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Fuente: Los Necios - OPLN,1/19/12
Partido Liberal de Honduras: Capitulo Final
En
un intento por retomar protagonismo en la política vernácula hondureña,
el Partido Liberal ha comenzado el año 2012 haciendo despliegues
mediáticos para posicionar su disputa interna como un acontecimiento en
la vida nacional. Siendo uno de los pilares fundamentales del
neoliberalismo en Honduras, y corresponsable de la indescriptible
desigualdad que abruma a cerca de un 70% de las familias del país, su
innegable papel protagónico en el derrocamiento del único gobierno que
en 50 años pensó en la necesidad de hacer cambios para aliviar un poco
la miseria, tiene un peso definitivo, especialmente cuando su presunto
proceso renovador no hace otra cosa más que recurrir a las mismas caras.
Llama
la atención como su último candidato a la presidencia, y cómplice
silencioso del golpe militar contra la administración liberal de Manuel
Zelaya Rosales, decide renunciar a un nuevo intento por la silla
presidencial. El que en otro momento, no tan distante, tuviera opciones
reales de continuar con el proceso iniciado en 2006, se muestra
impotente y carente de talento en la aparición pública donde declina sus
aspiraciones. Dice haber reconocido “miles de veces” que lo sucedido
aquel fatídico junio, fue un golpe de Estado, pero que él no lo denunció
“porque quería ser presidente”. El personaje con perfil mercadotécnico
más relevante del Partido Liberal en la actualidad, cierra su carrera,
en una demostración trágica de doblez que nos hace inferir que estamos
frente a la escritura del último capítulo de la vida de esa
institución política.
La
mayoría de candidatos, especialmente los alineados con el golpe, han
caído en cuenta que no tiene sentido seguir con la burda argumentación
de la “sucesión constitucional”; y piensan que es oportuno reconocer,
sin entrar en detalles, de un golpe de Estado, aunque no admiten el
rompimiento del orden constitucional, y con ello la destrucción del
estado de derecho. Como todos los partidos burgueses modernos, su
dirección estratégica está dirigida a crear imágenes y no a hacer
reflexiones políticas, por eso no se dan cuenta que, poco a poco, sus
personeros en lugar de un acto constricción publica, están confesando
tácitamente, al menos, su complicidad en la comisión de un crimen.
El
caso del candidato ungido en Choluteca es también interesante; miembro
del Opus Dei, de triste recordación para miles de hondureños (recordemos
a la vice canciller de la dictadura de Micheletti, Marta Lorena
Alvarado), de perfil político discreto, que prestó su cara para poder
inscribir al retirado Elvin Santos Ordoñez, e íntimo colaborador del
“tiranillo”, ha lanzado su candidatura presidencial hablando disparates
sobre el liberalismo social[1],
y tratando de descalificar lo que él llama “socialismo del siglo XXI”,
asunto que seguramente desconoce. Su pretendida imagen de apertura a
debatir ideas, no reemplaza
fácilmente las acciones de su partido derrocando a un gobierno popular,
al que no entendían, y entonces acusaban de populista, por estar
entregando a los pobres algo que les pertenecía a ellos por derecho
divino.
Otras
candidaturas son previsibles, la tendencia histórica a la atomización
de este partido sigue vigente, no así su base popular de sustentación.
Algunas de ellas involucran gente que se opuso tímidamente al golpe de
Estado, pero que supo convivir con la dictadura, y, sobre todo, no está
dispuesta a dejar atrás los privilegios que les ha proporcionado su
militancia centenaria (muchos de estos privilegios han sido pasados de
una generación a otra, al más puro estilo feudal). Ninguna de ellas
cuenta con simpatía desde la derecha, y son ampliamente rechazados por
la resistencia surgida contra el cuartelazo. Además, su indefinición
ideológica y política, hace temer a las mayorías que exigen una
transformación inmediata, potenciales traiciones de gente que se mueve
muy fácilmente en las esferas de la sumisión a las políticas
gringas, pero que no sabe hacer mucho por las necesidades del pueblo.
Igual
que en todas las esferas de la vida, el neoliberalismo crea mercancías
que se venden mediante costosos procesos de mercadeo; lo mismo sucede
dentro de los partidos tradicionales, lo que los deja huérfanos de
planteamientos, de propuestas que suenen al menos coherentes para la
población que esta ávida de dejar atrás esta larga noche de
postergación, de la que los políticos sin patria son responsables, y que
ha sido entronizada sin ninguna consideración al hecho de que todas las
cosas cambian. El partido liberal, víctima no solo del intenso desgaste
que le ha producido su sometimiento constante a los dictados de
Washington, sino también de su falta de interpretación del camino que ha
seguido, llega al punto sin retorno, en el que no se muere, pero queda
relegado al papel de bufón del sistema, gritando de cuando en cuando,
las
consignas que le envíen desde la embajada americana.
La
renuncia de Santos Ordoñez, pone de manifiesto la falta de convicción,
de principios o de ideales; ese oportunismo que ellos prefieren llamar
pragmatismo, factores que hoy permiten al pueblo hondureño asistir con
esperanza al ocaso de este agente del atraso, de la miseria, de la
sumisión, de la traición y del subdesarrollo. En cuanto a Villeda, es el
segundo del ex presidente golpista[2]
que intenta llegar a la presidencia del país, esta vez con la
desventaja de estar marcado por la agenda política de una secta
religiosa, y por su participación activa en el derrocamiento del último
gobierno que el pueblo le daría al Partido
Liberal de Honduras.
No
cabe duda de que ninguno de estos políticos, que celebraban jubilosos
el 28 de junio de 2009, no entendían, y quizá siguen sin entender, las
consecuencias terminales que sus actos tendrían, para ellos mismos, y,
sobre todo, para su propio partido.
Ricardo Salgado
19/enero/2012.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
La sociedad del miedo, el Estado y la academia del crimen
Carlos Pineda
Sociólogo
18 de enero de 2012
El
miedo, desde una perspectiva sociológica, es una construcción social. Es el
producto de las relaciones sociales entre las personas. Es interno y se expresa
como un sentimiento de temor; no obstante,
se desarrolla fundamentalmente a partir de la experiencia en nuestro
entorno social. En la época que vivimos, el miedo social es el tipo más
generalizado de todos los miedos. La violencia, una forma de relación social,
ha construido una forma particular de sociedad: la sociedad del miedo.
Desde
niños tenemos miedo y lo seguiremos desarrollando toda la vida. Lo enseñaron
nuestros padres, personas cercanas y otras personas, en otros ámbitos de
acuerdo a nuestras experiencias. El miedo se aprende con la práctica y con el
discurso: “El diablo es malo”, “al niño que mienta se le crece la nariz”, “el
niño que llora no es hombre”, “el Estado es poderoso”, “La policía es quien
tiene las armas”, “el pecado nos lleva al infierno”, etc. La insistencia o repetición hizo que el miedo
fuera parte de nuestras vidas. Con el refuerzo, también se aprende el miedo; esto
es, acompañado de una sanción o castigo físico, moral o sicológico.
Con
frecuencia cometemos el error de considerar el miedo únicamente como algo innato
o producto de nuestra naturaleza humana. O como algo necesario para la
sobrevivencia de los seres humanos. Ciertamente, en muchos casos obedece a
factores sicológicos y a
instintos primarios.
Por otro lado, los medios masivos de comunicación,
especialmente la televisión y la prensa amarillista, generalizan y aumentan el
miedo. También, los mitos y las creencias, como verdades irrefutables, impactan
en nuestros miedos. En algunos momentos, puede llegar a expresarse en forma de
pánico, angustia, pavor, estrés y silencio. Una población con mucho miedo puede
enfermar y puede perder ciertas facultades; además, le quita el hambre,
trastorna sus hábitos y rompe las rutinas cotidianas.
El
miedo se convirtió en un mecanismo de control social efectivo que utilizaron y
siguen utilizando los distintos gobiernos, aunque no siempre con éxito. Generar
temor es una de las funciones no explícitas del Estado. Los gobernantes usan la estrategia del miedo
para mantenerse en el poder. Restringen y reprimen la movilización social,
asesinan o secuestran y desaparecen a sus opositores; limitan la participación
de las personas en los espacios democráticos, etc.
La violencia que vivimos los hondureños desde
hace dos décadas (Gobierno neoliberal de Rafael Callejas), pero que se ha
agudizado en los últimos diez años, ha generado mucho miedo. La violencia ha
provocado dos situaciones. Por un lado, ha hecho parecer el miedo como
inevitable, como producto de fuerzas externas y alejadas de la capacidad de
respuesta policial. Y por otro, el miedo ha contribuido a ver la violencia como
“natural”. La población se ha acostumbrado a ella, junto a un sentimiento de
resignación.
La inseguridad es generada por la violencia.
Cuando el miedo aumenta es porque percibimos más violencia, por lo tanto, mayor
inseguridad. En octubre de 2011, el Observatorio de la Violencia informó que
Honduras tenía una tasa de homicidios de 82.1 por cada cien mil habitantes y
estimó seguidamente que el año cerraría con una tasa de 86 homicidios. En 2010
fue de 77.5 homicidios por cada cien mil habitantes. La proyección para 2011
fue de 6,753 homicidios, lo que significa un aumento interanual de 514
homicidios. El promedio diario es de 18 homicidios y de 3 homicidios cada
cuatro horas. En algunos países desarrollados una sola muerte genera un
escándalo. En Honduras apenas nos inmutamos. Sin embargo, no quisiéramos ser
víctimas. Es sí nos da miedo.
Recientemente,
entidades públicas y los medios informaron sobre la participación de altos
mandos y de mandos intermedios de la policía en diferentes actos delictivos,
que van desde el secuestro, extorsión, robo de vehículos, sicariato y
narcotráfico. Esto es una prueba de que los ciudadanos estamos indefensos ante
la violencia generalizada.
En
otro sentido, cuando esos oficiales de la policía fueron formados e instruidos
por el mismo Estado para agredir, violentar los derechos fundamentales y
generar miedo, comprueba que ese Estado, en su totalidad, no funciona bien, se ha
distorsionado y, por lo tanto, merece cambiarlo.
Si
una institución tan importante en la concepción del Estado liberal o
republicano no cumple su función, es porque las demás no ejercieron el debido
control. Significa, que esas otras instituciones tampoco funcionan. Al conjunto
de ellas (incluyendo a la Policía), se le llama Estado.
En
una perspectiva crítica y con una mirada más amplia puesta sobre las
instituciones, tales como: el Congreso Nacional, las Fuerzas Armadas, el Poder
Judicial, el Ministerio Público, el Comisionado de Derechos Humanos (ombudsman
o “defensor del pueblo”), entre otras instituciones, nos encontraremos con irregularidades,
politización, corrupción, abuso, negligencia e irrespeto a las leyes.
¿Qué Estado tenemos los hondureños? Un estado
represor, abusivo, clientelar, inoperante y corrupto. Y para muchas voces,
estamos peligrosamente ante la presencia de un narcoestado. En este momento
Honduras podría reunir los quince criterios que la Oficina de las Naciones
Unidas para la Droga y el Delito establece para la existencia de un narcoestado.
Si Puerto Rico, un Estado Asociado a los Estados Unidos, está en riesgo de
convertirse en narcoestado, que decir de nuestro país (www.elnuevodía.com,
2011).
Por
todo lo anterior, muchos tienen miedo. Esa estrategia ha funcionado. Pero no
para siempre, ni para todos. Lo pudimos ver y sentir en los meses subsiguientes
al Golpe de Estado de 2009. Desde aquellos momentos de gran manifestación y de
represión, comenzó a surgir, a nacer o construirse en la población un sentimiento
de valor y de fuerza. En niñas, niños, jóvenes y adultos se manifestó la
preocupación de cómo superar la crisis y el miedo. La esperanza está en el
horizonte, pero hay que luchar por ella. Si el miedo se construye, también se
desaprende o desconstruye. “¿Quién dijo miedo?”.
Si
la policía requiere una depuración profunda, reforma o la generación de una
nueva, el Estado total también lo merece. Porque si no se hace esa
transformación del Estado, pasaran cinco
años y tendremos no solamente mayor violencia, sino una situación de mayor
crisis social y política que la que tenemos desde junio de 2009.
La
Academia Nacional de Policía, es una institución que buscaba la formación
teórico-práctica de los policías para velar y asegurar la integridad física de
las personas y de sus bienes. Pero los hechos evidencian que se convirtió en la
Academia del Crimen. La ANAPO formó
policías desde hace mucho tiempo. Habría que investigar si las promociones de
los oficiales involucrados en actos delictivos y criminales o la creación de la
ANAPO tienen alguna relación directa con el inicio del incremento de la
criminalidad en el País.
El
miedo estresante, la inseguridad y la violencia es culpa directa de la policía
que no cumplió las funciones asignadas. Siendo la policía parte del Estado, entonces
éste en un sentido más general es el responsable y debe resarcir el daño.
Porfirio Lobo Sosa, como representante del Estado, lo menos que debe hacer es
pedir perdón a todos los habitantes del país que han sufrido directa o
indirectamente la violencia; es decir, a los más de ocho millones de hondureñas
y hondureños.
El
Estado ha colapsado. Las instituciones no funcionan como debe ser porque están
en crisis, la cual se extiende a todos los ámbitos sociales. Aunque la crisis
fue llevada del Estado a la sociedad y no a la inversa, ahora la sociedad tiene
la responsabilidad de resolverla.
Aquí pierde sentido aquella frase: “Cada nación tiene el gobierno que se merece”
(Joseph de Maistre). No tiene sentido, por dos razones fundamentales: los
ciudadanos que eligieron a sus autoridades lo hicieron porque creyeron en lo
que aquellos dijeron cuando andaban en campaña o por la tradición política
trasmitida de padres a hijos, que inspirada en hitos, momentos excepcionales o
ideales, consideran a sus partidos y líderes políticos como lo mejor. Sin embargo, los ciudadanos
hondureños fuimos traicionados y llevados a la primera gran crisis política del
siglo XXI. Por lo tanto, no nos merecemos el gobierno y el Estado que tenemos.
El
Estado fracasado, al igual que el miedo y la Academia del crimen pueden ser
superados. Al Estado, hay que reconstruirlo o refundarlo, tarea que puede estar
en marcha; el miedo debe desaprenderse o desconstruirse, a través de una
educación transformadora y proyectos participativos de prevención social de la
violencia; y, la Academia del Crimen (ANAPO) ha de desaparecer para dar paso a
una Escuela de Policía Comunitaria, que forme policías que respeten los
derechos humanas y rinda cuentas a los ciudadanos y ciudadanas.
El
miedo implica menos libertad. La libertad no es dada por la Ley o por la
“naturaleza humana”; es un valor que pertenece a la cultura, que es producida socialmente.
La libertad es el producto de liberarse, de romper con las ataduras, de
rebelarse. Es tener la posibilidad de desarrollar la sociabilidad y las
potencialidades humanas.
Las
personas serán libres, si aprenden a desenvolverse con autonomía en todos los
ámbitos sociales, creyendo que eso lo merecen por su condición humana. Para
ello, debe haber un entorno seguro que brinde garantías para su existencia
digna, humana. Garantizar la libertad es una necesidad imperiosa y una función
del Estado, pero actualmente no es capaz de brindar.
Una
educación liberadora puede contribuir a superar el miedo a hablar. A
desarrollar la habilidad de opinar y pensar dialécticamente. Una educación en
perspectiva histórica, dialógica, teórico-práctica, integral, que identifique
lo contradictorio y lo alternativo. En síntesis, que permita pensar la realidad
social en movimiento permanente, hacia momentos mejores como producto de la
acción consciente y transformadora. Todo esto requiere un compromiso con el
país y una actitud optimista y esperanzadora.
La
sociedad aprenderá la lección de no confiar ciegamente en los políticos o
autoridades y dejar que hagan lo que hicieron sin ningún control desde el
Estado. La sociedad debe controlar al Estado (y no a la inversa). Cuando eso
suceda, estaremos ante una nueva sociedad: democrática, participativa,
deliberativa, vigilante, crítica y propositiva. Y ante un nuevo Estado: respetuoso de los
derechos, abierto al diálogo, tolerante, transparente, equitativo y justo.
Bibliografía.
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