Rufino le dijo “Mica negra, solo este es el
pisto que me acompaña, estos diez pesos, te los voy a dar para que te
vayas para San Pedro”. A quien sacaban lo golpeaban y le hacían
preguntas. A Aquileo fue el primero que mataron. Le quitaron los
testículos y le cortaron la lengua. Con José María hicieron lo mismo.
Las
mujeres cuentan que a Rufino casi lo trozaron de la cintura con la
ametralladora y se fue de espalda. Ay, me mataron, grito Se quiso como
sentar quedo de rodillas. Denme agua, pidió.
-
Denle agua, dijo un soldado. Y trajeron en una paila, pero a la vez le
preguntaban de dónde venían, donde habían estado y cuántos eran los que
estaban ahí.
-Mira papaíto, te vamos a llevar a curar, pero decinos donde están, le hablaban amablemente.
“Como
él nunca les dijo nada, un hombrecito así bajito, algo trabadito que le
decían Olancho le hundió un puñal en la garganta y después se hinco y
le chupó la sangre.”
A
los demás los mataron igual, en el patio, torturándoles y haciéndoles
cosas horribles. Después siguieron buscando gente”, relata doña Nanda.
Su
hija Ángela cuenta que “Ya muertos ellos, nos sacaron de la Casa y nos
pusieron en fila. Yo estaba chineando mi hijo de 40 días. A mí me
golpeaban porque querían que les dijera quien era el papá del niño. Que
dónde estaba. Yo no sabía, porque ignoraba todo eso, el se había ido’.
- Ponelo ahí en el suelo!, me decían.
- Como se pone a creer que voy aponer el niño ahí?, les respondía.
-Y seguían golpeándome con un machete y con la mano, me dejaron hinchada.
A
mi hermana Alba también la golpearon, pero no se acuerda porque le
agarraron los nervios, le preguntaban dónde estaba su hermano
Victoriano. El se había quedado escondido en el tabanco y después salió.
A mi hermano no lo mataron porque ellos pensaron que él sabía dónde
estaban las armas”, dice Ángela.
- Mátenme, y que están haciendo?, les decía doña Nanda, con un niño en los brazos y los otros que se agarraban de su vestido.
- No los maten, dejen esos niños, dijo un soldado.
-Los militares mataron a un soldado
Las
mujeres cuentan que los mismos soldados mataron a otro porque lo
confundieron. Lo miraron qua venia de reculada para atrás, ahí nomás le
pagan el tiro. Cayó casi a mis pies, con los sesos de fuera y quedo con
los ojos abiertos como viéndome, en el mero umbral de la puerta de la
casa. Nosotros ya estábamos en fila y todos los demás estaban muertos”,
recuerda Alba, la otra hija de doña Nanda.
- Ay, mira que matarnos al compañero, dijo un soldado.
- Que barbaridad, lo matamos, se lamentó otro.
- Al soldado lo levantaron y se lo llevaron.
La
casa la saquearon, se llevaron la ropa y zapatos buenos, radios y una
alcancía llena de monedas de veinte centavos que tenía la familia. A las
niñas les quitaron los aritos y cadenas que andaban. En una cobija
juntaron las cosas e hicieron una sola maleta. Después quemaron La Casa
que era de madera y manaca. Aquileo tenía más de 20 cargas de maíz, café
y frijoles. Habla madera aserrada como para hacer dos casas. Adentro de
la casa había perros y unas gallinas echadas. Se escuchaban los
aullidos de los animales.
Los
cuerpos de tres asesinados que quedaron a orilla de la casa se quemaron
porque les cayeron maderas encendidas; aunque no recuerdan bien creen
que fueron los cuerpos de Lorenzo Zelaya. Benedicto y otro. Pero Doña
Nanda aclara que no fue mucho, solo que les alcanzo las llamas.
La
señora se quedó hasta el mediodía esperando que llegaran a enterrarlos.
Para ello subieron varios hombres de Guaymitas y otras comunidades que
los cito el cantonal Fabián Andrade. Por órdenes de los militares. Los
asesinados fueron enterrados en el mismo lugar donde murieron.
Donde fueron enterrados los mártires no existe ninguna seña ni cruz. Fuimos al lugar con Chema Gómez y Víctor uno de los que participo en el entierro y que está casado precisamente con Verónica, una hija de doña Nanda.
Víctor nos mostró el lugar donde le dieron sepultura a Aquileo y a José María, que quedaron juntos.
En
otra fosa a unos ocho metros. Sepultaron a los otros cinco, donde en
aquel tiempo era el patio de la casa y pasaba un caminito.
En
años recientes por ahí se abrió una carretera que pasa sobre la tumba.
Víctor estuvo presente cuando trabajaba la máquina y estaba pendiente.
Al romper la tierra aparecieron algunos restos de calcetines, palo y
unos huesos. Víctor los recogió y los enterró aparte. Luego se tuvo el
cuidado para no seguir afectando la sepultura desconocida.
Ahí
están en esas tumbas anónimas los restos de siete hombres que luchaban
por construir una patria diferente. Ellos fueron asesinados por el
Estado de Honduras y aunque han pasado cuarenta años, un crimen tan
terrible no debería quedar en la impunidad y por lo menos debería de
hacerse justicia en la memoria histórica.
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